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Ni la lluvia puede detener la fe depositada en Ignacio

Alrededor de 270 mil fieles participaron del Vía Crucis. El cura pidió a Dios la gracia de “decidir por la vida".

Con velas y rosarios en sus manos, abrazados, en soledad, pisando charcos, mirando al cielo, arrastrando sus problemas, alegrías y certezas, en busca de soluciones, sanaciones o simples agradecimientos, unas 270 mil personas transitaron anoche por entre las calles de barrio Rucci el recorrido “paso a paso de los sufrimientos de Jesús”.

Tras la figura de un cura que traspasó anoche toda frontera (el propio Ignacio por primera vez realizó pasajes del Vía Crucis en inglés para aquellos que lo siguen desde otros lugares del mundo por internet), la multitud escuchó con devoción cada una de las meditaciones de las 14 estaciones del Vía Crucis, durante casi tres horas, aunque a veces tuvieron que esforzarse por no desconcentrarse, por los gritos de los vendedores ambulantes prolijamente diseminados por el camino.

El padre Ignacio Periés arrancó la noche con las palabras del Hijo pródigo: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti, y con la respuesta de un Dios misericordioso estaba dispuesto a perdonar en esta noche de gracia”. Entre los miles de seguidores de Ignacio que anoche recorrieron con inmensa fe las calles del barrio Rucci, en la zona noroeste de la ciudad, estaba Nancy. Comenzó a participar del popular Vía Crucis de Natividad del Señor cuando sintió la necesidad de pedir por su hijo, afectado por el uso de drogas. “Ahora tiene 19 años y hace tres que no consume”, se conmovió la mujer ante este diario, y siguió su marcha.

María del Pilar fue responsable anoche de un número importante de los fieles que se congregó a pesar de la lluvia y el mal tiempo: llegó hasta allí con sus siete hijos, su nuera y nietos. “Somos elegidos por Dios por estar cerca del padre Ignacio, algo que quisieran muchísimos”, reflexionó.

Gloria estaba entre un grupo de personas con discapacidad, apostado a un costado del altar donde finalmente Ignacio dirigió sus palabras. “Vine por primera vez hace cuatro años cuando sufrí la amputación de mis dos piernas”, dijo la mujer a este diario. “Vine a agradecer por mi vida a pesar de todo lo que me pasó”, agregó.

El caso de Mirta es más esclarecedor aún de la fe que despierta la figura del sacerdote asentado en Rosario hace más de dos décadas y media. Vive en Paraná, la capital de Entre Ríos. Hace catorce años que todos los Viernes Santos los pasa en Rosario, cerca del carisma del padre Ignacio.

Contó Mirta a este diario que era atea, no creía en Dios. Sin embargo, una consulta médica que le diagnosticó la presencia de cuatro tumores en las mamas la convenció de visitar a ese cura morochito que habla un castellano bastante atravesado, y que reúne enormes multitudes cada año. “El padre me pidió que no me operara”, contó Mirta a El Ciudadano. Los tumores ya no están en los pechos de la entrerriana, que cada año trae a coterráneos suyos a Rosario para visitar a Ignacio y transformó su ateísmo en fe en Dios.

Tomando los pedidos de los miles de fieles que acudieron a su convocatoria, el padre Ignacio pidió por un problema actual: la seguridad: “Que nuestras familias tengan seguridad; muchas viven en la ansiedad por no tener seguridad ni tranquilidad. Que el señor bendiga y proteja nuestros hogares y nuestras familias”. El sacerdote también pidió a Dios por los niños enfermos y por aquellas personas “que no tienen recursos ni obra social para cuidar su salud”. Al solicitar por trabajo señaló que “en lugar de cerrar las empresas, que abran más”.

En el escenario montado en Circunvalación y avenida de los Granaderos y a los pies de la gran cruz, llegó la multitud a las 23.40 y recibió la bendición de Ignacio con dos cruces de madera, mostrando las fotos de sus familiares y seres queridos.

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