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Momento de cambio: Javier Trímboli define el kirchnerismo

Para definir lo que fue el sector político que gobernó el país entre 2003 y 2015, Javier Trímboli revisa sus políticas sociales, su relación con el peronismo y su cultura y arriesga que salió del Estado porque no pudo pensarse por fuera del capitalismo.


ENSAYO
Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución
Javier Trímboli
Editorial Cuarenta Ríos
168 páginas.

En la antigua teoría geocéntrica, de los grandes filósofos griegos, el mundo sublunar era la región del cosmos que estaba situada por debajo de la luna, que más tarde se adjudicó al mundo espiritual. Esta región por debajo de la luna estaba caracterizada por estar sometida al cambio. En su Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución, Javier Trímboli usa esta metáfora para pensar el presente político, social, económico y cultural de nuestro país. Aunque también echa mano a la Historia y se remonta hasta 1955 para poder reflexionar sobre el kirchnerismo en un momento de cambio. Según su opinión, el kirchnerismo no fue un invento de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, sino una confluencia de distintas corrientes y culturas que se alinearon tras la enorme crisis de 2001. El pasado viernes, Trímboli presentó su libro en la librería Paradoxa (Mendoza 923). Un poco antes conversó con El Ciudadano acerca de este trabajo.

—¿Cómo definirías el kirchnerismo?

—El kirchnerismo es algo que se constituyó en dos gestiones presidenciales, y que por lo tanto produjo una movilización interesantísima de masas, y a la vez también produjo un conjunto de medidas de reparación, sumado a la intensificación de las luchas sociales, culturales y políticas desde el Estado. Hoy, el kirchnerismo se está redefiniendo, se está pensando a sí mismo por fuera del Estado.

—¿Qué relaciones con la Historia te interesó pensar en tu libro?

—Me interesó pensar que el kirchnerismo no es un invento de Néstor y Cristina Kirchner, sino que es una construcción colectiva social compleja que lo que hace es recoger distintas líneas. Líneas que no tenía por qué converger pero que al final lo hacen. Una de ellas sin dudas tiene que ver con la militancia de los años 70. A la vez transformada por la derrota de esa militancia y por la sobrevida de aquellos que lograron escapar o evitar caer en las redes fatales del terrorismo de Estado. Por otro lado está la línea del peronismo que remonta al 55, también en clave de derrota, pero que vuelve a reconstituirse o vuelve a realinearse en función de esa línea que es el kirchnerismo. Otro afluente es el de 2001 y otro también es el de la militancia de los años 80, es decir, de la llamada “Primavera democrática”. Contra la imagen de un kirchnerismo simple que nació en 2003, me parece que lo que vale la pena pensar y lo intento hacer en mi libro, que más que una historia es un ensayo, es pensar esta cocción compleja que es el kirchnerismo.

—¿Se puede pensar el kirchnerismo desde la nueva cultura política que genera, además de una cultura que genera en la oposición al kirchnerismo?

—Sí, creo que eso existe. No por nada se insistió tanto en que el kirchnerismo era ante todo un relato. Yo no creo que haya sido eso ante todo. Me parece que el relato acompañó a un conjunto de disputas muy sublunares, muy prácticas, muy concretas. Las retenciones. La Ley de Medios. Sostener esas medidas. La derogación de la Ley de Obediencia de vida y Punto final, son tres medidas fuertes. Todo eso hizo nacer una narración, un relato que sin dudas disputó el espacio de la cultura. Al mismo tiempo, esto tiene sus límites. El kirchnerismo, como contra hegemonía, no tuvo frente al horizonte de época la posibilidad de pensar más allá del capitalismo. El movimiento de masas no reclamó algo más allá del capitalismo. Esto es un problema de época porque hoy por hoy se hace inimaginable para muchos discutir un horizonte más allá del capitalismo. Mucho de la debilidad del kirchnerismo y de la posibilidad de que fuera desplazado hacia afuera del Estado, y al mismo tiempo también muchas de sus medidas derogadas como un retroceso que está ocurriendo, tienen que ver con que no se pudo avanzar en la construcción de otro tipo de sociedad de manera más radical. No se está viendo eso como chance. La cuestión es que el capitalismo no estuvo en tela de juicio más allá de que se hayan atenuado sus formas más cruentas, más allá de que la desigualdad haya sido disminuida. El capitalismo fue el límite, entonces la cultura que se generó siempre estuvo por dentro del sistema. En términos de estructura social que nos condiciona, el capitalismo marcó el límite.

—¿Hay un relato del macrismo que convence?

—Todo proceso político se agota, por más bueno que haya sido. Sería injusto decirlo sobre el kirchnerismo porque se perdieron por muy poco las elecciones de 2015. Sin embargo, es algo para pensar. La crisis política de 2001, que el kirchnerismo supera. La oposición, ligada a los intereses de las clases dominantes, no logra superar esa crisis pero lo puede hacer en 2015. La alianza Cambiemos logra conformar un discurso que supera el periodo de crisis agudo que habían vivido la clase dominante y la dirigencia política que la representaba en 2001. Eso es una novedad. A la vez, me da la impresión de que una parte de la sociedad, que incluso se pudo haber beneficiado con el kirchnerismo, se imagina a sí misma con un modelo de consumo, de progreso, de ascenso que empieza a sospechar que no es la del kirchnerismo. Suponen que el macrismo puede ser ese modelo. A la vez, se vio carcomida la hegemonía por una poderosísima campaña en los medios de comunicación que se supo mantener desde 2008 contra el kirchnerismo. Es cierto que hubo algunas usinas que ya lo habían enfrentado a Kirchner en 2003, pero a partir de 2008 comienza esa campaña mediática. Eso es interesante para pensar por qué en la provincia de Buenos Aires se vota a un gobierno que, probablemente en términos de planes sociales, en políticas públicas no ha bajado el pie del acelerador, lo sigue colocando. Además, administra y gestiona con cierta eficiencia. El problema es que lo hace tomando una deuda que no para de crecer y que amenaza nuestra soberanía. Y es cierto que el capitalismo globalizado funciona así, pero funciona hasta que estalla. Ahora el macrismo está viendo el modelo de Chile, para que cuando la cuestión social estalle lo haga de forma diferente a 2001.

—¿Ves posibilidades para una resistencia social?

—Creo que sí. El tema es ver por dónde va a venir. Hay que ver qué harán los sindicatos y las organizaciones sociales de ahora en más. En los 90 fue a partir de los movimientos de desocupados. Es un ejemplo de lo que se activó al final del siglo pasado. Hay que ver ahora por dónde surgirá ese movimiento contestatario.