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Narcotráfico en Rosario: hay que terminar con este circo manchado con sangre

Sin tomar medidas de fondo, veremos la violencia crecer, miraremos impávidos que caen nuevos funcionarios involucrados y lloraremos con dolor nuevas víctimas inocentes, hasta que llegue un nuevo desembarco de fuerzas federales que confirme que vivimos en un círculo vicioso, en un circo pintado con sangre


Octavio Crivaro 

Hay una serie de películas en las que una ficción, que transcurre en una pantalla dentro de la pantalla, rompe el límite simbólico y se instala con toda su fuerza vital en el mundo de lo real. Sucede en la simpática La rosa púrpura del Cairo. Sucede también en la más golpebajera La Llamada, donde lo atroz, lo innombrable, el monstruo, traspasa la pantalla, se instala y dice: “aquí estoy entre ustedes”. En Rosario, esa intrusión entre dos mundos que muchas veces se trató de mostrar cómo paralelos, intangibles entre sí, ocurrió hace un tiempo. Sucedió cuando ráfagas de balas de bandas narcocriminales asesinaron a una docente de danza, Virginia, y a su madre Claudia, docente jubilada. Sucedió cuando una acción similar culminó con la vida de un niño, Maxi, en el popular barrio Los Pumitas. Aconteció también cuando una fracción de la barra brava de Newell’s le dejó un mensaje a otro sector en el bolsillo del cuerpo asesinado de Jimy, un músico y malabarista tomado al azar. Hace rato que en Rosario ya no creemos más que ficción y realidad sean realidades paralelas. Son mundos que coexisten y se cruzan.

Los ataques de esta semana, no obstante, dejan la sensación amarga y odiosa de que ese límite que ya no existía, existe menos aún. Sicarios de bandas narcocriminales asesinaron, en un latigazo brutal de cuatro días, a cuatro trabajadores: dos taxistas, un chofer de la línea K de colectivos y un joven playero.

Los ataques fueron coordinados y planificados, y se suman a otro chofer asesinado meses atrás y a un sinfín de balaceras, mensajes amenazantes y actividades por el estilo. Planificados, porque dos de ellos fueron hechos con el mismo arma y las mismas balas. Coordinados, porque los ataques tienen un objetivo. Las víctimas fueron elegidas al azar. El lugar donde fueron elegidos, no. Al asesinar a 4 trabajadores inocentes podemos inferir que los organizadores no solamente buscaban generar conmoción en general, sino una en particular: al tratarse de taxistas, colectiveros y playeros, la lógica y reivindicable respuesta de sus compañeros fue parar la actividad laboral en reclamo de justicia y en un reflejo de autopreservación. Sin colectivos, nafta ni taxis, a lo que se sumaron recolectores y docentes, la situación fue de virtual paro de actividades. Los narcos quisieron generar una conmoción específica, creando las condiciones para forzar una negociación con Pullaro, que los viene toreando en Instagram.

Matones de internet

El crecimiento de la violencia narcocriminial en Rosario tiene causas y una historia más larga que el último mes, algo a lo que nos referiremos pronto. Pero este raid de asesinatos de trabajadores inocentes tiene un origen y tiene responsables: Maximiliano Pullaro y Pablo Cococcioni. Por más que lo disimulen con el despliegue (¡Noticias de ayer, extra, extra!) de tropas federales en la ciudad maldita, y la cara de compungido que el gobernador ensayó oportunamente para la conferencia de prensa, Pullaro y Cococcioni hicieron que trabajadores paguen los costos de la sobredimensión del resultado de un focus group que seguramente les hizo creer que debían actuar como el presidente despótico de El Salvador, Bukele, pero en la ciudad de la trova, Fito Páez y Fontanarrosa.

Se sabe: los diferentes gobiernos y partidos tradicionales hacen, claro, todo tipo de estudios de campo cualitativos y cuantitativos a partir de los cuáles orientan la (falta de) política pública. Lógicamente, en una ciudad en que el índice de homicidios multiplica al de otros focos urbanos de Argentina, ese concepto brumoso llamado “inseguridad” es una de las principales preocupaciones. Y entre votantes de Milei y, se ve, de Pullaro, caerá simpática la mano dura y la figura del derechista y violador de derechos humanos, Nayib Bukele. Por eso Pullaro y Cococcioni prepararon una redada en el Penal de Piñero, donde se alojan presos de alta peligrosidad para, literalmente, hacer un posteo canchero en Instagram que les habrá sugerido un community manager montado en endorfinas. Así publicaron una foto de la humillación de los presos con la leyenda “La van a pasar peor”. Ahí también la foto traspasó la pantalla y nos invadió: la jactancia manodurista por parte de un gobernador que a duras penas controla su Instagram y mucho menos controla el descalabro de instituciones en Santa Fe (como sí controla el pequeño dictador Bukele), costó caro y se pagó con cuatro vidas. ¿Qué estamos diciendo con esto? ¿Que no hay que atacar los privilegios de los narcotraficantes? No. Estamos diciendo que ningún gobierno, ni el de Pullaro, ni de ningún otro, quiso ni quiere atacar realmente el entramado que hay debajo del narcotráfico. Cuando decimos “El estado es responsable” no es una mera metáfora. Lo es concretamente, en este y tantos otros casos.

Incursión entre los indios rosarinos

Ahora, por supuesto, lo usual, lo de siempre. Llegan periodistas que relatan desde Oroño y el río como si estuvieran en Líbano en 1982. Otros nos miran parapetados detrás de chalecos de paintball. La prensa de CABA “descubre” Rosario como Colón a América, como Lucio Mansilla relatando su incursión entre indios ranqueles, pero 200 años después y a la vera del Paraná. Vuelven después de 20 años, como diciendo “a ver en qué andan los que en el 2001 comían gatos”. Pero ojo, queridos y queridas visitantes. Aunque lo que pasó esta semana es un salto en calidad, es también una continuidad lógica de lo que viene pasando. Es un fenómeno rosarino, pero no es un fenómeno rosarino, sino que ocurre en todas las provincias, solo que las policías controlan más “eficaz” y “verticalmente” la actividad narcocriminal.
Luego de reprimir jubilados, militantes de izquierda y vecinos organizados en asambleas populares, y de encarcelar tuiteros de la “Unión Soviética” (esto no es una ironía), Patricia Bullrich redescubre el crimen organizado y quiere denominar “terrorista” a todo lo que se mueva y respire en Rosario. Junto al Gobernador Pullaro, aprendiz de Milei que se tomó un descanso de su matoneo en redes, anunciaron un desembarco de tropas federales. ¡Ya son más de 10! Y prometen saturar las calles con efectivos incluyendo el apoyo logístico del Ejército que en La Libertad Avanza y, se ve, también en los ex progresistas de Santa Fe, imaginan tomando tareas de seguridad urbana en el futuro.

Sin embargo no existe un solo balance o cifra que demuestre que los anteriores vuelcos de tropas federales, en los que participaron Cristina, Macri, Alberto, Bonfatti, Lifschitz, Berni, Frederic, Bullrich y Pullaro, hayan servido para algo más que atestar los barrios populares, identificar personas con tez oscura.

Es el Estado, che, es el capitalismo

Cada desembarco parte de una presunción geográfica y social falsa: que la actividad del narcotráfico se localiza entre sectores marginales social y urbanísticamente. Pero no. Solo para hacer un racconto que trasciende la longitud de la nota. En Rosario han caído como moscas jefes policiales del más alto nivel, incluidos los responsables de drogas peligrosas. Se ha denunciado a senadores por complicidad con el crimen organizado. Han caído presos el jefe de los fiscales y su lugarteniente. Se ha apartado al fiscal que investigaba a esos fiscales. Se ha denunciado a jueces (algunos federales) por complicidades varias, se ha visto a otros haciendo viajes de esparcimiento con narcotraficantes y muchos etc. Y esto no ocurre en el Estado como un reservorio autónomo: el narcotráfico es una actividad ilícita pero capitalista, que se entremezcla y hace aleaciones con las ganancias derivadas del agro, con los puertos cerealeros del sur de Santa Fe y con las cuevas que lavan esas ganancias en paquetes edificios marmolados del centro de Rosario. La detención del financista Gustavo Shanahan por vender dólares a narcocriminales y la confiscación de cargamentos en puertos cerealeros, confirman la participación empresaria. La pertenencia del propio Shanahan al grupo Vicentin en el pasado, une ambas cosas. Con respecto a la participación estatal, solo resta agregar una prueba: los dos taxistas asesinados, fueron baleados por un arma policial, con balas de la Policía de Santa Fe, que salieron de la planta de Fabricaciones Militares. La impunidad pavoneándose. El Estado no encubre, ni solamente es cómplice: el Estado es garante, impulsor y beneficiario de la actividad narcocriminal. Pero obvio: los policías irán a la periferia, no a Tribunales, a la Bolsa de Comercio ni a las sedes de gobierno.

El facilismo mata

Los taxistas, playeros y choferes, y los trabajadores en general, han respondido con contundencia y canalizado su bronca con una acción obrera muy importante, paralizando la producción, frente a gobiernos que combinan inoperancia con complicidades varias. El paro de trabajadores muestra la fuerza social que puede (y debe, si se me permite la afirmación) ponerse en juego para enfrentar un oscuro mundo que opera gracias y al calor del amparo estatal y que ha decidido atacar a los que laburan todos los días. Esa fuerza social es la misma, no casualmente, que podría derrotar el plan del gobierno nacional, el provincial y las grandes empresas que los dirigen, que buscan hacer más pobres a los trabajadores y más millonarios a los ricos. ¡Sí, hablamos de esas multinacionales desde cuyos puertos salen kilos y kilos de cocaína!

El paro y la movilización son claves para afrontar todas las penurias que enfrenta el pueblo trabajador, pero es clave, fundamental, muy necesario, encarar esas tareas con absoluta independencia de los gobiernos que militarizan Rosario porque no tienen solución ni a los problemas del trabajo, ni al de vivienda, ni al de los bajos salarios, ni al de las organizaciones criminales. Simplemente porque son parte. Por eso remarcamos siempre la importancia de que las y los trabajadores levanten un pliego de demandas y de propuestas que planteen una salida de fondo, en serio, superador, lejos de todo facilismo. Estatizar los puertos, las grandes cerealeras y los bancos y financieras desde donde se lavan activos ilegales, empezando por el Banco de Santa Fe. Terminar con la Sociedades de Acciones Simplificadas, que son la tapadera del “emprendedurismo narco”. Encarar la resolución íntegra de todos los problemas sociales sobre los que se alimenta el poder de reclutamiento del narco. Atacar el conjunto de complicidades estatales hasta desmantelar el aparato represivo partícipe del narco. Y discutir con seriedad y urgencia la legalización de las drogas para terminar con el status ilícito alrededor del cual se camufla la violencia criminal y una tasa de ganancia extraordinaria. Sin tomar esas medidas de fondo, veremos la violencia crecer, miraremos impávidos que caen nuevos funcionarios involucrados y lloraremos con dolor nuevas víctimas inocentes, hasta que llegue un nuevo desembarco de fuerzas federales que confirme que vivimos en un círculo vicioso, en un circo pintado con sangre.

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