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Mes de los milagros

Por: Rabino Shlomó Tawil

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B”H. Nos encontramos en el mes judío de Kislev, el tercer mes del año 5770 de la creación del universo (¡sí! un tema que analizaremos en otra oportunidad), un mes en que ocurrieron varias hechos sobrenaturales en el pasado lejano y cercano. Uno de los más destacados son los milagros de Janucá, ocurridos hace 2300 años aproximadamente en la época que el pueblo judío vivía en su tierra, en Israel, bajo el dominio grecosirio al mando de Antíoco Epífanes. Este poder colonizador quería someter al pueblo judío a sus conductas y borrar por completo la religión judía a través de decretos malvados, prohibiendo muchas prácticas religiosas, saqueos, violaciones a las mujeres y profanando lo más sagrado, el gran Templo de Jerusalém (el segundo). Gracias a la ayuda Divina ocurrió el gran milagro: un pequeño grupo de judíos que no se destacaba por ser guerrero, de la familia de los sacerdotes Jasmoneos llamados también los Macabeos, pudo erradicar de Israel a miles y miles de soldados griegos para luego volver a consagrar y reinaugurar el gran Templo con otro gran milagro, una vasija de aceite que contenía aceite puro como para encender durante una noche el sagrado candelabro de siete brazos duró ocho noches hasta que pudieron elaborar un nuevo aceite puro.

 A partir de ahí y hasta hoy en día se celebra este acontecimiento en el 25 del mes de Kislev, encendiendo durante ocho noches candelabros en los hogares judíos como también públicamente. Por ejemplo, en Rosario, los últimos años se realiza en la plazoleta Cardenal Caggiano, a metros del Monumento a la Bandera.

Debemos comprender que un milagro es una conducta extraordinaria Divina, porque en realidad toda la existencia, la vida, etcétera es un gran milagro que viene de Di-s, sólo que Él quiso que sea algo ordinario y parezca natural, es decir Di-s se escondió en la naturaleza y cuando ocurre algo extraordinario lo llamamos milagro y agradecemos al creador del universo por habernos ayudado.

En los casos anteriormente mencionados los milagros comenzaron a partir de una actitud “extraordinaria” de sus protagonistas con una confianza absoluta el ser humano también puede elegir vivir conductas ordinarias o extraordinarias y la respuesta Divina dependerá de la conducta que cada uno de nosotros tomemos.

 Digamos que nuestra conducta cotidiana es de casa al trabajo, del trabajo a casa, con alguna salida de compras para nuestras necesidades y alguna otra salida social, a eso podemos llamar una vida ordinaria (entendida como normal e intrascendente). Sin embargo, si a esta forma de vivir le agregamos una hora para pensar en ayudar a alguien ajeno a uno y ejecutarlo en la práctica, con nuestro tiempo o esfuerzo, o decidimos aportar de nuestro dinero que tanto nos esforzamos para obtener y practicamos el precepto de justicia dando caridad al que menos tiene o colaborando para que la sociedad en la cual vivimos sea más civilizada, y así podemos seguir con una larga lista de propuestas que transformarán nuestras vidas en extraordinarias, trascendentes y milagrosas.

Todos necesitamos de la ayuda Divina constantemente y en todos los quehaceres (el que niega esto es un arrogante e infeliz). Si nuestra actitud es extraordinaria, Di-s nos recompensará con la misma moneda y lamentablemente si nuestra vida es intranscendente y mediocre, “aunque no le hagamos mal a nadie”, famosa frase que argumentan algunos para no hacer algo más por los demás, en el mejor de los casos habremos vivido una vida sin pena no gloria.

La palabra Kislev, en hebreo, tiene etimológicamente su raíz en una palabra hebrea de la Biblia, Aisló, que significa confianza absoluta. Eso es lo que se necesita para actitudes y acciones extraordinarias de parte del ser humano. Confianza absoluta en Di-s que lo ayudará en sus objetivos, como es conocida la anécdota de un gran sabio que bendijo a dos señoras por varios años casadas sin hijos todavía, para que sean prontamente madres.

Después de un año una dio a luz a un hermoso varón y la otra nada. Cuando esta última le preguntó al sabio por qué ella todavía no tuvo la bendición de ser madre y la otra sí, le contestó con una pregunta (típico judío): ¿Has comprado una cuna después que te di la bendición? La mujer le respondió que no. “Ésa es la diferencia”, dijo el sabio, “la otra señora en su absoluta seguridad en la bendición, enseguida fue a comprar la cuna”.

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