País

Ladran, Sancho

Maradona fue todas las contradicciones juntas y también todos los héroes

Me pregunto si existe alguna manera dar cuenta de esta tristeza sin tener que justificarla, sin intentar explicarla. Desde que la noticia sacudió el mediodía de ayer, una sola imagen ronda circularmente en mi cabeza, en un loop infinito: la escena final del Quijote


Foto: Franco Trovato Fuoco.

Lxs más fervorosxs quieren creer que va a resucitar dentro de tres días. Algunxs más incrédulxs le bajan el precio al mito diciendo que era buen jugador. Lxs provocadores atajan el centro y devuelven que les gustaba más como persona.

Un coro agudo y sibilante desliza entre dientes que no era más que un macho, un hijo sano del patriarcado, y con una retórica sorda cuestiona a la sociedad toda preguntando si deberíamos rendirle pleitesía. A la par, una tribuna ronca grita que hay que sabe de fulbo pa entenderlo, sino no opiné. 

Desde su pedestal de exclusividad distante, expertxs en sociomelancolía piden tolerancia con el dolor del pueblo, es necesario que el vulgo exprese su tristeza.  Algunos comentaristas dan color local a sus precisas opiniones sociológicas con la tinta moralizante de las pobrezas para explicar que las drogas, que Coppola, que la vida que llevaba, que el ambiente…. 

Maradona fue todas las contradicciones juntas y también todos los héroes. Sísifo, Orfeo, Ulises, Baco, Prometeo, Aquiles.  Sí, los clásicos, porque lxs de los cómics no solo no existen, sino que además no son capaces de tanta magia.  

Dicen también por ahí que el Diego era un artista. Tokarczuk arriesga que el papel de unx artista se basa en dar un anticipo de algo que podría existir y, por lo tanto, hacer que se vuelva imaginable.  Maradona hizo que pudiéramos imaginar lo inimaginable, pero hizo aún algo más: que pudiéramos verlo realizado. Maradona no era un artista, entonces, era el arte.  

Voy anotando mentalmente lo que cada una de esas voces replica de manera exponencial, inconsciente y automática en las redes, en la tele, en la radio. Los ladridos que deja el paso de una figura como la del Diego. Me quedo pensando qué tan necesario es que sigamos intentando explicarnos a Maradona como si fuera una ecuación difícil de resolver. Como si hubiera que esbozar un argumento sólido para sentir la tristeza que nos deja saber que Maradona, el Diego, se murió.

Me pregunto si existe alguna manera dar cuenta de esta tristeza sin tener que justificarla, sin intentar explicarla. Desde que la noticia sacudió el mediodía de ayer, una sola imagen ronda circularmente en mi cabeza, en un loop infinito: la escena final del Quijote.  

Repaso para mis adentros. Hacia el final, Alfonso Quijano ya no quiere ser más el Quijote. Está tendido en una cama esperando ansioso el final de su historia. Es decir, la muerte. El hombre, que devino en héroe siente que ha librado todas las batallas, desde las más justas hasta las más absurdas, en nombre del amor y el honor. Una locura, según lxs otros personajes que lo rodeaban, lxs que se reían con él pero también lxs que juzgaban con malicia sus andanzas. Quijote provoca esas apreciaciones en lxs demás porque es el único que tiene la lucidez y el coraje de volverse loco y actuar acorde a su deseo.

Pero no es Quijano o Quijote lo más conmovedor de esa escena, sino Sancho, su escudero, su amigo, cuando le ruega, con una desolación infinita, que no se muera. Cuando le dice llorando que la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía.

Maradona se murió y dimensionamos lo que de todas formas ya sabíamos: aún necesitamos alimentarnos de sus aventuras, de la magia de su fe, de la intrepidez de su fragilidad, de la consecuencia que tiene quien vive acorde a lo siente. Aún necesitamos creer. Desde ayer, el país enero trasmutó en ese Sancho quebrado en llanto al lado del lecho de muerte de Quijote.  

Todxs estamos rogándole a Maradona que no se nos muera. 

En un mundo en el que la épica dejó de ser una posibilidad narrativa porque la (pos)modernidad ha logrado crear un coro distorsionado y gritón de voces individuales, capaces solo de contar la historia personal, la ínfima, Maradona representa la última posibilidad de una historia colectiva. Maradona fue más grande que su vida. Más grande que la vida, fue. 

Que Dios ha muerto, no es noticia. Pero, que se nos haya muerto es sencillamente increíble. Y doloroso. Porque el Diego era Dios. Era, no. Qué estoy diciendo. Si el Diego es inmortal. 

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