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Los restos que trae la marea

El escritor costarricense Luis Chaves, uno de los poetas más reconocidos de Centroamérica, responde acerca de la génesis de “Falso documental”, el libro que reúne toda su obra desde 1997 hasta el presente, y sobre sus disparadores e influencias.


Falso documental. Poesía completa / 1997-2016. Luis Chaves
Seix Barral / 2016. 416 páginas

Falso documental. Poesía completa /(1997-2016) reúne los libros publicados del escritor costarricense Luis Chaves, hoy uno de los poetas más reconocidos y premiados de Centroamérica, morador (hace una década) y visitante asiduo de Argentina –donde su escritura se tiene en gran aprecio– y participante del Filba 2015 (Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires). Fragmentos, pequeñas notas personales, papeles dispersos, panorámicas o planos detalle de un espacio determinado, de un estado de ánimo, de una confesión, testimonios interiores tratando de descifrar su protagonismo en un episodio de road-movie, la confianza de que tan sólo hay historia después de haber sido escrita, la memoria intervenida por un defecto de ambiente o por un detalle captado en una rueda de desconocidos, realidades asombrosas o convulsas produciendo luego un milagro literario de apenas un par de estrofas conforman la respiración de Falso documental, donde ciertas vivencias colocan también a su autor como un espectador; la especificidad de las experiencias aparecen cuando Chaves “entresaca” y “descubre” de entre la maleza de la exuberancia de la realidad (Costa Rica, país tropical por excelencia) para expresar algo sustancial sin ser demasiado consciente del sentido que adquiere. Así en sus libros –los que integran este volumen, desde los más tempranos hasta los recientes– da la impresión que fue la audacia y no la responsabilidad –o la maquinación consciente–, liberada de ambiciones reflexivas, el motor fundamental para sumergirse en la existencia; para captar de la música, una secreta estrofa; para andar sin pensamiento y describir esa imagen revelada a la sombra de unos árboles; para hacer de su lengua coloquial un lugar donde enloquecer o humillarse con el afán de restaurar la armonía con la experiencia popular, para urdir en la modernidad de las últimas tres décadas, la materialidad de su escritura.
—Tu escritura se construye en prosa y en verso libre, ¿preferís alguna?
—No. Creo que hay textos que piden un formato. Tal vez se deba a cómo fueron concebidos. A veces tiene que ver con si vienen de fragmentos que unieron o de ideas que traté de extender.
—¿Tenés alguna idea previa de la extensión de tus textos, qué la determina?
—En general, vuelvo a los textos para acortarlos. Con espíritu de podador. Si veo hacia atrás, encuentro, sin embargo, textos más breves en los primeros libros. Quizás tenga que ver con la ansiedad de abandonar el poema a la brevedad para empezar otro. Aquella velocidad que nunca volvió, por cierto. O tal vez era más sintético hace unos años.
—Se perciben los retazos de tu propia vida en la mayoría de los libros que componen “Falso documental”, ¿es esta forma más personal de encarar los textos la que te expresa mejor?
—Es cierto que hay muchas señales autobiográficas. La materia prima que está cerca, a la distancia de la mano. Aunque eso también es un terreno engañoso, todo se va alterando y lo que muchas veces sirve como detonador para un poema o un texto narrativo, luego se va encauzando hacia otro lugar. La anécdota personal no es importante, me parece, si no lo que ésta pueda activar.
—¿Por qué llamaste “Falso documental” a esta poesía completa?
—Este libro lleva el nombre de uno de los textos de un libro que publiqué en 2011, Monumentos ecuestres. El texto en cuestión es una prosa de un par de páginas que se inició como una carta después de una separación, pero como te decía antes de lo que sucede con los detonadores anecdóticos, luego se fue para otro lado. Fue una especie de paneo sobre todo un periodo. Entonces vivía, por cierto, en Villa Crespo (Buenos Aires, Argentina). El repaso que hace el texto tiene que ver ya no con sucesos sino más bien con preguntas. Es decir, pasa de las personas a las ideas.
—Hay mucho de jerga territorial en tus escritos, de tu propio lugar y de otros, ¿pensás que de ese modo hay interlocutores dilectos?
—Nunca me ha interesado encerrarme en una jerga que exija membresía. Pero tampoco se puede escribir en un lenguaje neutro, como el doblaje de las películas. Es inevitable que aparezca el tono, los modismos, cierta musicalidad identitaria del castellano de mi región.
—En tu caso, ¿qué dispara un poema, una frase, una palabra, un recuerdo, ciertas asociaciones?
—La mayoría de las veces parto de fragmentos. Restos, digamos, que trae la marea. Así llegan los recuerdos, ¿no?, como cabos sueltos. También ese fragmento puede venir de una conversación escuchada en la calle, incompleta, apenas un pasaje. O del mismo modo pero de una canción. En la narrativa, en textos más largos, en general, el punto de partida es diferente. Se trata más de una intención, de una voluntad de dirección, que de un fragmento.
—En “Krill”, la parte final de “Iglú”, decís “…este libro tiene que deshacerse mientras se lee”, ¿qué animó esa expresión?
—El libro se llama Iglú pero empieza hablando del calor insoportable de la canícula, el pico alto del verano tropical. La intención era contrastar con el frío interior. El mundo de adentro frente al mundo de afuera. La frase, un poco lanzada como guiño, viene de ahí.
—¿Cómo considerarías la evolución de tu escritura ahora que aparecen tus volúmenes en conjunto?
—Fue un poco traumático ponerme a leer todo lo que había publicado en poesía para juntarlo en orden en este libro. Salvo un par de poemas de los libros recientes, había decenas de textos que no creo haber leído nunca después de publicados. Poemas escritos en años como 1995, por decir algo. No hablo de “bueno” y “malo”, hablo de cercanía, de reconocerse en el espejo de la escritura. Por otro lado, un cable a tierra: ese fui yo.
—¿Qué dirías que influencia tu escritura, otros autores, la música (bastante presente en tus textos), las experiencias (también bastante presentes)?
—Todo lo que leemos, tal vez con mayor fuerza lo que no nos gusta, va dejando un sedimento. Ahí está en la escritura. Lo mismo entonces de la música, las personas que pasan por nuestra vida, los lugares donde sucedieron cosas.
—Está Buenos Aires en algunos de tus textos, ¿en qué épocas viajaste a Argentina?
—Viví en Villa Crespo de 2003 a 2006. Pero antes de eso ya había visitado el país un par de veces. Y después en 2006 también. La visita más reciente fue el año pasado (2015) en septiembre, donde participé en el Filba y presenté la novelita Salvapantallas (Seix Barral).
—¿Cómo describirías la escena de la poesía contemporánea en tu país?
—Veo que hay varias revistas y fanzines, allí es donde está siempre la efervescencia, el motor de la literatura. Editoriales pequeñas, autogestionadas, las que toman riesgos. Conozco (me refiero a que he leído) a gente joven que me gusta mucho. También coordino un taller desde 2006, por ahí me entero de parte de la movida poética y literaria en general. Es un país muy pequeño. Con lo bueno y lo malo que eso significa. Todo pasa por San José, básicamente. Y por una parte minúscula de San José, quiero decir.

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