Ayer, como cada 2 de diciembre, se celebró el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud en conmemoración de igual fecha, pero de 1949, en que la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó el “Convenio para la represión de la trata de personas y la explotación de la prostitución ajena”.
La invitación es a reflexionar sobre la lacra social de la esclavitud, pero desafiando nuestro intelecto y preguntándonos si la misma ha sido definitivamente erradicada de nuestras comunidades, o si, por el contrario, supo mutar y cambiar de formas.
Aunque pueda parecer extraño, hasta hace relativamente poco tiempo la esclavitud se consideraba una institución de relevancia, fundamentalmente económica, merecedora incluso de una especial tutela jurídica. Hasta bien entrado el siglo XIX, y pese al triunfo del liberalismo político (recordemos el lema de la Revolución Francesa de 1789: “Igualdad, legalidad y fraternidad”) se admitía sin mayor vergüenza que algunos pocos “propietarios” podían poseer personas como si se tratara de cosas.
La República Argentina fue un país pionero en abolir legalmente la esclavitud, entendida en sus formas históricas reconocibles por todos. Luego, con la llegada del republicano Abraham Lincoln a la presidencia de los Estados Unidos, la práctica se suprimió en aquel país, no sin antes suscitarse la famosa guerra civil que duró varios años. El siglo XIX terminó con la esclavitud desapareciendo de nuestro vecino, el Brasil.
Los esclavos de hoy
Sin embargo, de acuerdo con los datos del Informe sobre Trata de Personas del Departamento de Estado norteamericano correspondiente al presente año, en el mundo existen más de 12 millones de personas, la mayoría niños, sometidos a trabajos forzados y explotación sexual.
Es decir que, pese a la abolición legal, la esclavitud real aún existe, asumiendo en algunos de los destinos turísticos más exóticos del globo, particularmente en el sudeste asiático, la forma quizás más repudiable llamada eufemísticamente “turismo sexual”, en el que los clientes suelen llegar en aviones desde Europa y América del Norte (empresarios, intelectuales, artistas, profesionales, etc.) y en el que se prostituye a menores de edad. Parece ser una forma de pedofilia de la que, curiosamente, muchos medios masivos de comunicación no suelen hacerse eco.
Lo que más llama la atención, además de las formas señaladas, es que la esclavitud, entendida como avasallamiento de la libertad individual, puede presentarse de forma más cínica, bajo otros ropajes o atuendos, los cuales parecen gozar de aceptación social o, al menos, de falta de repudio expreso.
El consumo de drogas constituye, según muchos expertos, una nueva forma de esclavitud para el ser humano. Pareciera que nuestra sociedad se ha acostumbrado a ver proliferar miles de institutos de recuperación de adictos, establecimientos que han surgido de la sociedad civil a falta de respuesta adecuada por parte del Estado (salvo honrosas y escasísimas excepciones) y en los que cualquiera que los visite puede contemplar el penoso espectáculo de decenas de miles de jóvenes que han debido aceptar que son esclavos de unas sustancias y de unos proveedores que les impiden ser dueños de su propio destino. Muchos de ellos reconocen que su equivocada idea de libertad, reducida a un “hacer lo que me venga en ganas”, terminó derivando en una degradación moral, hasta culminar un día en forma abrupta, con su internación en dichos institutos de desintoxicación.
Otra adicción terriblemente opresiva es la adicción a los juegos de azar, responsable de la ruptura de numerosas familias. Nótese que los dos ejemplos que nos limitamos a traer a la reflexión del lector, drogas y juegos de apuestas, han gozado en los últimos tiempos de una permisividad gubernamental y mediática que resulta, como mínimo, llamativa.
No desentenderse del necesitado
La Real, Celestial y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos, más conocida como Orden de la Merced, fue fundada en el siglo XIII por san Pedro Nolasco para la liberación de los cristianos cautivos en manos de musulmanes. Los mercedarios se comprometían con un cuarto voto, añadido a los tres tradicionales, y éste consistía en liberar a otros que hubiesen sido hechos esclavos, aunque la propia vida del fraile –pues ellos se entregaban a cambio del cautivo– peligrara por ello.
En el último capítulo –reunión general– de esta Orden, celebrado en mayo pasado en la ciudad de Roma, se meditó sobre la necesidad de vislumbrar las nuevas cautividades que amenazan actualmente las vidas de nuestros pueblos. Quizás sea conveniente seguir este ejemplo y no contentarnos con la abolición legal de la esclavitud, comprometiéndonos en lograr la eliminación real de toda servidumbre que atente contra la dignidad humana.