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Mele Bruniard: una maga oficiando en la búsqueda de un grabado de la incógnita

Mele Bruniard, una de las artistas plásticas más destacadas del país y reconocidas de la ciudad, murió el lunes último a los 89 años. Fue artífice de mundos icónicos, descubridora y a la vez narradora de lenguajes y productora de imágenes misteriosas y surreales


Gentileza: Guillermo Turin Bootello.

Nancy Rojas, Especial para El Ciudadano

Hacia 1962, Juan Grela le atribuyó al grabado las facultades de la magia. Dijo literalmente: “Si pensáramos un poco en lo reducido de los medios que emplea un grabador en su tarea, los consideraríamos magos que con un buril, la cuchilla, la línea, el blanco y el negro sacan a la luz una variedad tan extraordinaria de imágenes”.

En ese texto, publicado en el catálogo de la exposición que Mele Bruniard hizo en la galería Van Riel, Grela se refería puntualmente a la xilografía, una de las técnicas que la artista estudió y abordó con un sello único desde mediados de los años 50, para convertirse en un eslabón necesario para el estudio de las artes gráficas en Argentina.

Por una afección conocida, durante la primera década de los 2000, Mele debió dejar de utilizar la gubia, justamente porque la xilografía requiere del uso y la fuerza de las manos. Recuerdo que eso la puso muy triste, pero no le impidió seguir produciendo otras imágenes. Sus dibujos, sus textos, su extenso archivo, su biblioteca compartida con su marido Eduardo Serón, su colección de piedras y dedales formaron parte de su corpus elemental de actos cotidianos, hasta que entró en otra faceta de introspección, que la destinaría al confinamiento absoluto al contraer una enfermedad neurodegenerativa.

Cuando en 2011 empecé a trabajar en la idea de lo que nos imaginábamos juntas como una exposición individual antológica (esta muestra tuvo lugar en el Museo Castagnino a partir de junio del año siguiente), me sentí abducida por su archivo. Cada serie de obras recién salidas a la luz, cada cuaderno inédito, cada postal y cada fotografía acompañados de sus largos relatos, me introdujeron rápidamente en su complejo y fantástico universo: el de una mujer artista cuya magia la convirtió en una gran lectora de los lenguajes, en una adoradora de los objetos y de sus simbologías.

Tuvimos enormes charlas, no sólo sobre su obra sino también sobre sus hipótesis historiográficas y hasta antropológicas. Mele fue una gran narradora oral, copiadora de diccionarios, escritora e investigadora incansable, pero sobre todo una persona altamente perceptiva. Un día llegué a su departamento para relevar nuevas carpetas de obras y mientras esperaba a que terminara de escribir una carta a máquina, me hizo un regalo. Me dio una pirita, la piedra de la abundancia. Cuando me la entregó, me aconsejó que la tenga siempre, que debíamos cuidarnos y guiarnos principalmente por las energías ancestrales de la naturaleza.

Mele Bruniard (Reconquista, 1930–Rosario, 2020) obtuvo numerosos reconocimientos en los últimos años, entre los que se encuentran las muestras que impulsó la galería Diego Obligado en su sede (2015) y en arteBa (2018), y la publicación que realizó la editorial Iván Rosado de sus dibujos (2019).

Hoy es conocida como una gran artífice de mundos icónicos, descubridora y a la vez narradora de lenguajes; productora de imágenes misteriosas y surreales.

Comienza la época de los homenajes, que seguramente nos llevarán no sólo a recordarla sino también a releer su trabajo a la luz de los parámetros contemporáneos de las artes gráficas, de preguntas más actualizadas sobre el arte moderno, de la refundación del arte según la visibilidad de la producción cultural de las mujeres del siglo XX.

El siguiente es un fragmento adaptado del texto publicado en el catálogo que el museo Castagnino editó en 2012, en el marco de su muestra retrospectiva Mele Bruniard. Intérprete de la xilografía.

A lo largo de su trayectoria, Mele Bruniard le otorgó un lugar simbólico a la figura de la bestia, que operó como matriz de innumerables relatos visuales. En ellos, los animales son la ilusión de una realidad paralela. Una ficción sujeta a aquella concepción del pensamiento primitivo donde estas criaturas aparecen dotadas de poderes mágicos.

Su serie Bestiario, de 2004, se halla conformada por casi cien tacos que tuvieron a Iskay-Hatun (1992), título escrito en maya-quiché que en castellano significa dos grandes, como punto de partida. Una estampa protagonizada por un yacaré recobrado de su historia personal. Hacia 1999, la artista transcribió: “Porque un día al filo de mis cinco años fui hasta el Río Paraná que corre a quince kilómetros de Reconquista y vi, agarrada a la mano fuerte de mi padre, un enorme yacaré, es que en 1992 lo dibujé en papel y luego en la madera para cortarla y estamparla con gran diligencia”.

Sagrados y poderosos, los animales de agua, tierra y aire que creó Bruniard en esta serie abarcan, entre otras especies, gatos, caballos, conejos, insectos, tortugas, loros, lechuzas, lagartos, leones, ranas, sapos, ovejas, chanchos, serpientes, toros, pájaros, ratones, peces, camellos y llamas. Cada uno de ellos expresa una dirección, una actitud y un movimiento, escondiendo cierto enigma enarbolado a partir del concubinato entre palabras en otros idiomas y componentes de una flora heterogénea.

Es preciso señalar que en las xilografías de la artista, la hegemonía del símbolo encuentra su punto álgido en el uso de la palabra. Toda su práctica se halla fundada en el vínculo entre artes visuales y letras. Algo que radica en su interés por diversas lenguas rastreadas y estudiadas a partir de intensas búsquedas en numerosos diccionarios.

El quechua o quichua es una de las familias de lenguas originarias de los Andes centrales que empleó habitualmente. Diversas palabras en este idioma –micchi (gato), akatanka (escarabajo), inti (sol)– aparecen como significante y significado, tanto dentro del universo plástico de la imagen como en el título. También utilizó vocablos mayas y aztecas y expresiones del latín y del guaraní.

A veces han sido dispuestos solamente como planos decorativos y en otros casos, como contenidos implícitos encriptados.

La serie de las Runas, comenzada en la década del 80, también da cuenta de este afán por el trabajo con el lenguaje mismo como residuo. Allí los alfabetos rúnicos yacen como inscripciones cabalísticas rememorando grafismos egipcios y medievales para transformar a la pieza gráfica en un acertijo.

Toda su producción posterior a los años 70 pareciera resolverse en torno al supuesto del mensaje cifrado, respondiendo a núcleos de significación determinados. Esto hizo que sus obras devinieran en construcciones complejas con las que fuera posible establecer diferentes niveles de intertextualidad.

En este sentido, el suyo es un grabado de la incógnita, con una fisonomía estética única, con un planteo que trasciende ciertos cánones de la xilografía como forma limitada, descriptiva y esquemática.

Es decir: el de Mele es un grabado de la interpretación; un arte esencialmente alegórico, capaz de abrir un camino en el proceso de interpelación de la xilografía. No sólo para su propio recorrido discursivo sino también para el campo que abarca esta disciplina en Argentina.

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