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Nico Rosberg: brillante y en lo más alto

Historia reciente del alemán Nico Rosberg, el nuevo rey de la Fórmula 1 que logró reinventarse y burlar al olvido.

Hace exactamente un año atrás, tras ganar el Gran Premio de Abu Dhabi, Nico Rosberg alcanzaba una marca de tres victorias consecutivas; intentando dejar atrás, estérilmente, los laureles que se habían posado sobre su compañero Lewis Hamilton, quien se proclamaba campeón del mundo nuevamente con la escudería AMG Mercedes F1 en Austin, Texas, tres carreras antes del final. Nico, por ese entonces, intentaba despertarse del golpe de nocaut que su compañero le había propinado, prácticamente echándolo fuera de la pista en la carrera estadounidense, dándole una paliza deportiva y, sobre todo, psicológica.

En ese entonces, Nico era mirado de reojo por todos, con cierta desconfianza; en vías de ser juzgado por la historia, apenas, como el hijo de Keke Rosberg, aquel campeón que tuvo la Fórmula 1 hace 34 años atrás. La temporada 2015: la segunda de dominio total del equipo teutón, había sido la peor de todos sus años en la escudería alemana; no en resultados, ya que había conseguido su segundo subcampeonato, sino por las expectativas derrumbadas que se habían posado sobre él. Esas tres carreras, con nada importante en juego, sin embargo, le permitieron al rubio y simpático alemán extender su crédito y dejar atrás cualquier escolta de sombras, que lenta e inexorablemente lo conducían hacia el olvido. A lo sumo, hacia un rol protagónico en un equipo de poca monta. Lejos de los focos. Fuera de su camino.

Este año, Rosberg comenzó a trabajar más intensamente con un coach personal, intentando parecerse a ese piloto enfocado que lució en el epílogo del año anterior. ‘Aquí y ahora’ serían las premisas psicológicas en la que debía apoyar su mente para lograr superar sus debilidades aparentes y proyectar sus virtudes genuinas. Todo esto con el desafío de lograr un enfoque en el presente mismo y evitar el desgaste mental que podría asestarle una temporada agotadora de 21 carreras con Lewis a su lado.

Y su arranque fue mejor de lo esperado: mientras Hamilton tenía problemas de fiabilidad con su auto, y el resto no comprendía como Mercedes seguía siendo tan dominante, Rosberg se guardó en el bolsillo las primeras cuatro competencias. Lejos de mostrarse excesivamente eufórico y confiado, declaraba: “Sé que en cualquier momento Lewis comenzará a obtener buenos resultados, porque está andando fuerte, se lo ve motivado y con ganas de volver a la victoria. Por eso, yo necesito estar muy bien conectado con el auto y con la confianza suficiente para querer superar mis límites”.

Y de a poco esos momentos comenzaron a llegar: Hamilton encontró un mejor feeling con su auto. Luego del toque entre ellos en Barcelona, la marea británica empezó a mojarle los pies a Rosberg. En un instante, justo al momento del receso veraniego, su compañero había sumado seis victorias de siete, tomando por asalto la punta del campeonato y revelando firmes intenciones de probarse su cuarta corona.

Pero mientras al moreno británico se lo veía relajado y disfrutando de sus vacaciones de media temporada; por el contrario, a Rosberg se lo apreciaba más sereno de lo que se podía llegar a esperar, con un gesto más concentrado: como quien se está buscando, pero sin apuro. Aunque con la entera procesión carcomiéndole cuerpo y alma por dentro.

Y llegó Bélgica, y todo pareció florecer para Nico que aprovechó la penalización de Hamilton y ganó. Y volvió a ganar en Italia. Y volvió a hacer lo mismo en la noche de Singapur, sin fisuras y haciendo gala de una serie de recursos nunca mostrados como las ¡siete décimas! de ventaja en la clasificación a su propio compañero. Allí, los flashes fotográficos y los fuegos artificiales se conjugaron en un sinfín de elogios que acrecentó la figura del piloto hasta esa fecha, depositándolo en un estamento que nunca antes había pisado, con un marcado favoritismo de cara al título.

Llegó Malasia y, mientras Rosberg escalaba posiciones luego de un golpe recibido de Vettel, a Hamilton le explotaba el motor de su auto, y sus esperanzas de pelea se quedaban tambaleando sobre una delicada cuerda. Más aún cuando una semana después, el propio alemán ganaba en Japón con autoridad y le ampliaba a 34 puntos la pugna por el campeonato, alcanzándole con finalizar en el podio las últimas cuatro citas para poder festejar.

Con la calculadora

En Estados Unidos, México y Brasil, Rosberg llevó la calculadora a su lado e, inteligente y riesgosamente, hizo lo que le convenía: terminó segundo detrás de Hamilton. Lo tildaron de conservador en un mundo de líricos, que sólo tienden a enaltecer cuando la historia la escriben los mártires. Pero a Nico poco le importó; se mostró diplomático y trató de disimular la presión frente a la inquisitoria de la prensa. Hizo lo lógico: vivió de rentas, sabiendo en su interior que, inevitablemente, su momento llegaría.

Sería en la carrera final, justamente en Abu Dhabi, donde el año pasado las tinieblas de un circuito en medio del desierto lo habían devuelto a la luz. Allí tuvo que sacar lo más aguerrido de sí cuando luego de estar por algo más de doce vueltas esperando que su equipo le diera la orden de atacar al difícil de Max Verstappen. Cuando en el equipo entendieron que su posición y, por ende, su título se ponía en serio riesgo. Fue allí donde mostró que estaba hecho. Rosberg desenvainó y fue, a punta de espada, a buscar lo que creyó que era de él. En un movimiento agresivo, con plena decisión y siendo necesariamente eficaz, buscó a Verstappen por el lado interno, estirando una frenada interminable donde ambos quedaron a milímetros de tocarse. Pero siguieron a la par y Rosberg, astuto, de pronto cambió la trayectoria, apuntando convencido, directo al lado interno de la curva hacia su derecha, donde aprovecharía la tracción de su auto, con la que logró imponer su voluntad dejando atrás al holandés. Probablemente la maniobra con la que resumiría, hasta aquí, su mismísima existencia como piloto.

Ser o no ser

Luego, sobre el final, enfrentó el dilema ‘shakespiriano’ de ser o no ser. De responder a la provocativa invitación de Lewis Hamilton que lo ralentilizaba y buscaba tenerlo a su merced de cualquier maniobra; o soportar la presión que Vettel, Verstappen y Ricciardo, apenas más atrás, quienes amenazaban con robarle lo que había venido a buscar, y que lo obligaban a no cometer el mínimo error. Y Rosberg hizo lo que tenía que hacer: se defendió de Vettel con uñas y dientes, y no mordió el anzuelo que Hamilton le había tendido. Lo hizo en las últimas cuatro vueltas, conteniendo el aliento, abrazado a una bomba atómica, intentando no moverse un milímetro de su trayectoria. Siendo veloz, siendo inteligente, como casi todo el año, y mostrándose agresivo cuando hizo falta. Permitiendo también que ingresaran apretados, como en un guión de película, sobre la recta principal, donde Hamilton vio la bandera a cuadros de una amarga victoria. Donde Rosberg, en cambio, sumido una sensación de delirio, pero real, encontró en los cuadros ondeantes la entrada al verbo para el que probablemente se había preparado toda su vida: ser campeón del mundo.

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