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es psicóloga y dicta talleres

“No soy la chica de la silla de ruedas”: Julieta y una historia de superación

Julieta tiene 31 años, parálisis cerebral y lesiones que afectan su motricidad. Pese a eso se recibió de psicóloga y dicta talleres. “La visión del discapacitado tiene que romper con el estigma del aniñamiento y la sexualidad”, dice.


Julieta Beltramini tiene 31 años y es psicóloga. A los seis meses de vida, sus padres comenzaron a notar que no tenía el control de su cuerpo e iniciaron un raid de estudios para detectar cuál era el problema. Había pasado más de un año cuando le diagnosticaron una parálisis cerebral que le afectaba, entre otras cosas, el parietal izquierdo, y lesiones que influyen en la parte motriz, de coordinación y, sobre todo, las funciones de equilibrio.

“No puedo caminar. Es lo más fuerte de mi lesión. Es muy difícil conseguirlo sin ningún tipo de apoyo o andador. Hace un año, a través de un recurso de amparo, logré que en la obra social me entregaran una silla de ruedas motorizada (manejada por un joystick) que me llevó seis meses poder manejarla. En un principio me chocaba con todo, pero no escarmiento. No le tengo miedo a nada”, contó Julieta.

La familia está integrada por Ana María, su mamá (71), y su hermano, Carlos (28). Su papá murió hace 11 años. También tiene dos perros: Coni y Kobu.

Cuando sus padres recibieron la noticia de su diagnóstico comenzaron a estimularla. “Tenía problemas de estrabismo (cuando los ojos no están alineados correctamente). Mi mamá todos los días con un patito amarillo me decía: «Mira el patito, mira el patito». Mi papá, que fue ferroviario, me hizo mi primer andador. Por eso tengo hormigas en el culo. Mi familia siempre me empujó”, explicó la joven.

En su paso por la escuela encontró muchos maestros. Empezó el jardín y terminó el secundario en la Escuela Mariano Moreno, ex Normal Nº 3. “Estudié en una escuela normal. Si me hubieron mandado a una especial no tendría las capacidades que tengo hoy. Fui la mimada de la escuela. Mis compañeros me subían y me bajaban por las escaleras”, recuerda.

Julieta contó que fue criada en una sala de espera y que esa situación la incentivó para estudiar la carrera de Psicología.

“Siempre me atrajo porque tenía que mezclar la magia de lo espiritual con cuestiones teóricas. La carrera tiene un poco de todo, historia, genética, anatomía cerebral y farmacología. Tiene herramientas para la vida y es una manera de ayudar al otro. El primer día de clases recuerdo que el profesor nos dijo: «Bienvenidos al estudio del alma»“, rememoró la psicóloga.

Su profesión pasa por dos lugares de trabajo: uno en la localidad de Casilda, su sitio favorito, donde realiza equinoterapia y dicta talleres. Allí los chicos la conocen como la Juli, la profe o la seño. “No soy la chica en silla de ruedas”, aseguró. También trabaja en una clínica atendiendo pacientes.

La joven psicóloga dijo que el discapacitado también tiene deberes y responsabilidades. “La visión del discapacitado tiene que romper con el estigma del aniñamiento y la sexualidad. Somos sujetos de derechos que estamos atravesados por una historia política y social, entre otras”, aseveró.

Julieta recordó algunas de las tantas anécdotas que tiene. “Cuando fui a una clínica a trabajar me preguntaron con qué médico tenía turno. Otra que se repite es cuando voy a comprarme ropa y le hablan a mi acompañante y no a mí, o me hablan como si fuera un bebé. Es tragicómico”, dijo.

Julieta sostiene que hay que pelear por causas comunes y no porque “te tocó”. Si todos hacemos algo el mundo sería mejor, repite.

“Lo importante es no pensar que el mundo está en contra de uno, ni que el resto tiene la culpa de lo que te pasó. Todos nacimos con capacidades. Hasta un bebé que está en estado vegetativo le da posibilidades a dos personas de convertirse en padres”, aseguró Julieta.

La psicóloga afirmó que habría que eliminar los términos “lástima” y “pobrecito”, aunque a veces invada la impotencia. “Hay que trabajar para que desaparezcan. La vida está para vivir y no para sobrevivir”, dice.

Julieta lleva más de 10 años de análisis y contó que su equipo terapéutico le dio algunas “cachetadas” y que nunca le tuvieron pena. Pudo superar prejuicios y vergüenzas.

“A veces ser un ejemplo de vida te jode. No hay que pensar en por qué a mí sino en para qué. Hay que aceptar que somos personas diferentes. Y que vivir vale la pena aunque a veces necesitás que te limpien el culo”, concluyó.