Economía

Opinión

Mercosur – Unión Europea: un acuerdo a la medida del país que no somos

El anuncio del gobierno de Macri del acuerdo entre los dos bloques regionales renovó el debate acerca de las consecuencias de acentuar la apertura económica sin una estrategia de desarrollo nacional autónomo y sustentable


Por Esteban Guida (fundacion@pueblosdelsur.org)

Hace apenas uno días el gobierno argentino anunció la firma de un acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea, que ha dado mucho que hablar, aunque todavía se conocen pocos detalles. Aunque para que entre en vigencia el acuerdo tiene que ser aprobado por los parlamentos de cada uno de los países firmantes, la noticia renovó el debate acerca de las consecuencias de acentuar la apertura económica sin una estrategia de desarrollo nacional autónomo y sustentable.

El ímpetu aperturista de los gobierno neoliberales no es nuevo. Con la sumisión al “Consenso (condiciones) de Washington” por parte del gobierno argentino, las negociaciones por un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea comenzaron en 1995 cuando Carlos Menem ocupaba la presidencia. Las complejas negociaciones de este acuerdo (y el tenor de sus consecuencias) lo tuvieron más de dos década en la mesa de discusión; sin embargo, a pocos meses de terminar su gestión, el gobierno de Cambiemos apuró su firma a espaldas al pueblo argentino, sin debates y con pobres explicaciones. Esta premura por firmar se ve atravesada por la necesidad de congraciar a los sectores que siguen apoyando a Macri en sus aspiraciones reelectorales y a montar escenas de aparentes logros en la gestión de gobierno (aunque los anuncios sigan implicando un perjuicio para la Argentina y el empeoramiento de las condiciones económicas para el conjunto de sus habitantes).

Los tratados de libre comercio son acuerdos políticos y económicos que buscan liberar el comercio de bienes y servicios entre las partes firmantes (en este caso, Mercosur y UE), que asumen determinados compromisos de reducir aranceles y barreras pararancelarias promoviendo una zona de libre comercio que facilita y agiliza el intercambio. Sin embargo, se sabe que los acuerdos de libre comercio no son buenos en sí mismos, puesto que dependen de la negociación y de las condiciones en las que cada país se enfrenta a la competencia que deviene de la apertura. La explicación es clara: si no hay impedimento al ingreso de productos y servicios del exterior que llegan a precios más bajos y en mejores condiciones, quienes los producen internamente no podrán competir contra ellos y tendrán que cerrar. Un claro ejemplo de ello fue el período aperturista iniciado por la dictadura cívico-militar en 1976 y la reafirmación de este modelo durante la década del 90 y el actual gobierno de Cambiemos.

En los últimos días, Mauricio Macri declaró que con el acuerdo la Argentina va a “poder vender productos y servicios a mucha más gente porque se abre un mercado de 500 millones de personas”. La idea es conocida, pero no cuenta con antecedentes favorables para que sea aplicada con éxito para casos como el argentino.

Al repasar el contexto comercial del acuerdo en cuestión, se aprecia que en el año 2018 el 15% del total de nuestras exportaciones tuvieron como destino la Unión Europea, con Países Bajos, España, Italia y Alemania como los principales receptores. El 50% de tales ventas fueron subproductos oleaginosos de soja (harina y pellets de la extracción del aceite de soja), mariscos, biodiésel, carne bovina, legumbres, hortalizas y frutas.

Por el lado de las importaciones argentinas, el 17,2% de las mismas provino de la UE, siendo los principales productos que entraron al país los reactores nucleares, calderas, máquinas, aparatos y artefactos mecánicos; partes de estas máquinas o aparatos; máquinas, aparatos y material eléctrico y sus partes; aparatos de grabación o reproducción de sonido, aparatos de grabación o reproducción de imagen y sonido en televisión y las partes y accesorios de estos aparatos y productos farmacéuticos.

La fotografía nos muestra una realidad contundente. La UE nos vende productos industrializados y nos compra productos primarios y manufacturas de origen agropecuario. La desventaja en notable, puesto que el valor de los productos exportados por nuestro país, es notablemente inferior al de los importados desde la UE. El problema está en los términos de intercambio (la relación entre los precios de los productos importados y exportados) que tradicionalmente le ha sido desfavorable a la Argentina, por el capricho de sostener un modelo agrícola-ganandero que sólo le ha servido a las oligarquía terratenientes.

Aunque el acuerdo mejore el intercambio, éste no generará la riqueza suficiente para adquirir los bienes que el desarrollo nacional demandaría para beneficiar al conjunto de los habitantes. Sólo podrían alcanzar ese nivel de consumo los sectores ganadores del esquema: los propietarios de la tierra y las materias primas. El empobrecimiento generalizado también obedece a que la industria demanda más mano de obra que la actividad primaria, con lo cual, las consecuencias no sólo refieren a los sectores empresarios de la producción, sino principalmente al empleo y las posibilidades de ascenso social de las mayorías populares.

El justificativo de semejante acuerdo es, según quienes defiende su firma, las ventajas de la apertura comercial. Su motivación es que finalmente “la Argentina deje de ser un país cerrado” e ingrese al mundo para alcanzar el crecimiento y el desarrollo económico.

La creencia de que el libre comercio lleva a los países al desarrollo es un mito que, en Argentina, sigue siendo aceptado por muchos políticos, analistas e interesados. Es cierto que los países desarrollados muestran un grado de apertura mayor que aquellos subdesarrollados, pero sería torpe inducir que hay que promover el intercambio a toda costa para “imitarlos”, sin antes analizar cómo fue que llegaron a ser industrializados.

Lamentablemente, a no muchos les interesa conocer los antecedentes del desarrollo económico de potencias económicas como Alemania, Estados Unidos o Japón. Más bien prefieren creer a ciegas lo que dicen (muy convencidos) quienes critican el proteccionismo por populista. Es la historia la que enseña que los países que hoy están a la vanguardia mundial e imponen al resto las condiciones que les son beneficiosas son los que supieron proteger, promover y cuidar sus industrias, hasta tanto alcanzaran un nivel tecnológico y de desarrollo suficiente como para poder insertarse en el mundo y competir con éxito.

Nadie que quiere ver crecer en cantidad y calidad a sus hermanos compatriotas, a las empresas locales y a la economía nacional impone una competencia en condiciones desiguales condenado al fracaso las chances de desarrollo. Sólo quienes ganan con el cierre de las industrias, la precarización laboral, la concentración de la riqueza y la exclusión social pueden promover un acuerdo que estrecha aún más las posibilidades de generar trabajo de manera genuina y acumular riqueza para revertir los desbalances críticos que afectan el desarrollo nacional.

Es un gran momento para reanudar el debate de cómo lograr ser un país libre y soberano. Este nuevo intento del gobierno de Cambiemos por hacer de la Argentina un país para pocos, se enfrentará nuevamente con la vocación de un pueblo que no se cansa de luchar por su dignidad y autodeterminación.

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