Cultura

Después de "Ni una menos"

Mapa escrito sobre las violencias y sobre quienes buscan romper mandatos

Desde distintos géneros, la literatura argentina viene construyendo tramas que conforman una biblioteca posible sobre la agenda del movimiento feminista donde se construyen sentidos sobre las violencias, que se ejercen bajo el amparo de un sistema social, político y cultural patriarcal


A cinco años de la marcha Ni Una Menos, el mapa editorial de la Argentina del último tiempo traza una lectura de los reclamos sociales y consolida una genealogía de textos que abordan la problemática de los femicidios y también visibilizan la desigualdad, con historias que dan cuenta de las múltiples formas de violencias y personajes que buscan salirse de los mandatos.

Desde distintos géneros, la literatura argentina viene construyendo tramas que conforman una biblioteca posible sobre la agenda del movimiento feminista en la que se condensan nuevas formas de abordar preguntas y construir sentidos sobre las violencias, que se ejercen bajo el amparo de un sistema social, político y cultural patriarcal.

Politización de la problemática

Los cruces entre literatura y femicidio tienen sus huellas en textos emblemáticos como La intrusa, de Jorge Luis Borges, publicado en El informe de Brodie, donde se da cuenta de un femicidio que es un pacto secreto entre hermanos; también en La pesquisa y en Cicatrices, de Juan José Saer o en El solitario de Horacio Quiroga, donde los asesinatos tienen que ver con la identidad de género, vinculados a la posesión y la cosificación.

Pero la producción más reciente implica la politización de la problemática porque sus escrituras no están ajenas al compromiso ético y social.

Uno de esos imprescindibles es Chicas muertas, de Selva Almada –publicado en 2014– donde la escritora encadena tres historias de jóvenes asesinadas en los 80, cuando la palabra femicidio todavía no existía: Andrea Danne, María Luisa Quevedo y Sarita Mundín.

Con la pesquisa de una investigadora y la prosa conmovedora de una de las narradoras más celebradas de su generación, Chicas muertas tomó cuerpo en 1986 cuando la autora escuchó en la radio de la localidad donde vivía, Villa Elisa, que habían matado a otra adolescente.

El texto reconstruye las historias de esos tres crímenes y recupera el clima y el murmullo del pueblo ante esos hechos, para dar cuenta de la cotidianidad de la violencia.

Hechos ficticios, hechos reales

Un suceso editorial que se tradujo a más de cinco lenguas y en 2019 se convirtió en uno de los libros más aplaudidos de una autora inédita, la novela Cometierra, de Dolores Reyes, narra la historia de una adolescente que tiene el don de visualizar el destino de personas desaparecidas víctimas de la explotación de trata o asesinadas por femicidas, como le ocurre a la madre.

El título más vendido desde marzo es Catedrales, de Claudia Piñeiro, que aborda las tragedias que desarman a las familias y en la que todo se termina de astillar con la aparición del cuerpo descuartizado y carbonizado de la menor de las hermanas Sardá, un enigma que quedará pendiente durante treinta años en esa suerte de policial díscolo que remite a la genealogía de crímenes irresueltos de la historia argentina.

En clave policial, Las extranjeras, de Sergio Olguín toma como disparador el caso de las francesas asesinadas en Salta en 2011 y configura una trama en la que una periodista –Verónica Rosenthal, personaje de sus novelas– investiga un doble femicidio de una turista noruega y otra italiana y evoca así la impunidad de los asesinatos que impactaron en el noroeste del país, como el de Paulina Lebbos y María Soledad Morales.

Así como la literatura configuró historias en torno a las violencias más extremas contra mujeres, niñas y disidencias, los últimos años acopiaron ficciones sobre otros tipos de agresiones: como abusos, Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró; Mandinga de amor de Luciana de Mello; Una nena muy blanca de Mariana Komiseroff; El ojo y la flor de Claudia Aboaf; o de explotación con fines de trata como Beya. Le viste la cara a Dios, novela gráfica de Iñaki Echeverría y Gabriela Cabezón Cámara y No estás sola de Claudia Acuña.

Desarmar o cuestionar estereotipos

La visibilidad de esas violencias puso en el centro otros disciplinamientos que se solapan en mandatos, maternidades forzadas, anulación del deseo, posiciones incómodas, y precisamente desde ese enfoque la literatura puede ser pensada como un terreno en el que se construyen nuevos sentidos pero también como el lugar en el cual disponerse a pensar estereotipos para desarmarlos o cuestionarlos.

En ese sentido, Ariana Harwicz en esa suerte de “trilogía involuntaria” –conformada por La débil mental, Precoz y Matate, amor– propone repensar la maternidad, la forma de ejercer ese rol y lo que se construye en el vínculo madre-hija lejos de las convenciones y con nuevos matices que permiten advertir la complejidad y los alcances de esa relación.

Por otro lado, en Late un corazón, I. Acevedo combina cartas personales, con entradas de un diario íntimo y ensayos que dan cuenta de un proceso de transformación del que es protagonista, y en el que encuentra una nueva forma de percibirse, atravesada por su vínculo con la literatura.

En las primeras páginas del libro publicado por la editorial Rosa Iceberg, Acevedo anuncia que cierra “un ciclo de veinte años de escritura”, que “escribir es romper la clandestinidad” y, desde esa convicción, enhebra el relato del itinerario en el que encontró una nueva identidad: I.

Las malas, de la actriz y escritora cordobesa Camila Sosa Villada, puede leerse como novela de iniciación, crónica que prueba la maternidad deseada y posible de las travestis y que hay oficios para ellas fuera de la prostitución, o como manifiesto que aporta una dimensión mítica a la comunidad trans y teje la metafísica de una cultura fuera del desprecio.

Otra de las autoras que viene repensando los roles que la definen –hija, madre, esposa, escritora, amiga–, desde el conflicto y la tensión entre los mandatos y el deseo, dando lugar a una mirada punzante y honesta construida a partir de su vínculo vital con la escritura, es Margarita García Robayo.

Tanto desde la ficción –su novela Tiempo muerto– como desde relatos autobiográficos que fueron reunidos en Primera persona, la escritora condensa las tensiones de la crianza de los hijos y las alianzas que se tejen en esos cuidados, los intentos de una pareja por sostener su vínculo y el abismo al que se puede llegar en ese trayecto, sin dejar de lado la experiencia de la migración latinoamericana.

La primera novela de Natalia Zito, Rara, posa su mirada sobre la relación entre madre e hija y con un tono íntimo cuestiona los vínculos sociales y el concepto tradicional de familia, la reproducción de un discurso machista naturalizado en una generación que, en el interior del seno familiar, separa lo que debiera ser público y privado.

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