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“Molinari baila” vuelve a las pistas

La segunda nouvelle de Beatriz Vignoli fue reditada por el sello rosarino Casagrande. Se trata de una obra que tensa los límites entre la realidad y la ficción, entre la narración y la poesía, y propone un viaje con múltiples escalas


Primera parada: el folletín

Por primera vez en un diario real, en Rosario, aparecía el nombre de Jay Rainbow, un crítico de arte estadounidense que publicaba artículos en el ficticio The Village Voice. Este texano de Wannaktakee, que se había mudado a Nueva York para deshacerse de la mediocridad del sur de los Estados Unidos, estaba especialmente interesado en el pintor Miguel Molinari. Para verlo, para hablar con él, recorrió kilómetros de pampa hacia el sur en un Chevallier. Fue desde Retiro hasta Atopia, la ciudad del calor y la humedad, la ciudad donde vivía el pintor, de algún modo, nuestra ciudad.

Molinari baila se publicaba semanalmente en la contratapa de Rosario/12 y Vignoli recuerda: “Los errores, en el diario, si bien fueron muy pocos, se producían dado que se trataba de un texto políglota y yo en 1998 enviaba todavía el material escrito a máquina de modo que lo «picaba» un compañero en la redacción. Yo comprendía esa molestia, si bien no sabía lo fácil que hubiera sido mandarlo en digital desde un cyber, así que un día me senté en la redacción a copiarlo yo”.

El paisaje: llanura pampeana

El ritmo narrativo del comienzo nos propone un paisaje que, por lo familiar, nos relaja en la comodidad de lo predecible, ¿qué se podría decir de la llanura pampeana a esa altura del siglo XX? Sin embargo, cuando nos abandonamos al confort del asiento, todo estalla. El desierto verde activa una fibra sensible de Rainbow y la narración se torna un torbellino de recuerdos. Estamos de regreso al pasado, a su infancia, hacia ese otro desierto que el personaje conoce tan bien, porque es de donde proviene. Deja de ser una nouvelle, ahora es un viaje poético al origen del ser y del lenguaje.

De Scalabrini Ortiz a Faulkner, de Rosario a Texas, de Atopia a Jefferson, y de allí al mito de origen. Pero con dirección sur. Siempre sur. “Cuando lo iba escribiendo pensaba en un público académico, culto, que supiera valorar los aspectos geopolíticos de la novela, como por ejemplo la orientación sexual o religiosa del narrador, o la relación entre centro y periferia implícita en su amorío con el personaje del título. Tenía esa idea absurda de escritora marginal que iba a “salvarme” llegando a esos lectores. Que alguien iba a leer el libro en alguna cátedra de literatura latinoamericana de alguna universidad estadounidense o española o que por lo menos alguna lectora diversa sexual de Buenos Aires sería editora y querría editarlo como libro”, apunta Vignoli.

Segunda parada: en la pampa crece el ombú

Era mayo de 2012, las paredes de la calle San Lorenzo estaban pintadas con esténciles. “Molinari Baila”, decían. Desde Laprida y San Lorenzo hasta la Facultad de Humanidades recuerdo haber visto por lo menos seis. El Ombú Bonsai era una editorial rosarina con mucha imaginación y pocos recursos. De ahí, la publicidad rudimentaria y efectiva que llega hasta hoy en el recuerdo. El folletín mutaba a formato libro, se iba a proponer a lxs lectorxs bajo el imperio de la unidad sin esperas. La presentación fue en el viejo bar Berlín y de algún modo, todo tenía sentido: la primera novela de Vignoli se llamaba Nadie sabe dónde va la noche, y uno de sus escenarios principales eran los pubs. Desde Manhattan hasta la Pampa había llegado Rainbow para plantar una publicación. De Atopia al bar Berlín había un solo paso. Y una pista de baile para Molinari, que en su danza emulaba al coreógrafo y bailarín neoyorquino David Dorfman. “De haberlo visto bailar y monologar al mismo tiempo con una velocidad vertiginosa surgen los pasajes más rítmicos y musicales del texto. Él no lo sabe pero el título del libro está inspirado en él.” recuerda Vignoli.

Con el trancurrir de los años, el Ombú desapareció y Molinari quedó bailando solo, en el sótano de los inhallables, descatalogado.

2019: Molinari vuelve a las pistas

La segunda novela de Beatriz Vignoli se reditó este año bajo el sello Casagrande. Tiene todos los detalles de las publicaciones de culto: está cosida, es pequeña, viene con una cuchillita para cortar las hojas que quedan unidas al coser los pliegos, la envuelve una ilustración hecha por el taller de impresión Capitana. Comenzar a bailar con Molinari, implica cortar el papel, romper lo uniforme, rasgar la fibra. Solo así se llega a Rainbow. Solo así se viaja en la trama. Y para leer esta novela hay que viajar bastante, no sólo en el espacio, también en el tiempo.

Rainbow, ahogado en su propio pensamiento, desespera ante la posibilidad de no encontrar a Molinari. El torbellino de emociones se desata y lo lleva directo al recuerdo de la herida fundamental, la primitiva: la pérdida del hogar familiar, la de su abuela judía, políglota y sobreviviente del Holocausto, la de sus padres superfluos. Para nombrar esa desesperación desplegará una cargada paleta de colores, una narración que traduce sentimientos, imágenes y recuerdos en palabras. Comienza a hablar el lenguaje de la memoria en Rainbow. Y la poesía invade la trama desplegando todo el potencial rítmico y metafórico de la poeta narradora.

Formas de leer el mundo

“Las bibliotecas del continente americano son bandadas de aves Fénix en diversos estadios de combustión o palingenesia”, dice Jay Rainbow, como si hubiera presentido el destino de la nouvelle que protagonizaba. ¿Cuántas Molinari Baila existen? “Una sola” afirma Vignoli. “No toqué una coma, salvo en la corrección del tipeado”. Es que algunas palabras pertenecen a otras lenguas, como el checo, y requieren grafías especiales. Es una novela políglota y “una ficción de traducción de un original inexistente, como todo lo que produce Rainbow (…) la traducción es una forma de leer el mundo para él” dice la autora respecto del crítico de arte. “Mi invención o reinvención de la voz de Rainbow, de esa voz “extranjera”, surgió en un momento de crisis durante el cual no lograba encontrarle sentido a la vida, al mundo ni a nada”.

La lectura que hace Martínez Estrada de la Pampa y los textos de Walter Benjamin tramaron junto a Vignoli una salida sui generis a la crisis y confabularon una historia que se desplaza al ritmo vertiginoso que producen todos los lenguajes artísticos conjugados: la danza, la poesía, las artes plásticas, la novela, lo real. Y así Molinari baila.

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