Osvaldo Pellín *
Que la espantosa experiencia política vivida en estos días, con los ricos en el poder, no nos haga olvidar que…
No por ser ricos son desinteresados. Todo lo contrario. Roban hasta saquear desde el número 1 de la organización hasta el más inane de los subalternos.
No por ser ricos y adherir a teorías económicas a la moda con origen en la cuna del capitalismo y ser amigos afines de la burocracia o timba financiera internacional, son más inteligentes o mejores gestores de la cosa pública. Las deudas que contraen, luego caen sobre la espalda del ciudadano común, mientras ellos aprovechan, por derecha o por izquierda, suculentas comisiones y calurosa admiración por haber conseguido onerosos empréstitos
No por ser ricos, valoran críticamente a las políticas belicistas, originadas en el “gran país del Norte”. Es que encuentran en ellas el fundamento ideológico de su accionar público, que se resumen en que sólo sirven para incrementar la dependencia de la Argentina con el Imperio y sobre todo actuar entusiastamente las relaciones carnales que pregonan.
No por ser ricos, son cultos o aman la cultura. Más bien son bastante brutos, ya que su libido no está puesta en los libros ni en el conocimiento, sino en hacer dinero a toda costa.
No por ser ricos tienen sentido solidario con su pueblo. Por el contrario, les asoma el egoísmo más feroz, el rechazo racista y la intolerancia hacia el hombre o la mujer trabajadores, a los que suelen menoscabar pensando en su vulnerabilidad, como si esta no hubiese sido gestada por sus propias políticas.
No por ser ricos son más patriotas, todo lo contrario. Aman a los Estados Unidos, donde hicieron su postgrado sometiendo sus cabezas a la colonización más fanática, cuya réplica desean ver multiplicada en su país, convirtiéndose en gratuitos embajadores de modos de vida ajenos a los valores que sustenta nuestro pueblo.
No por ser ricos apoyan y aman la democracia y la justicia. Todo lo contrario. Si alguna vez hubo un conservador como Roque Sáenz Peña que accedió a que se sancionara la ley del voto universal, secreto y obligatorio, sólo para los varones, lo hizo pensando que Hipólito Yrigoyen no ganaría la elección de 1916, y hoy, cuando el movimiento popular gana una elección, acosan a sus líderes y se convierten en pertinaces golpistas.
No por ser ricos aman la libertad de expresión, por el contrario: los descontrola la crítica opositora, aun la bienintencionada o colaboracionista, y apelan a la antigua herramienta de la censura para acallarla.
No por haber sido hábiles para amasar su fortuna, los ricos son buenos administradores para la cosa pública, donde se necesita amor a la Patria, sensibilidad social, decencia, lucidez política y sentido de la solidaridad. Virtudes que según hemos experimentado claramente, no son los que ostentan los ricos en el poder.
En fin… No por ser ricos son mejores que el común de la gente. Personalmente, desconfío de los ricos en el poder, y más bien repudio lo que le ha tocado vivir en los últimos dos años y medio a los argentinos.
Hemos sido desgraciados testigos de una gestión en que se ve cómo los ricos que la comandan, carecen de todo pudor para la transgresión y creen estar habilitados para acometer con todo y contra todos, y también porque se aprovechan de las necesidades del Estado y son juez y parte en todas la cuestiones y conflictos, además de que su lugar en los negocios suele estar reservado a los dos lados del mostrador.
La riqueza tiene un prestigio superior a la envidia que suele generar. Un prestigio que liga su existencia a dones divinos pero que terrenalmente está ligado al poder político. A pesar de todas sus potestades, la esperanza de los pueblos no debería descansar en los ricos porque su generosidad, como máxima expresión, puede llegar a la dádiva que exige agradecimiento reverencial, improbablemente a la cesión de derechos.
(*) Médico. Ex diputado nacional por el Movimiento Popular Neuquino, afiliado después al Partido Socialista y colaborador de Guillermo Estévez Boero
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