Ciudad

Una mosca en la ciudad

No es el “bicho del amor”, pero puede ser otra víctima del ecocidio en el Humedal

Las redes sociales se llenaron de fotos que daban cuenta y preguntas de la "invasión" de un insecto en Rosario. En realidad siempre estuvo, pero nunca había sido advertido por su dispersión. Ahora se concentró en balcones, patios y jardines: sin comida en las islas quemadas, ¿dónde la iba a buscar?


Gentileza Juan Carlos Teloni

¿Otro efecto de la devastación del Humedal? Con unas 300 mil hectáreas quemadas intencionalmente en el Delta, con sus incontables especies vegetales nativas reducidas a cenizas, un visitante que posiblemente no encontró esta vez su acostumbrado alimento en las islas se asentó sobre la ciudad. Y las redes sociales dieron cuenta de su presencia: “Están por todos lados!”, era la frase más repetida. Y, tras la alarma, cundió la tranquilidad: son una mosca (nombre que simplemente ayuda a sintetizar innumerables especies con apenas algo más de precisión que “bicho”), la dilophus pectoralis, y en en el sitio EcoRegistros se da cuenta de su presencia comprobada en Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y provincia de Buenos Aires. En todos los casos en zonas húmedas, lagunas, islas y la costa bonaerense, por lo que no parece extraño que se hayan asentado en parques, jardines y patios de la urbe para encontrar el alimento que en parte del Alto Delta ya no tienen.

El entomólogo Gullermo Montero, de la Universidad Nacional de Rosario, identificó el nombre científico de la especie, y también su comportamiento, tranquilizando a la población de que no sólo no representa una amenaza sino que contribuyen a la naturaleza, dado que, como las abejas, avispas y otros insectos contribuyen a la polinización, ya que se alimentan del néctar de las flores.

El sitio www.ecoregistros.org/ficha/Dilophus-pectoralis ubica a la especie en la región de Santa Fe y Paraná, en Rosario y Victoria, en las provincias de Entre Ríos y Buenos Aires siguiendo el curso del río Paraná, en zonas de Córdoba siempre vinculadas a espejos o cursos de agua, y lo mismo en el interior bonaerense, en la cadena de las grandes lagunas del centro-sur de la provincia. Y también en la costa atlántica de Buenos Aires, a lo largo de una gran extensión que sólo encuentra límite antes de Bahía Blanca, acaso por la barrera que representa su Polo Petroquímico.

Su existencia se advirtió ahora y de repente por su profusión en distintos espacios, incluso en el interior de casas y balcones de departamentos. El recorrido que llevó a la especie a ser noticia es análogo al de abejas y langostas: las primeras son definidas por la Sociedad Argentina de Apicultores como “la última frontera ecológica” ya que su desaparición o merma es inmediatamente advertida por su importancia económica. Esa alarma da cuenta de importantes cambios ambientales. De igual modo por su importancia económica pero en sentido inverso –devoran cosechas enteras– lo hacen las mangas, como la que ingresó meses atrás desde el norte y era seguida de cerca en su desplazamiento por áreas de los tres niveles del Estado, la Nación y las provincias que estaban en su dirección.

Ahora la alarma cundió por una simple e inofensiva –aunque exagerada– presencia, y mientras las redes sociales locales daban cuenta de las preguntas sobre de dónde habían salido tantas “hormigas voladoras” de golpe, otros vinculaban al insecto omnipresente con otra especie, singularmente parecida: plecia nearctica, otra especie de mosca, pero con presencia en América Central y el sudeste de Estados Unidos. A esta como muchas veces suele verse de a parejas, en interminable cópula, se la conoce, como a otras especies, como “el insecto del amor”.

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