Silvina Heguy / eldiarioar.com
“El único problema es que no existíamos. Habíamos muerto todos en la Guerra contra Paraguay. Pero yo, de una bala no nací”, había dicho concluyente María Magdalena Delamadrid mientras se señalaba de cuerpo entero como para no dejar duda de que era argentina de quinta generación, descendiente de africanos y una de las responsables del censo que se estaba realizando entre la comunidad afroargentina. Argentina estrenaba el siglo XXI con esa deuda.
Unos meses después, en agosto de 2002, Pocha –como le decían– no pudo salir del país. Viajaba de invitada a un congreso contra la discriminación en Panamá cuando en Migraciones la demoraron porque creían que su pasaporte era falso: porque en Argentina “no existían los negros”.
Así Pocha construyó una vida de lucha que terminó hace unas horas, a los 75 años, en Ciudad Evita. Cerca de las vías de Puerta de Hierro, Pocha contó a las generaciones que la siguieron sobre las costumbres y las historias que le habían contado a ella sus padres y sus tías.
Negros: un problema sólo de Brasil
La otra historia, la de su militancia, había comenzado precisamente un día de 1996, cuando se encontró de frente con el mito que decía que en la Argentina no hay población negra. Ella que había escuchado de sus antepasados esclavos sobre cómo habían sido trasladados sus abuelos de los conventillos a esas tierras donde crecían sus sobrinas y sobrinos, donde en los patios seguían escuchando las canciones con tambores.
En ese día de 1996, dos investigadores habían llegado desde Estados Unidos a Uruguay para estudiar allí a la población descendiente de africanos. Como a todos, a ellos también les habían dicho que en la otra costa del Río de la Plata no existía una población negra: pero alguien se los negó y los contactó con Pocha, descendiente de una pareja de esclavos que vivió aquí desde la época del Virreinato.
Pocha, que trabajaba por horas en casas de familias, fue invitada a Estados Unidos. Con su presencia en la Universidad Howard, en Washington, negó las palabras que, según le dijeron, el entonces presidente Carlos Menem había dicho dos meses antes de su llegada: “En Argentina no existen los negros; ese problema lo tiene Brasil”.
Entonces le contestó: “Acá estamos, señor presidente, los negros que usted no encuentra en la Argentina”. Y se volvió con un objetivo: fundar Africa Vive, una organización no gubernamental, que se ocuparía de rescatar los valores de la comunidad afroargentina. Obtuvo un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo y ayuda de la Fundación Kellogs.
A pesar de sufrir los problemas de ser excluidos en un país de una mayoría de excluidos, en 2001 Pocha redobló la apuesta. Decidió censar a su comunidad. “Basta con una gota de sangre para ser negro”, dijo para explicar a quiénes consideraba afrodescendientes. En total estimaba que eran más de dos millones.
El mito que escondió a los negros y los había callado
Aprender sobre sus derechos y cómo luchar contra la discriminación y el olvido, a Pocha le llevó varios viajes a diferentes encuentros. Desde 1996 consiguió becas de estudio y un programa de préstamos para microemprendimientos de trescientos pesos para que la gente luche contra el desempleo. El censo surgió con el apoyo de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.
Fue como tirar una hilachita, contaba Pocha. A veces –recordaba– los censistas recibían el silencio como respuesta: el mito que escondió a los negros durante años, también parecía que los había callado. El tatarabuelo de Pocha era un esclavo liberado que trabajaba con el general Lamadrid y se enamoró de Pepa, una esclava que compró para darle la libertad y después casarse. La mayoría de sus descendientes nacieron después de 1813 cuando en el país se dio libertad a los hijos de los esclavos.
En las entrevistas hechas de aquel censo, la historia de esta comunidad (que en 1810 era la tercera parte de la población de Buenos Aires) se repetía. Un concejal –contaba Pocha– un día le abrió la puerta de su despacho y cuando la cerró le dijo: “Sos igual a mi abuela, pero la teníamos escondida en un cuarto para que no la vieran”.
“En Washington me di cuenta que la situación era la misma, pero que acá yo gritaba sola. Además de no existir, el problema es que estamos en la periferia”, había dicho en una entrevista a <Clarín<, a la que lamentablemente no se puede acceder desde el archivo digital. No fue la Guerra del Paraguay (1861/1870) ni la epidemia de fiebre amarilla (que en 1871 azotó a Buenos Aires) lo que los borró del mapa, sino la pobreza.
“A los que les fue mejor se compraron un terreno afuera, después tuvieron hijos que no pudieron salir de la limitación impuesta por la discriminación”. Entonces, “una mujer que tenía un parque con frutales, ahora lo tiene con las casillas donde viven sus hijos”, relataba.
La primera modelo negra de desnudos en Bellas Artes
A sus familiares, Perón los había sacado de los conventillos de San Telmo para mandarlos a unas casas en Villa Soldati. De ahí los militares los habían trasladado a Ciudad Evita. Pocha vivió su infancia ahí en una casa con 32 primos hermanos. Creció como hija de madre soltera. Sus días de escuela primaria los pasó en un colegio de monjas donde “no hacían preguntas”, gracias a las influencias de una tía.
De ella sacó la belleza de sus rasgos. Esa tía fue la primera modelo negra de desnudos en Bellas Artes. “Ahí era un lunar”, había recordado en la misma entrevista.
Un posteo de Facebook de la Asociación Misibamba hace dos horas contó la noticia. “Con profunda tristeza y pesar despedimos a nuestra hermana de la tribu afroargentina, Maria Magdalena Pocha Lamadrid”.
Y seguía: “Hoy es un día de dolor para la familia Misibamba, para toda la comunidad afro en Argentina, para todes lxs que nos hemos inspirado en Pocha para salir a luchar por nuestros derechos. ¡Qué nuestrxs ancestrxs te reciban hermana querida! Kiambote Mfumbi, Pocha (saludo a tu espíritu, Pocha)”.
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