Política

Opina Carlos Duclos

Los trabajadores “privilegiados” y el discurso neoliberal


Por Carlos Duclos (*) / Especial para El Ciudadano

El mal llamado gran empresariado argentino (mal llamados empresarios algunos, porque lejos de serlo son meros rapiñeros y juerguistas de las finanzas, pero no inversores de la economía) y el poder político pirata que los ha representado a lo largo de la historia y ha estado a su servicio, han logrado de diversos modos sojuzgar a los trabajadores, a muchos profesionales y puesto el pie encima a las Pymes.

Estos corsarios de la economía y sus secuaces neoliberales, que han hecho fortuna a costa del Estado siempre, ganando licitaciones no se sabe cómo; evadiendo impuestos con sociedades offshore; vaciando empresas y otras malas artes que son una de las importantes causas del desastre nacional, han pretendido históricamente tener a los trabajadores como variables de la economía, han querido minimizar el salario, depreciarlo, es decir hacer padecer a la familia argentina de menos posibilidades financieras y económicas, para que ellos puedan engrandecer no sus empresas, sino sus finanzas personales. En muchos casos, incluso, han hecho estallar a las empresas para jugar en la timba financiera y sacar suculentos réditos. La historia lo muestra sin necesidad de que se manifieste aquí.

Hoy en medio de una inflación devastadora que a final de año pasará holgadamente el 40 por ciento, en medio de cientos de miles de despedidos en todo el país, de déficit fiscal, de merma del PBI, de aumentos de tarifas cada tres por tres, y de una recesión económica que tiene a mal traer a todos, pero muy especialmente a la clase media, a los trabajadores, al comercio y a la pequeña y mediana empresa, surgen situaciones extrañas en varios puntos del país que llaman la atención de la ciudadanía y la distrae de lo importante. Esto sin contar el curioso lanzamiento del debate sobre el aborto, cuestión que tiene atrapado a medio mundo mientras la pobreza avanza a pasos gigantescos.

En la provincia de Santa Fe, extrañamente, ha salido a relucir la cuestión EPE y a partir de un suceso periodístico válido en cuanto tal, algunos de estos inescrupulosos han visto la gran oportunidad y se han lanzado al ruedo con miras a desprestigiar a la EPE y lo que es más grave no a su directorio, sino a toda la estructura, incluyendo en algunos casos a los trabajadores. No es casualidad.

No es intención del autor de esta columna defender a la Empresa, ni a sus directores, ni al gobierno socialista, señores y señoras que serán responsables en todo caso de sus errores y desaguisados, si los hubiere, pero sí con todas las letras acudir en defensa de los trabajadores, sobre los que se han echado a rodar un manojo de mentiras por parte de mequetrefes, que quisieran ver en el país a todos los trabajadores de todos los sectores ganando 200 dólares o menos por mes, (como los explotados en China) y un plato de arroz. Por eso algunos representantes del neoliberalismo y amigos de corsarios inescrupulosos hablan de “privilegios” de los trabajadores de la EPE, cuando en realidad son mejoras salariales, mejoras en las condiciones de trabajo y beneficios que no son discriminatorios ni discriminantes, por cuanto se desea para todos los trabajadores del país, pertenezcan a la rama gremial que pertenezcan.

Lo que ocurre, es que los juerguistas neoliberales apetecen empresas del Estado que funcionan, que dan rédito económico, y nada mejor para comenzar a obtenerlas que desprestigiarlas, ensombrecerlas, decir que no sirven para nada y que van a funcionar mejor en manos privadas ¿Cómo Edenor y Edesur? En Buenos Aires hay apagones mortales, eternos, y es cierto que en Santa Fe también los hay, pero no hay punto de comparación. Lo que no se le puede negar al gobierno socialista de Hermes Binner, Bonfatti y Lifschitz es la gran cantidad de inversiones realizadas en la EPE con las que se han logrado reducir los cortes, esto a pesar del crecimiento demográfico que sigue teniendo Santa Fe y la multiplicada demanda. Allí están las empresas privadas extranjeras telefónicas, por ejemplo, o nacionales de TV por cable, por mencionar solo algunas, cobrando sumas de dinero exorbitantes para un servicio de regular a pésimo.

Lo más triste no es el mensaje de estos sectores de las finanzas conocidos, sino que una parte de la población crea en estas mentiras mimetizadas, arteramente instaladas mediante técnicas de marketing, casi ya como cultura. Lo más triste es que los propios trabajadores hablen de “privilegios” de otros compañeros, cuando en realidad deberían procurar obtener los mismos beneficios o más, apoyados por el reclamo justo de todos y la firme adhesión y acción de la dirigencia.

Nunca habrá privilegios para los trabajadores, jamás, todo lo que se consiga serán beneficios conquistados con lucha; porque también un trabajador merece, si se le antoja, tener un auto de alta gama, un reloj de marca, viajar al exterior, ahorrar en dólares, en yuanes o en lo que le plazca.

Los privilegios son los que tiene una casta (verdadera privilegiada) que en ciertos casos ha hecho fortunas no con el trabajo arduo y peligroso, sino pisoteando al prójimo, robando con guante blanco, aparentando ser en lo moral lo que nunca fue ni será. Casta que sirve a un poder mundial demoníaco que quiere ver devastado al trabajador; que quiere controlar la densidad poblacional porque no sirve la expansión a sus intereses; que propugna la muerte en lugar de la vida y que tiene a su favor a cierta izquierda estúpida criolla que no es capaz de ver más allá de sus narices (o no quiere ver) y danza en la esquina mientras en su casa le desvalijan los verdaderos derechos.

Los llamados privilegios de los trabajadores, de los profesionales, del comercio, de la pequeña y mediana empresa, de la clase media “privilegios” que se van apagando, no son tales, son derechos a una vida mejor, a una vida digna que les corresponde a todos y no solo a unos farsantes y mentirosos, con frecuencia ladrones de lujo.

(*) Periodista

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