Sociedad

Mis encuentros con la mamá de Natalia Fraticelli

Por: Carlos Duclos

Recuerdo que la primera vez que ingresé a la celda de Graciela Dieser, en Melincué, me acordé de “Memorias de la Casa Muerta”, de Dostoievsky. Allí pude ver la misma sombría soledad que pintó con palabras el genial escritor ruso, sobre la prisión que injustamente  debió padecer. Y fue allí que comencé a conocer personalmente a Graciela. Personalmente, digo, porque a esta mujer y a su ex marido, Carlos Fraticelli, los conocía a través del sonado caso que conmovió al país y del que se cuenta por separado en este diario.

Varias veces, junto con mi esposa, la visitamos en su lugar de detención, no como periodistas (aunque por entonces trataba con asiduidad el caso que había estudiado muy bien). En ese sentido, publiqué muchas notas en las que asumí siempre la responsabilidad de negar la autoría del tremendo hecho que se les endilgaba, nada menos que el asesinato de su hija. Visitábamos a Dieser como simples seres humanos interesados en cumplir con ciertos principios y mandatos que no son del caso explicar ahora. Jamás le pregunté a Graciela sobre aspectos vinculados a la causa; no era necesario, yo creía en su inocencia y no por intuición. Aunque debo confesar que luego del encuentro me convencí de su inocencia.

Como sabía nos que ella era una persona muy católica y creyente, la primera vez que la visitamos en su celda le llevamos un Rosario bendecido por un conocido sacerdote rosarino. En aquella ocasión me preguntó el religioso para quién era el presente, y le narré la historia. Quedé sorprendido (aunque no tanto) cuando no tuvo el mejor de los recuerdos para con el juez que había tenido a su cargo la investigación. He aquí que un familiar del cura no había tenido esa satisfacción que toda persona aguarda cuando debe acudir a la Justicia.

¿Qué recuerdos tengo de Graciela Dieser? La primera vez que estuve frente a frente con ella, lloró desde que ingresamos en la celda hasta que nos fuimos (y fueron más de dos horas). Tenía ante mí a una mujer desmoronada, destruida, rodeada de fotografías de su hija ¿Qué otra cosa podíamos encontrar en un ser humano que había perdido a su hija y además había sido acusada de matarla? Si algo mitigaba su dolor en la prisión, era saber que su hijo, Franco, que por entonces había hecho pareja y había conseguido trabajo en San Juan, estaba bien.

Siempre creí que en el caso Fraticelli hubo errores políticos, policiales, judiciales y también periodísticos. Hubo colegas, porteños sobre todo, que se dejaron llevar por lo que vende, informaron sin haber leído el expediente; sin haber mirado a los ojos al acusado; sin haberlo escuchado; sin hablar con los investigadores neutrales. Y el caso más emblemático fue el de un conocido periodista televisivo (que en paz descanse), que no se cansó de condenar a priori al matrimonio cada vez que abordaba el tema. Parece que todo lo sabía por telepatía o por la letra interesada que le pasaba una de las partes.

Para algunos, en el caso Fraticelli hubo bajada de líneas políticas. No me atrevo a negarlo.

Yo, siempre me jugué por la inocencia de esta gente, porque siempre estuve convencido de esa inocencia. Dos reconocidos profesionales rosarinos ya desaparecidos, el médico legisla Ulises Cardoso y el camarista Humberto Giménez, me adelantaron varias veces que, en efecto, el matrimonio era inocente y que todo era poco menos que un escándalo tapado. Recuerdo que una vez Ulises, en su casa, me contó que ya no podía hablar más de la causa.

No hacen falta explicar los motivos ¿verdad? Pero ellos dos no fueron los únicos que pensaron en la inocencia del matrimonio. Después vino el voto de una jueza de la Corte santafesina (a quien felicité por su valor), la resolución de la Corte de la Nación y la sentencia absolutoria de la Cámara.

Una vez Graciela nos dijo que si recuperaba su libertad no iba a saber cómo vivir. Ayer mi esposa, con quien solía encontrarse cuando venía a Rosario me contó algo con lo que termino esta columna tan apresurada como informal: “En la última charla, tomando un café con ella, manifestaba que tenía la creencia de que Natalia la protegía para seguir adelante. Al salir de la cárcel sufrió nuevos dolores como la muerte de su madre, a quien cuidó. Estaba preocupada por el destino de su hijo Franco y de su nieta Clarita de quien decía que era un sol.

Quería ayudar a los demás y pensaba que Dios la ponía a prueba.

Trabajaba mucho para estar ocupada, tenía mucha fe y se hacía muchas preguntas. Es claro que sentía la necesidad de ser consolada por la irreparable pérdida de su hija”.

Ayer también, alguien me dijo que la mamá de Natalia no pudo soportar más otro hecho desgraciado en su vida: una cruel enfermedad que al parecer se le había diagnosticado. Para mí queda claro que nunca pudo superar la muerte de su hija con la que tenía la esperanza de reencontrarse, solía decirme, en otro plano de existencia. Fueron demasiadas cargas, demasiadas pruebas. Para algunos se suicidó el personaje de un caso resonante; para mí se fue un ser humano que ya no pudo más.

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