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Newell’s se despidió del torneo con un empate que redondeó un buen año

Jugar en el Chiqui Tapia da miedo. No por el entorno, que no supera las 5 mil personas. Tampoco por rival, ya que Barracas es un equipo con limitaciones, laborioso, peleador, aunque sin muchos recursos. El temor siempre pasa por los arbitrajes

Foto: Amilcar Orfali
A veces es difícil analizar partidos cuando los árbitros, complotados con el VAR, vuelcan demasiado la cancha con sus decisiones. Y cuando esto sucede en un estadio que se llama Claudio “Chiqui” Tapia, entender el por qué de los fallos de los jueces Lobo Medina y Lamolina parece sencillo, aunque suene ilógico y disparatado. Newell’s se despidió del torneo con un empate que redondeó un buen año, aunque la bronca por los errores arbitrales es difícil de disimular.
Jugar en el Chiqui Tapia da miedo. No por el entorno, que no supera las 5 mil personas. Tampoco por rival, ya que Barracas es un equipo con limitaciones, laborioso, peleador, aunque sin muchos recursos. El temor siempre pasa por los arbitrajes, amenazantes para cualquiera que enfrente al equipo del presidente de AFA en su cancha, donde no se puede jugar de tardecita porque no tiene iluminación artificial, fútbol argentino en su máxima expresión.
En este entorno intimidante, un salto con el codo extendido de Julián Fernández es penal, imposible que no lo sea (con el VAR es cobrable) si el beneficiado es Barracas. Pero un brazo que amplia volumen y toca la pelota no merece la misma sanción, ni siquiera la decisión de revisarla. La razón, el de la mano es jugador del local, puede fallar.
Claro que a veces los arqueros atajan y eso hizo Morales frente al remate del hijo de Tapia. Y hubo que darle otra chance, otro penal, esta vez por un resbalón de Juanchón que generó un contacto que en cancha pareció penal y en el VAR no, aunque Lamolina vio algo distinto. Y el segundo penal fue bien ejecutado por Valenzuela para el 1 a 0.
Con todo cuesta arriba y mucha bronca, Newell’s se recompuso. Sordo entró bien y enseguida empató con un zapatazo certero, más parecido a los goles que hizo en el inicio de torneo, antes de lesionarse.
Pudo ganarlo Newell’s, porque Barracas se cansó en el medio, mostró fallas atrás, y otro penal no iba a tener. Aunque encontró un mano a mano bien resuelto por Morales. Pero la Lepra careció de un conductor, extrañó a Pablo Pérez, y cuando Coria pensó que Ferreira podía darle una mano, el volante volvió a decepcionar. Para colmo Panchito González se cansó de desperdiciar contragolpes y Juanchón se quedó sin piernas.
Quedó un ataque final, pero Sordo llegó con poca nafta para asistir a un Ferreira que quedaba solo y Díaz mandó la pelota al córner. Nunca se ejecutó ese tiro final, el árbitro no quiso correr riesgos y decretó el final. Lleno de bronca para los jugadores leprosos, que cerraron un año positivo con clasificación a la Sudamericana, pero sufrieron mucho los fallos arbitrales. Y en el Chiqui Tapia no podía ser la excepción.

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