Aniversario

#19años

Ninguna como la primera

La primera tapa de El Ciudadano presentó una primicia que repercutió a nivel nacional. Un debut ideal.


“Permiso….”. El novel periodista interrumpió la reunión de los editores, los más experimentados, que lo miraban con más molestia que interés. “Yo tengo esto”. Y “esto” era justo lo que estaba en discusión, la primicia, la “bomba” que sin romper nada ni herir a nadie también tiene un poder y una expansión devastadora. Una docena de preguntas después, en el debate más complicado en meses, los editores sólo celebraban. Al día siguiente El Ciudadano se iba a estrenar en la calle con un notición. Y esa tapa, así fue, tuvo trascendencia nacional. Muchas otras, a lo largo de los años, también la tendrían. Pero no hay como la primera vez.

“Cattáneo pensaba salir del país un día antes de morir”, marcó el título principal de la edición en papel Nº1 del diario El Ciudadano y la región. Diecinueve años después, acaso ni los más memoriosos recuerden los detalles de aquel escándalo de corrupción, coimas y muerte que ensombreció a otro gobierno nacional. Era el caso IBM-Banco Nación, y el cofre pirata de entonces pesaba más que muchos de los que hoy están en sospecha: 500 millones de dólares. La nota daba cuenta de que un empresario, Marcelo Cattáneo, que seis meses antes había sido encontrado pendiendo de un árbol en la Ciudad Universitaria de Buenos Aires, había solicitado permiso para viajar al exterior a la Justicia rosarina, donde también tenía problemas. Era hermano menor de Juan Carlos, que había sido subsecretario general de la Presidencia y, como aquél, pieza clave de un contrato del gigante norteamericano para informatizar al principal banco público argentino. Regalo de nacimiento, tapa y noticia se replicaron en pantallas locales y nacionales, en los tiempos en que todavía las emisiones de noticias de la televisión abierta le hacían frente a la televisión por cable.

Puertas adentro, la nota, de Federico Águila, también había causado estruendo. No se trataba –nunca fue así en este diario– de un descubrimiento personal sino de una persistencia colectiva, un trabajo que, en realidad, había comenzado antes, no en una oscuridad total, pero sí controlada. No son muchos los que saben que El Ciudadano había comenzado a escribirse y editarse meses antes de salir a la calle.

Desordenado, desprolijo, a pura prueba y error, con un diseño que se evaluaba y se corregía día a día, semana a semana, periodistas de título, periodistas de oficio y periodistas que recién empezaban a teclear una palabra trabajaban y recibían su salario por hacer un diario que no existía. Eran los números cero.

Todavía faltaba personal, todavía el proyecto estaba incompleto, todavía alguien se pre-sentaba por primera vez y le señalaban una computadora. Todavía alguien quedaba y a alguien le decían que no.

Se iba terminando el frío y una antigua casona, en bulevar Oroño a metros de San Luis, rebosaba de actividad. En la primavera de 1998, todavía algunos diarios argentinos usaban máquinas de escribir. En la incómoda redacción de éste, las luces de colores de los flamantes monitores de computadora destellaban y el sonido de teclas plásticas inundaba lo que había sido una cochera, un quincho, un comedor. Y en un momento hasta los dormitorios de la planta alta. Sólo el hoy ya casi inexistente y agudo ruido de las impresoras de punto, que escupían papel troquelado sin parar, se imponía aún sobre las gargantas.

En el número cero cada turno se hacían entrevistas, se chequeaba información, se contrastaban fuentes. Se llamaba por teléfono, y se explicaba, con dificultad, lo que se estaba haciendo. Así, cada día se redactaban las noticias, se corregían, se volcaban en los diseños de página y se imprimían en las entonces nuevas y escasas impresoras láser. Cada noche concluía con el diario listo y terminado, que no llegaba a ningún quiosco. Cada jornada se corregía un error de la anterior. Hasta que comenzó octubre.

En los inicios del décimo mes de 1998 el producto estaba listo, terminado. El plan había sido lógico: un día cualquiera el diario iba a aparecer, al fin en pesadas pilas que se iban a dejar a cada canillita de la ciudad. No importaba si eso iba a ocurrir: en la madrugada anterior o la siguiente. Una enorme y cargada parrilla en la planta impresora de Capitán Bermúdez reunió a todos como anuncio de lo que iba a ocurrir: el nacimiento del 7 de octubre de 1998, que ya dejó la adolescencia y va camino a cumplir dos décadas. Como siempre, con sus trabajadores poniendo el hombro.