Ciudad

MESSI Y YO

Messi, nuestro lugar en un mundo sin héroes

El caballero blanco de una ciudad negra, desigual, tan violenta y pasional como Rosario, tal vez sea la respuesta a quienes estamos buscando un símbolo de paz

Foto: Franco Trovato Fuoco

Si no fuera por la película de Transformers probablemente no sabría ubicar a Qatar en el mapa. Se acerca el Mundial de Fútbol y debe de ser la única ocasión en donde a todos, incluso a quienes le escapamos a la pelota de los gajos hexagonales, nos gusta el fútbol.

Cuando me pidieron escribir unas líneas sobre Messi los disparadores me anclaban a la nada misma que me genera el astro rey de la patria futbolera argentina. Obvio, la angustia era total. ¿Te pueden sacar el DNI argentino por desconocer por completo la figura de La Pulga?

“Mi anécdota con Messi, dos puntos”. Hice fuerza y me acordé. Tengo una con Messi. Una vez viajé fallidamente a Barcelona. Por una cuestión de papeles no pude entrar a España y me demoraron 17 horas en territorio internacional. Allí me crucé a un grupo de georgianos que no hablaban castellano pero sí un rudimentario inglés. Casi tanto como el mío, pero sirvió para comunicarnos.

-¿De dónde sos?

-Yo soy de Argentina.

Y la respuesta fue una exclamación en la que el hombre me cambió al D10s de Fiorito por La Pulga de Rosario en un gutural y tarzanesco: “Ah, Messi, Messi”. Es un puntero que nos adivina en el mapa, y no sólo como país. Nos señala como personas. Ahí estamos. En el sur del mundo, tercos, buscando un símbolo de paz.

En el partido del PSG contra el Maccabi Haifa un jugador le pisó el botín al rosarino y Mariano Closs pronunció dos palabras que pintaron una época de cuerpo entero: “¿Se lesionó?”. El ex Barça hizo un movimiento extraño con la pierna para acomodarse el calzado y sólo eso alcanzó para asustar al relator: como diría Mariana Moyano, la selección es el hilo del cual pende el equilibrio emocional de nuestro país.

Al menos cuatro relevamientos de opinión pública registraron que la palabra “tristeza” es la que más se repite al momento de definir la situación emocional reinante. Aun si uno no le cree a esas fallutas encuestas, la atmósfera de angustia es tangible: la concentración de la riqueza en pocas manos, la inflación, la violencia revelada y en ascenso, y la poca expertise del gobierno nacional para darle un coto a esta situación de incertidumbre generalizada hacen que uno deba refugiarse en el consumo o en la promesa de epopeyas. Ahí aparecen los 10 Monumentales de Coldplay y el Mundial de Qatar ¿O acaso alguien duda de que el éxito de la última propaganda de Quilmes no tiene su origen en la necesidad de un héroe?

Desde la caída del muro de Berlín y “El Fin de la Historia” de Fukuyama, los grandes relatos fueron cruelmente secuestrados, y con ellos las grandes historias, las anclas de donde aferrarse moralmente y, por lo tanto, las propuestas originales de futuro. La anomia, el desorden, el presente perpetuo, angustian. Por eso el crecimiento y el lento acomodamiento mundial de las ultraderechas: ellos sí proponen ese “gran relato”. Pero como se trata de procesos lentos y muy aburridos de describir, los que sí jugamos al fútbol desde la plaza buscamos esos puntos de apoyo o de fuga: ese pasamanos del que, aunque se hayan ido igual, los ancianos se aferraron.

Ese vacío genera la urgencia de un héroe. Todos los dedos apuntan a Messi. Pero Leo no es el pícaro e irreverente joven que sólo quería jugar a la pelota para comprarle una casa a su papá y su mamá. Hay algo de Ernesto en su testarudez y gallardía, hay algo de Diego en su talento con la pelota, hay algo de Estela y de Hebe en su tesón. Pero no es ninguno de ellos, ni por asomo.

Con el asesinato del Che, el paso a la inmortalidad de Maradona y la muerte de algunas de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo no parece haber nuevos héroes populares que respondan a la necesidad de referentes con los cuales aliviar el clamor de una ciudadanía entristecida y con sus magras esperanzas puestas en la Copa del Mundo.

Lionel Andrés Messi viene a ser el caballero blanco de una ciudad negra, desigual, tan violenta y pasional como Rosario. Messi no es un héroe, no creo que quiera serlo tampoco. Pero es el único ídolo que nos queda y este campeonato mundial podría ser (tal vez) la última oportunidad de La Pulga para convertirse en campeón en un mundo sin héroes.

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