Edición Impresa

Reflexiones

Los rostros de San Martín

A lo largo de sus 72 años de vida, el Gran Capitán José Francisco de San Martín sólo posó para ser retratado alrededor de cinco veces.


A lo largo de sus 72 años de vida, el Gran Capitán José Francisco de San Martín sólo posó para ser retratado alrededor de cinco veces. Acaso el número podría estirarse hasta siete, pero no más allá. Fuera de esta nómina, el más antiguo retrato conocido sería una miniatura a la témpera, sobre marfil, ejecutada entre 1812 y 1814 por un artista que firmó con las iniciales B. L. En la misma, viste uniforme y muestra un semblante “de carácter acentuadamente español, la boca levemente carnosa y apretada y la nariz aguileña, tomada de frente”.

En Chile, el peruano José Gil de Castro pintó sobre cobre el primer retrato tomado del natural. Es el San Martín de gran nariz, pelo abundante y mechón sobre la frente, con el sable corvo bajo el brazo, la condecoración de la batalla de Chacabuco en el pecho y banda del grado de general. No es la imagen favorita del público, pero Del Carril subraya que se ejecutó ante el modelo y es “la expresión verdadera de la figura de San Martín, tal como la contempló y la representó el pintor cuando vio por primera vez al general, en 1817”. Luego, Gil de Castro iría haciendo copias –se dice que serían ocho– sobre tela, donde fue alargando y estilizando la imagen, además de colocarle agregados y leyendas. La naturalidad original fue lógicamente disminuyendo.

Corría 1824 cuando José de San Martín, ya concluida su gloriosa etapa militar, residía en Bruselas (Bélgica). Allí posó para varios retratos. El primero, la escultura que el famoso medallista Jean-Henri Simón lo tomó para la pieza batida por la Logia “La Amistad Perfecta”. Es su único retrato de perfil, tomado del natural y se lo debe considerar muy fiel, dada la calidad del escultor.

En esa época, San Martín posó para beneplácito de sus anfitriones, quienes solicitaron los servicios del notable Henri Simón para confeccionar una medalla masónica con la esfinge de aquel militar.

Por la fuerza de la obra y la edad aproximada del retratado, se vincula esta pintura con la producción de dos destacados autores: Jean Baptiste Madou y François Bouchot, belga el primero y francés el segundo. De Bouchot se conoce un precioso retrato conservado en la Academia Militar de los Estados Unidos, en el museo de West Point, donde San Martin presenta el uniforme de gala de Protector del Perú despojado de todas sus insignias. El retrato mide 340 x 250 mm y, con el marco, 524 x 430 mm.

Las facciones de la cara plasmadas en esta obra, sin embargo, nos llevan hasta Madou, pues se asemejan en mucho al retrato litográfico que él le ejecutara por 1828, cuando San Martín había aumentado de peso y ya había perdido el rostro enjuto que quedara reflejado en las pinturas de José Gil de Castro.

El retrato ahora analizado, con la figura de San Martín mirando hacia la izquierda y contenida en un óvalo, tiene en la base una cinta con la leyenda: “El Gen mo José San Martin Protector del Perú”.

El segundo retrato pintado, hacia 1825, en Bélgica lo muestra de frente, con traje de civil. Fue obra del pintor Jean-Joseph Navez, del taller de David. Un magnífico retrato “sin duda ligeramente hermoseado”, dice Del Carril, pero los rasgos “son perfectamente reconocibles e identificables con los demás retratos directos que le fueron tomando”. El tercer retrato belga tuvo varias versiones. El general Guillermo Miller pidió a San Martín que se lo enviara para ilustrar las memorias de su hermano José. Entonces, el Libertador posó ante el pintor y litógrafo Jean-Baptiste Madou. Éste lo representó de civil y con capa, en una pintura de la que hizo luego una litografía.

San Martín le hizo correcciones, hasta que quedó más o menos satisfecho. Entonces, Madou puso al rostro un uniforme militar y entregó a San Martín, para que las enviara a Miller, la piedra litográfica y la prueba. Este es el San Martín más conocido, el “de la estampilla y de los billetes”.

En la carta adjunta para Miller (1828), San Martin comentaba: “Los que lo han visto (al retrato) dicen que, aunque se parece bastante, me ha hecho más viejo, y a los ojos los encuentran defectuosos”, pero “es lo mejor que se ha podido encontrar para su ejecución. Al fin, yo he cumplido con su encargo, asegurándole será el último retrato que haga en mi vida”. El general Miller era inglés y formó parte del ejército sanmartiniano como edecán. Éste eligió este cuadro para el libro sobre sus propias memorias.

En realidad, el último fue ejecutado en 1848, en París, posiblemente en el cumpleaños número setenta del general.

No es una pintura sino una fotografía al daguerrotipo, es decir impresa sobre cobre y no sobre papel. En realidad, se tomó dos, una de ellas con la mano dentro de la levita. Obviamente, se trata de “los únicos retratos verdaderamente directos”.

El daguerrotipo es una de las dos imágenes reales que existen sobre el prócer. Fue el primer formato técnico de la fotografía creada por el francés José Daguerre. No se trata de un dibujo, es una imagen tomada a través de un aparato, cuando el prócer tenía setenta años y estaba casi ciego. Fue llevado al estudio del daguerrotipista por su hija Mercedes. La diferencia entre ambos es la posición de su mano, en un caso dentro y en otro fuera del abrigo.

En un minucioso estudio de Del Carril se enumeran también otros rostros ejecutados en vida del Libertador, aunque no posara para ellos. Son, cronológicamente, el grabado de Núñez de Ibarra. Tres figuras ecuestres, obra del famoso pintor francés Théodore Gericault. Una miniatura de Wheeler, hecha sobre marfil. También existe un óleo atribuido a Gregorio Torres. Y otro pintado en Perú por Mariano Carrillo, con el uniforme de Protector de ese país. Y un último óleo realizado en Chile por Francis Drexel.

Es famosa aquella efigie donde el general aparece envuelto en la bandera. Fue obra de la profesora de pintura, cuyo nombre se ignora, de su hija Mercedes. Supone Del Carril que varias manos (muy probablemente la de Madou) intervinieron en este óleo.

Mercedes sorprendió a su padre al entregárselo en 1829, al regreso del fallido viaje a Argentina. A pesar de la “fatiga visual” que nos produce su extraordinaria divulgación, se trata de una magnífica figura que representa fielmente el rostro del prócer. San Martín tenía tanta estima por este retrato, que lo conservó hasta la muerte en su dormitorio.

Comentarios