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Mario, un hombre ejemplar

Por: Alicia Caballero Galindo

“Cuando más estudio, menos sé y más me divierto”, dice el doctor Capecchi Ramberg.
“Cuando más estudio, menos sé y más me divierto”, dice el doctor Capecchi Ramberg.

Revisando mis correos electrónicos, me encontré con uno que llamó en forma especial mi atención; es la historia de un niño. Los datos y algunas transcripciones literales, fueron tomados de dicho correo.

En la ciudad de Verona, Italia, nació un niño, hijo de una poetiza antinazi; Lucy Ramberg y un piloto aviador: Mario Capecchi. El padre desapareció durante de la Primera Guerra Mundial y la madre, temiendo por su vida, dadas sus tendencias ideológicas, vendió sus propiedades y se fue a vivir a los Alpes Tiroleses con su hijo. A unos campesinos les confió su capital, con la consigna de mantener a su hijo si algo le pasaba a ella. Un buen día, la Gestapo, la localizó. Fue apresada y desapareció. En un principio, el niño fue apoyado por los campesinos, pero el dinero de la noche a la mañana, desapareció y el niño de tres años y medio, quedó desamparado y se unió a las pandillas de pequeños huérfanos que vagaban para sobrevivir. Robaban, para comer y dormían donde quiera, el pequeño Mario, siempre tenía hambre… fue a parar al hospital alguna vez por desnutrición y tifoidea, pero de nuevo fue arrojado a la calle. Fueron cinco años de lucha por sobrevivir en la intrincada jungla de la miseria y la guerra; cada día era una aventura en la que se jugaban la vida y conseguir comida, era también un reto continuo. En ese deambular, caían a su lado algunos abatidos por el hambre, la enfermedad, las balas de los soldados, y los abusos de los individuos que se encontraban a su paso. El pequeño Mario, mantenía diálogos silenciosos consigo mismo; observaba, planeaba ¡y actuaba! De su habilidad y decisión dependía el éxito de sus empresas; su objetivo era subsistir. Era observador, analítico y desarrolló una gran intuición que le fue útil en su lucha diaria. En obscuras noches, recordaba las suaves manos de su madre y su voz aterciopelada calmando sus miedos, mientras se dormía con sus compañeros entre los relámpagos de los cañones bajo el cielo o en alguna alcantarilla; una lágrima silenciosa resbalaba por su rostro…

Su madre, fue liberada milagrosamente al terminar la guerra, en 1945, desde el momento de su liberación del Campo de Concentración de Dachau, se dedicó a buscar a su hijo en todas las pandillas de niños huérfanos de la guerra. Fueron dieciocho meses de angustia; el día que Mario cumpliera nueve años, por fin fue encontrado por su madre. Fue indescriptible ese encuentro de amor. Como nada poseían, decidieron trasladarse a Estados Unidos; en Filadelfia Lucy tenía una hermana; todo era nuevo en este país; a los 13 años, ¡no sabía leer! Le esperaba una intensa faena de estudio.

La vida en la calle le enseñó a ser perceptivo y analítico; sobre todo, aprendió a planear, buscar y alcanzar sus objetivos. Con el paso de los años, confesaba que aprendió a confiar en sí mismo, en su instinto, su intuición. En la universidad de la calle, aprendió lo que no pudo aprender en las escuelas regulares y al filo de la adolescencia, hizo valer su experiencia en la vida para crecer. Ese pequeño, con los años, estudió, se superó hasta llegar a ser catedrático de la Universidad, genetista. Junto con Marin Evans y Oliver Smithies, en el año de 2007, compartieron el premio Nobel de las ciencias; imitando el comportamiento de la materia animal, combaten el cáncer exitosamente. Ese niño en cuestión, es el doctor Mario Capecchi Ramberg. A sus 71 años, expresa: “Cuando más estudio, menos sé y más me divierto. Enseño a mis alumnos a ser pacientes, a pensar y a actuar, pero bajo un plan y desearlo mucho. Pero no basta desearlo; hay que actuar y salir al encuentro de nuestras metas. La gratificación es algo que lleva mucho tiempo, esfuerzo, dedicación y paciencia”.

Este hombre genial y positivo, hizo de la adversidad, su aliada; se dice con sabiduría: los golpes que no matan ¡FORTALECEN! Y es una gran verdad; existe una máxima muy trillada pero muy sabia: “hay quien se ahoga en un vaso de agua”, yo agregaría la antítesis: “Y hay quien es capaz de cruzar el océano sin mirar atrás. Recordemos el verso del poema A Gloria de Díaz Mirón que dice: …EL AVE CANTA AUNQUE LA RAMA CRUJA; COMO QUE SABE LO QUE SON SUS ALAS…”. El más cruel y frío colador en la vida, es la vida misma; este Don divino, es un regalo para todos los mortales pero el cómo llevarla, es obra y consecuencia de la sutil combinación de herencia, inteligencia, educación, carácter, fortaleza, fe en sí mismo y en Dios. Cada vez que abrimos los ojos al amanecer, hay qué dar gracias por poder verlo y entender que es una promesa; de nuestro libre albedrío depende si hacemos de él un fracaso o un triunfo. Cada ocaso es una promesa, una esperanza ¡nunca un fin! El pasado es timón que guía y no ancla que retenga. La palabra fracaso y derrota, existen ¡porque queremos que existan! En nuestras manos está tornar estos conceptos por APRENDIZAJE y aprender a crecer. Los tiempos mejores son los que construiremos mañana con la firme conciencia de nuestra misión vital y la experiencia que se gana cuando se pasa por la vida con los ojos del corazón y el intelecto, abiertos y dispuestos a aprender.

En todo el planeta existen seres humanos que tienen el privilegio de ser faros de luz y mantener viva la fe en la humanidad a pesar de sus miserias.

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