El Hincha

Superliga

Los Rodríguez, de sangre leprosa, evitaron la caída

Cuando el invicto de Héctor Bidoglio empezaba a esfumarse, Maxi combinó con Alexis y la Lepra rescató un punto ante San Lorenzo en el Nuevo Gasómetro


Foto: Nicolás Aboaf

El partido transitaba los minutos finales, esos que pocas veces cambian el resultado, en especial para Newell’s. Y el Nuevo Gasómetro mostraba una tensa calma. Los hinchas locales se miraban preocupados por las chances desperdiciadas para liquidar el partido: nueve cotejos sin triunfos eran motivo suficiente para desconfiar y sufrir con el reloj.

En la Lepra, en cambio, el sentir era distinto. La bronca por no poder empatar a pesar de la mejoría del segundo tiempo se mezclaba con una sensación de despojo por el gol ilícito de Blandi que Espinoza convalidó.

El partido a esa altura no se emparentaba con esquemas tácticos. San Lorenzo se había refugiado cerca de Monetti y Newell’s defendía con una línea de tres improvisada. La claridad perdía con el cansancio y sólo la férrea voluntad de algunos futbolistas leprosos permitía pensar con un empate milagroso.

Bidoglio había corregido con los cambios el defecto de su planteo inicial. El ingreso de Figueroa por Leal fue contra aquellos que creen saber de fútbol. Los opinólogos de turno en las redes sociales nunca hubieran aceptado en la derrota el ingreso de un volante por un delantero. Pero el DT vio mejor el panorama.

Con el ingreso de Figueroa, Newell’s recuperó fútbol y Formica se sintió mejor. Cacciabue ya no corrió tanto sin sentido e Insaurralde tuvo un mano a mano, algo que Leal nunca logró. Y el ingreso de Alexis por Nadalín fue el manotazo de ahogado para matar o morir en el intento.

Los minutos pasaban. Para San Lorenzo parecieron eternos, para Newell’s todo lo contrario. Maxi se arrastraba en cancha tras haber corrido demás para colaborar en la marca. Sólo su jerarquía le permitía seguir adentro hasta el final.
Salazar metió dos corridas con poca oposición, pero sus ganas de hacerle un gol a la Lepra le jugaron una mala pasada. Y Newell’s siguió con vida. Apostando a esa última bola que casi nunca resulta.

El invicto de Bidoglio empezaba a esfumarse. Y ya estaban escritas las críticas por una derrota que pasaba a ser dolorosa. Incluso injusta.

Hasta que de pronto, hubo una chispa que encendió la ilusión. El empuje nació de Aguerre, que salió jugando como si fuera un líbero y se la dio a Figueroa. El Negro no se encegueció con la ansiedad lógica de tirar el centro rápido. Tuvo la claridad de hacer una pausa, lo vio a Alexis y lanzó un pase lejano y certero.

Y mientras la pelota volaba, el partido entendió que los Rodríguez merecían ese gol que tantas veces soñaron, ese que alguna vez pergeñaron en un picado informal o en algún cumpleaños familiar. O en esas charlas en Montevideo, donde Alexis trataba de convencer a Maxi del regreso para compartir un rato dentro de la cancha.

Un día iba a suceder, estaba escrito. Alexis cabeceó hacia adentro para dejar a la Fiera de cara al gol. Y Maxi tuvo ese segundo que lo distingue para entender que devolver la pelota adentro para su primo aumentaba las chances de éxito en la red.

Alexis se zambulló de palomita y consumó el delirio. Newell’s conseguía un empate agónico de un enorme valor anímico. Por un rato los Rodríguez hicieron olvidar la bronca contra Espinoza, el flojo planteo inicial de Bidoglio y la falta de un nueve.

Alexis corrió a abrazar a Maxi. Y en ese festejó parecieron estar todos los leprosos. El valor del punto será difícil de calcular. Pero ayer se festejó como si fuera un triunfo.

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