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Nicki, mujer trans que murió en contexto de vulnerabilidad extrema

Jésica Benavídez tenía 33 años, vivía en la capital de Entre Ríos y trabajaba como prostituta. El jueves apareció muerta en su casa. “Nosotras queremos también entrar en la agenda emocional del movimiento feminista", indicaron sus amigas


Jésica Benavídez tenía 33 años, vivía en Paraná y era mujer trans. El jueves apareció muerta en su casa. La encontró una vecina: sentada, semi desnuda y sin vida. Los primeros estudios mostraron que no habría sido una muerte violenta y en estos momentos se están realizando los estudios toxicológicos. Jésica, o Nicki como le decían sus amigas, trabajaba como prostituta en la zona del Parque Industrial. Murió en un contexto de vulnerabilidad extrema. “A ella la mató el Estado”, dice Keila González, activista trans, a Cosecha Roja.

Keila conoció a Jésica en 2011 en una asamblea. No eran amigas, pero se veían cada tanto cuando ella llevaba profilácticos a la zona donde estaba Nicki. “Su pérdida es hacer carne, una vez más, que somos parte de un colectivo con expectativa de vida de 35 años, que no accede al sistema de salud pública ni laboral ni mucho menos de educación”, lamenta.

Nicki vivía en una casa precaria, de chapa, bolsas y maderas, en el barrio Los Hornos, saliendo de la ciudad. Pero era oriunda de Santa Elena, una ciudad ubicada en la costa del río Paraná con poco más de 17 mil habitantes. Allí todavía viven sus padres, quienes recibieron la noticia por la hermana de Jésica que ayudó a trasladar el cuerpo para la despedida. A su hermana la buscaron las amigas de Nicki. Sabían que vivía en un barrio del centro de Paraná y fueron puerta por puerta preguntando.

Ximena Valentina Monzón era amiga de Jésica desde los 18 años. Ella también es una mujer trans que vive en el sistema prostibulario, pero en la zona del centro de la ciudad. “Ella era muy amiga de todas, hablaba con todas, y da muchísima bronca que haya muerto como un perro. No tenía nada”, dice Ximena. “Vos podías estar mal y ella te salía con cualquier cosa que te hacía reír”, recuerda.

Ximena y Nicki se conocieron por otra mujer trans. Se juntaron a tomar mates en la casa de ella y no se separaron más. “Era como parte de mi familia”, asegura. A veces, Nicki caía en la casa o en la esquina donde trabajaba. Si tenía algo de dinero la invitaba a ir a bailar. “Te pagaba el remis, la entrada y bailaba como loca”, recuerda Ximena.

Hace un año y medio, Nicki estaba en el Parque Industrial y le robaron. Recibió un tiro en la pierna que la dejó un tiempo en el hospital y luego renga. “Me acuerdo que fui casi llorando a verla al hospital y la encontré pata arriba con el yeso riendo lo más campante. Parecía que estaba en la playa”, rememora Ximena. Hoy muchas compañeras de Nicki no van a poder despedirla porque no tienen dinero para viajar hasta Santa Elena.

“El caso de Nicki es un fiel reflejo de lo que vivimos diariamente las mujeres trans”, afirma Keila. “Nosotras queremos también entrar en la agenda emocional del movimiento feminista. Que también recuerden que somos objeto de deseo para la lucha”.

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