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¿Cerrado por Covid?

No es amor: la pandemia no frena el debate sobre el trabajo no remunerado y el uso del tiempo

En el Día del Trabajo Doméstico hay discusiones que en el aislamiento se volvieron aún más importantes: cómo distribuimos las (ahora más) tareas y qué consecuencias tiene en la vida de las mujeres. Estadísticas y preguntas desde Rosario


Diseño: Lucía Andreozzi

Lucía Andreozzi*

Hoy se conmemora el Día del Trabajo Doméstico. Este día fue establecido en 1983 durante el Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en Lima. Lo pensaron como un momento para reconocer el trabajo que hacen las mujeres al interior de los hogares y destacar sus aportes a la sociedad y a las economías de los países. Este año el día llegó en medio de una pandemia, donde la vida cotidiana cambió y las preguntas que atravesaban nuestros días, nuestras tareas, nuestra (o quizás no tan nuestra) ciencia enfrentan un escenario más complejo.

La educación en todos sus niveles se ve interpelada. El trabajo está afectado de las más diversas formas y quienes hacen las tareas domésticas y de cuidado ven alterada su dinámica, que en la mayoría de los casos se sostenía débilmente frente a los embates de la falta de tiempo y de una organización más estructurada y profunda hacia adentro. Y también en tensión con el Estado y el sector privado, donde siguen sin tener avance la ampliación de licencias paternales y parentales, la extensión de servicios públicos de cuidado, la mejora en las condiciones de trabajo de quienes integran esos servicios, entre otros temas.

Hay quienes piensan que la pandemia obliga a postergar debates y hay quienes pensamos lo contrario, que cobran más fuerza.

No es amor

Las tareas de cuidado o trabajo no remunerado sostienen la vida como la conocemos. Mantienen al sistema capitalista, permiten la continuidad, disponibilidad y reproducción de la fuerza de trabajo. Esas tareas se volvieron visibles en las últimas décadas de la mano de las feministas, las economistas feministas y de otros colectivos en lucha. Empezamos a verlas a través de la Encuesta de Uso del Tiempo (EUT) que pone horas y minutos a las actividades, las mete en la agenda política y en la academia con los instrumentos que la academia más aprecia: los números. Así se negocia y se le gana terreno al sistema, pero hay riesgos. La lucha puede ser domesticada.

Las mujeres cuidan niñes, ancianos y personas con discapacidad. Son enfermeras, empleadas domésticas y la mayoría de las docentes de cualquier nivel educativo. Por eso les dicen tareas feminizadas. Las cifras y porcentajes traducen lo que vemos y conocemos. Aunque parecen ser siempre necesarias para dar legitimidad, es interesante, a veces, no darles el gusto.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres hacen, en promedio, el 76,2% de las horas del trabajo no remunerado en un hogar. Hacen más del triple que los hombres. Eso significa que extienden su jornada laboral. Las medidas para combatir el Covid-19 (aislamiento y/o distanciamiento) le agregaron la nueva tarea de asumir o complementar la educación a distancia si hay hijes o nietes en el hogar. La sobrecarga repercute en la salud de las mujeres y vuelve a dar fuerza al debate por mejores sistemas de cuidados institucionalizados en el Estado y las empresas.

Historia cercana

La pionera en estudios de usos del tiempo en Argentina fue Valeria Esquivel, una economista feminista que llevó adelante la EUT en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) como una parte de la Encuesta Anual de Hogares del 2005. Rosario le siguió en 2010 con un relevamiento de Javier Ganem, Patricia Giustiniani y Guillermo Peinado en coordinación con el Instituto Provincial de Estadística y Censos (Ipec).

En 2013 el Indec incorporó un módulo de trabajo no remunerado y uso del tiempo a la Encuesta Nacional de Hogares Urbanos para ver la participación y tiempo de las personas de 18 años en adelante en las tareas domésticas, de cuidado de miembros del hogar y al trabajo voluntario. En 2019 sumaron una EUT como parte de las encuestas que hacen regularmente. Y en el Día Internacional de la Mujer anunciaron que iban a hacer la primera Encuesta Nacional sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo.

Los avances son varios. Ganan los procedimientos por estar en los organismos de estadísticas oficiales y en las universidades nacionales. Gana el sistema de estadísticas oficiales y es deconstruido. Ganan quienes buscan aportar a cambios profundos. Todo lo anterior, siempre y cuando los avances no sean domesticados.

En el camino hay conflictos y discusiones sobre cómo se genera el dato. A la hora de relevar los usos del tiempo existen dos instrumentos: el diario de actividades o uso del tiempo; y el listado de actividades, donde se pregunta a la persona si ha hecho tal o cual actividad y durante cuánto tiempo. Pero si no pensamos ese instrumento nos volvemos cómplices de la domesticación y la información no servirá para ningún cambio. El extractivismo de información es una pandemia instalada antes del Covid-19. Quién, cómo y para qué deben ser discutidos siempre.

El diario de actividades produjo la posibilidad de un nuevo concepto: la de pobreza de tiempo. Parece elitista. Parece desviar la mirada de la indigencia y el hambre, pero si nos damos la oportunidad podemos descubrir cómo ayuda a sostener la desigualdad del sistema. Principalmente porque la necesita.

¿Tiempo = dinero?

Un día tiene 1.440 minutos repartidos entre trabajo remunerado; trabajo no remunerado; cuidado personal y producción doméstica no sustituible (dormir o bañarse, por ejemplo); y tiempo libre o de ocio. Si calculamos el tiempo de trabajo remunerado de una persona y los umbrales de tiempo mínimo de la población en estudio para el resto de las tareas obtenemos el tiempo de ocio. Si ese cálculo da menos que cero, hay déficit de tiempo. Si da igual o más a cero indica disponibilidad nula o superávit de tiempo. El cálculo del tiempo de cuidado personal y la producción doméstica no sustituible es diferente según cada sociedad.

No todas las culturas hacen las mismas cosas y con el mismo tiempo. Un estudio hecho en Madagascar en 2001 dio que las mujeres tomaban media hora por día a juntar agua, algo que no pasa en otras ciudades. En 2010 otro estudio dio que en México destinaban 2 horas con 39 minutos por día al ocio (deportes, visitas, etc) mientras que en Turquía el promedio era de 4 horas y 30 minutos.

El tiempo para las tareas domésticas también depende de cómo es el hogar: si hay una o más personas adultas, y si hay niñes. Piensen en cantidad de ropa a lavar, comida que cocinar, espacios que limpiar. Cada tipo de hogar tiene un tiempo promedio, o umbral, para esas tareas.

El umbral mínimo para el cuidado personal es igual para todos y todas. En el cálculo es una constante. En base a los umbrales, el tiempo efectivo de trabajo para el mercado de cada encuestado y lo que pasa en cada hogar se calcula la pobreza de tiempo.

No hay una norma internacional que defina la cantidad de horas de trabajo remunerado, no remunerado, de ocio o de cuidado personal que una persona debe vivir por día. Es la sociedad, cuando se examina con las encuestas, quien genera una cantidad mínima para cada tipo de tarea.

Y acá

En Rosario una mujer que no terminó la secundaria tiene tres veces más chances de ser pobre de tiempo que un hombre con ese mismo nivel de estudio. Una mujer que estudia en la universidad tiene 22% más chances de ser pobre de tiempo que un hombre en el mismo nivel de estudio. Con el título universitario abajo del brazo la diferencia crece. La mujeres tienen 72% más de chances de ser pobres de tiempo que los hombres graduados.

Sobre esas cifras profundizó la Encuesta de Uso de Tiempo y Brecha de Género en el Sistema Científico-Tecnológico de Santa Fe (2019). Construyendo las líneas de vida personal (nacimientos, matrimonios, etc) y la académica (inicio, fin de estudio de grado) encontraron que las mujeres usan estrategias para conciliar la vida laboral y la familiar que van desde postergar la carrera hasta postergar la maternidad. Los datos hablan de que las cosas son más complejas de lo que pensamos y que la educación no necesariamente borra algunas desigualdades.

Es fundamental volver a discutir las condiciones laborales y las jornadas de trabajo, es decir, cómo se distribuye el excedente. Quizás uno de los triunfos del neoliberalismo –con consecuencias regresivas en el mercado laboral– fue plantear que la solución a la pobreza de ingresos es generar más puestos de trabajo.

¿Qué hacer?

Las preguntas que se abren: ¿Monetizar el tiempo fuera del trabajo remunerado? ¿Entregarle al mercado otro mercado más? ¿Avanzar en la distribución de tareas? ¿Cómo? ¿Cómo realizar el deseo? ¿Cómo elegir qué vida queremos vivir, qué carrera nos gustaría completar o si queremos cuidar padres, maternar, nietes o volver a estudiar?

¿Cómo generamos datos? ¿Es un intercambio, una manera de pensar la sociedad para mejorarla? ¿O se parece a una minera que extrae y devasta? ¿Qué concepto de hogar medimos? ¿Un hogar heteropatrircal varón-mujer? ¿Podemos reemplazar la figura de jefe de hogar como eje de la información estadística?

En las EUT el apartado de cuidado personal incluye: dormir, comer, descansar, rezar, relajarse, meditar, pensar, planificar, entre otras. El apartado de tiempo libre incluye pintar, hacer música y escribir (no profesionalmente), por ejemplo. No hacer nada o crear sin fines capitalistas es un acto revolucionario en una sociedad de rutinas diarias que nos privan de permanecer y contemplar.

La pandemia nos obligó a repensar cómo usamos el tiempo. No perdamos la oportunidad de reinstalar con más fuerza estos debates para que cuando la lucha contra el virus termine volvamos a una vida más justa y gratificante para todes.

*Docente e investigadora de UNR – Conicet

Producción: Agustín Aranda

“El hogar reproduce la desigualdad entre hombres y mujeres que hay afuera”

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