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Estreno

“Me gusta mucho esa capacidad que tenemos de reírnos de lo terrible”

El director y maestro local Oscar Medina habla del regreso a los escenarios  de “Litófagas”, la obra escrita por Aldo El-Jatib que a más de dos décadas del estreno de su primera versión reaparece revisitada.


La vuelta de Litófagas a los escenarios locales trae al presente un gran interrogante acerca del teatro, que en sus lógicas y permeabilidades, y casi de manera inconsciente, se abre de manera insospechada al juego político del presente. Y sobre todo con este material que lleva la firma del dramaturgo y director local Aldo El-Jatib, bajo la dirección del talentoso maestro Oscar Medina, un absurdo que, como los más referenciales que marcaron el teatro de post guerra, plantea una concepción singular del mundo y una forma de expresión dramática que le es propia, algo que ha sido su marca desde los años 90 a la fecha.

“Pienso en la versión original, con Pablo Razuk y Pablo Palavecino (hoy radicados en Buenos Aires), que estuvo en cartel desde el 93 al 97, en distintos momentos y salas, y fue un éxito con el que volvimos en 2000, hasta que decidí quemar todo. Pero nunca había pensado en volver a hacerla, hasta que hace dos años apareció la idea de reponerla con los actores originales, algo que después no se concretó”, relató Medina acerca de Litófagas, obra en la que dos señoras (dos moluscos que roen las piedras) barren la vereda, y en medio de una especie de cacareo, de un decir sin decir, un bla bla bla eterno y condenatorio, se preguntan por sus hijos ausentes.

La nueva versión de Litófagas tendrá su estreno oficial este domingo,a partir de las 21,en el Teatro Municipal La Comedia,de Mitre y Ricardone,a modo de adelanto de lo que será su temporada en 2018

“Al parecer, en estos últimos dos años, yo hablé bastante del tema, y aparecieron dos ex alumnos de mi taller (Losdemedina), que están comenzando sus carreras profesionales. Ellos me citaron en un bar y me pidieron que les haga un casting para esta obra; fue una situación que me puso incómodo, porque yo soy bastante controlador (risas), y eso me descolocó. Morfológicamente, no me parecían los indicados: tienen estaturas diferentes, pero tras el casting me llevé una gran sorpresa, porque tienen la flexibilidad, el atletismo que requiere el material, una capacidad para entender de qué se trata y una gran comunicación entre ellos, tanto en lo superficial como en lo profundo”, analizó Medina respecto del trabajo en escena de Leandro Doti y Mauro Lemaire, equipo al que volvió a sumar a Marina Gryciuk, la talentosa vestuarista del proyecto original, y la puesta de luces de Alejandro “Chavo” Ghirlanda.

Volver a pensarla

“Hay cosas que han cambiado y otras que permanecen; hay cambios en el vestuario, en la música, pero hay un cambio sustancial en el material: pasaron 23 años y ese cambio, primero, está en mí. Siento que hay otro latido más allá de que la obra tiene una impronta de la que pareciera que no nos podemos escapar, y que es ese texto voraz y ese gran vértigo físico que requiere en los actores”, analizó Medina. Y profundizó: “Por todo lo que nos ha pasado y nos sigue pasando, esta versión tiene más dolor del alma, sobre todo por nuestra historia política, e ideológicamente es mucho más fuerte”

En Litófagas, hay un universo cerrado poético y patético, donde la Señora 1 y la Señora 2, como dos animales, roen las piedras con millones de palabras instaladas en la tragicomicidad. “Ellas, cada tanto, preguntan dónde están sus hijos en el contexto de un diálogo inconexo; de hecho, esa incomunicación es la base del teatro del absurdo, y por su búsqueda, la obra se mueve entre un plano ideológico y otro visual, sin dejar de lado cierta hilaridad o comicidad que aparece en la forma de decir ese texto de parte de dos actores recreando a dos señoras con mucha ironía; tampoco se sabe demasiado si están en una isla, en la mente de alguien o en una calle cualquiera de esta ciudad”, sostuvo Medina. Y completó: “Ellas están tratando de decirse algo, y aunque parece que no lo van a lograr, esta vez hay una vuelta de tuerca sobre eso. Es un texto maravillosamente escrito por Aldo El-Jatib (creador y director del Teatro del Rayo), como todo su teatro, del que me apropio por segunda vez, quizás con algunas otras herramientas. Estas litófagas son buenas y malas, son enunciadoras de algo que pretenden alcanzar que es su propia libertad individual, y es un material al que se puede ingresar por diferentes campos: el social, el político, el psicológico e incluso desde el humor”.

Caja de resonancia

Los hijos de estas señoras están desaparecidos, como tantos en la Argentina. Sin embargo, eso pareciera estar velado por una serie de cuestiones cotidianas que ocultan ese dolor, esas ausencias, algo que, a borbotones, aparece cada tanto en medio de las contradicciones de los discursos prejuiciosos de dos claros exponentes de la llamada clase media. Es, en ese territorio, y de cara a la avanzada de la derecha y la desaparición forzada de Santiago Maldonado, que el material adquiere otras resonancias. “La obra es completamente política en un sentido completamente amplio; es un texto que tiene una gran opacidad y de allí su enorme vigencia, porque el autor ha sabido ir y volver de todas estas problemáticas que atraviesan nuestra historia reciente y que están en la obra; son diez cuadros y son diez las veces que estas mujeres se miran y se preguntan «¿y mi hijo, y mi hija?», que son preguntas que lamentablemente no tienen respuesta. Hay un juego con las palabras que es muy absurdo y al mismo tiempo muy onírico, porque se mezcla y se confunde, por ejemplo, «preso con precio»; es un texto lleno de preguntas que denotan lo ideológico del fondo”, expresó el creador, quizás el mayor referente local de un realismo argentino al que se le vuelve ineludible el toque grotesco.

“Me gusta mucho esa capacidad que tenemos como sociedad de reírnos de lo terrible, algo que es propio del grotesco; me interesa ese resultado, lo risible, pero además el teatro es lo que es, no hay que explicar demasiado, la obra tiene que hablar por sí misma. Respecto de eso, un día leí algo que me impresionó mucho, lo dijo Samuel Beckett, el autor de Esperando a Godot, otra obra icónica del absurdo. Beckett dijo que no hay nada que comunicar, porque no hay a quién comunicar y tampoco hay con qué hacerlo. Pero completó: «Sólo existe el compromiso de comunicar». Y eso me parece una síntesis perfecta de lo que debe ser el teatro”.