¿Quién le pondrá el cascabel a la corrida contra la deuda pública de la zona del euro? Madura, por cierto, el tiempo de la revolución francesa. El bastión a tomar, desde ya, no esLa Bastillasino, cruzando el Rhin, la fortaleza del Banco Central Europeo (BCE) en Fráncfort. En octubre la esperanza de ponerle coto a la zozobra era la ampliación dela Facilidad Europeade Estabilidad Financiera (Feef). Sin embargo, Alemania rechazó toda conexión entrela Feefy el BCE y abortó la maniobra. Sin ese respaldo y si Europa no aporta más dinero, está claro, nadie más lo hará. Así la idea del muro cortafuegos quedó a medio construir y, librado a la buena de Dios, el incendio se propagó a sus anchas. Indefensas, Italia y España están peligrosamente rodeadas por las llamas.
La deuda soberana de doce de los diecisiete países que conforman la unión monetaria padece de estrés severo o se recluyó en sala de terapia intensiva, fuera de la órbita de los mercados. La lista actualizada ahora incluye a Francia. Es que la corrida se cebó. No respeta investiduras. O se es Alemania y lo que se debe no importa (aunque el presidente del eurogrupo, Jean-Claude Juncker, azuce el tema para conmover a Berlín). O no se tiene deuda como Luxemburgo y Estonia. Si no es así, se está en el horno a, mayor o menor, temperatura.
¿Cómo poner fin al calvario? Todos piensan en el banco central (la valla de contención eficaz en el resto del mundo, aun en países como Japón que ostentan pasivos públicos abultadísimos y un crónico estancamiento). Pero Alemania no comulga (ni deja que los demás lo hagan). La premier Angela Merkel se resiste en una doble negativa: no se puede usar el BCE y, de poderse, dice, no serviría. Fiel a una tradición religiosa, el antídoto que propicia Berlín no es la compra de indulgencias (a través del BCE) sino la reforma. Y para tal fin no titubeó en vomitar a los tibios y promover el recambio político fuera de sus fronteras. Pero la asfixia no cesa cuando los muy pulcros Mario Monti y Lucas Papademos recitan convencidos los mandamientos. España –como en tiempos de la peseta– debió pagar ayer el 7 por ciento para colocar deuda a diez años. Nada permite suponer que el Partido Popular –si se impone el próximo domingo en las urnas– logrará extraer una rebaja.
La pregunta del trillón de euros: “¿Se dejará que Merkel, a suerte y verdad, complete su estrategia dantesca, y sin red? ¿O se reaccionará a tiempo?” La contestación del lunes pasado: “El mejor indicador –la docilidad de Sarkozy– todavía ofrece una respuesta negativa”. Ocurre que Francia no está cómoda ni segura –¿cómo podría estarlo?– con tamaño aumento de la calefacción circundante. Con Italia y España bajo fuego no hay manera de que emerja indemne. ¿Hasta cuándo París permanecerá impasible? Ya el miércoles la política francesa exhibió su primera muestra pública de disconformidad. La vocero del gobierno, Valerie Pecresse, invocó las palabras clave: hizo hincapié en la confianza de su país en el BCE como guardián de la estabilidad del euro pero también de las finanzas. En paralelo, el ministro de Economía, Francois Baroin, reflotó la tesis que Berlín sepultó inclemente en las cumbres de Bruselas de fines de octubre. En entrevista concedida a Les Echos manifestó que sigue pensando que sería una buena solución transformarla Feefen un banco con acceso a la asistencia del BCE. Ya Sarkozy lo planteó y se le dijo que no. No es que Baroin lo haya olvidado, pero se cura en salud y, fiel a sus deberes como funcionario público, menos puede ignorar la embestida contra la deuda y resignarse a no hacer nada.
Para atajar la corrida Bruselas ofreció potenciar el fondo de rescate –la Feef– con dos unicornios azules que todavía no pudo enlazar. Se sabe que ni el mecanismo de las garantías crediticias para inversores privados ni los vehículos especiales de inversión para allegar mayores recursos son viables. La idea de que ambos podrían servir para aumentar el poder de fuego dela Feef(neto de los compromisos asumidos) a “un billón de euros” es una fantasía que, pruebas a la vista, ya nadie sueña.
En cambio, la propuesta francesa, buena o mala, es una alternativa factible. Y si la corrida no se detiene, y la misma no se implementa, tampocola Feefsobrevivirá. Es que su diseño fue pensado para una crisis que azotara a la periferia de la eurozona. Cuando Grecia tropezó, había dieciséis países para aportar recursos y uno solo al que auxiliar.
Los traspiés de Irlanda y Portugal desdibujaron el balance. Pero ahora son los grandes –como España e Italia– los que están en la picota. Ambos contribuyen con el 30 por ciento del capital dela Feef.¿Quién rescatará, pues, a los rescatadores? Por la misma razón la variante de los eurobonos perdió también capacidad de tracción.
Para Der Spiegel, “la batalla francoalemana por el BCE se intensifica”. Sarkozy mantiene el silencio. Pero sus funcionarios ya hablaron. Es la escaramuza que oficia de señal. Otras voces también se sumaron (como la del presidente dela Comisión Europea, José Manuel Barroso). Y se sobreentiende que Francia no estará sola en la pugna. No sólo los chamuscados dentro de la unión monetaria tienen un interés concreto en plegarse sino también quienes observan desde fuera –la Legión Extranjeradebería nombrar al ahora extrañamente callado Tim Geithner como comandante honorario– inhabilitados para intervenir, pero no por ello libres de las consecuencias adversas de la crisis. Y, si se mira con detalle, también dentro de Alemania hay un tímido giro de posturas.
Los “cinco hombres sabios” que vierten consejo económico al gobierno sorprendieron la semana pasada con una recomendación favorable a los eurobonos (que Merkel dijo que respeta, pero no comparte). Y uno de ellos, Peter Bofinger, fue más allá. Reconoció que el tiempo de la solución política ya pasó. Y que lamentablemente el recurso al BCE es la única opción efectiva que le queda a Europa.