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Los recuerdos de un viajero incansable

Por Paola Cándido. Ebel Barat presenta La ruta de la seda, un libro sobre el oriente desconocido.

Ebel Barat es poeta, narrador e ingeniero agrónomo. En ese orden. Pero también practica taekwondo y, además, viaja. Viaja mucho, tanto como para contar todas sus experiencias en un libro, La ruta de la seda, que presentará hoy, a las 20, en el bar Te Conozco Mascarita, ubicado en Laprida 1220.

“Viajé toda mi vida y siempre me gustó viajar, por cuestiones de trabajo y por cuestiones personales. Y este último viaje fue  más fuerte, largo: uní Asia con Europa y me pareció súper interesante hacerlo por tierra porque uno va viendo el cambio que se da en las culturas, en los rostros, en las creencias y en el paisaje, además son países que están bastante escondidos los del Asia Central”, dice este rosarino de 54 años, que pasó la mayor parte de su vida recorriendo el mundo. Y sigue: “Fue la vía de comunicación más intensa entre el comercio de oriente y occidente, mucho antes de la navegación, en la época del Imperio Romano para ubicarse. Y esos países quedaron un poco escondidos, pasaron a la órbita soviética en buena cantidad, hay países musulmanes como el caso de Irán. China del oeste, por ejemplo, que es lo que no conocemos, porque lo que conocemos es China del Este, Shangai, Pekín… La China del oeste es otra raza, son musulmanes, es súper desértica y todo esto a mí me gusta muchísimo”.

—¿Por qué este libro?

—Porque me pareció que estaba bueno hacer una crónica del viaje, una crónica colorida y real. Normalmente cuando el cronista viaja tiende un poco a la exageración; por ejemplo, me tomé un café en tal lugar o pasan cosas que realmente no pasan. Los relatos viejos como lo de Marco Polo siempre tienen un sesgo fantástico, de seres que no existían, cosas así, de exageración.

—Entonces usted buscó darle al lector una sensación de cercanía…

—Yo quise que se expresara lo que yo estaba viendo de un modo natural, normal, cómo afecta a un viajero que sí tiene un poco de tradición de viajero y cierto conocimiento de la geografía, cómo afecta las culturas, los cambios. Las reflexiones propias, del día, el anecdotario, pero no el anecdotario de ‘me levanté a las 8 a tomar un café’, sino aquellas fotos del día o aquellas dos fotos del día que te signan, hacer una reflexión al final del día, ¿qué pasó hoy? A lo mejor es una reflexión íntima o a lo mejor es una reflexión de un paisaje o de una persona y me parece que ahí se van viendo los países y las culturas.

—Ya desde el título, el libro da cuenta de lo que trata.

—Claro, no es un título original. De hecho, si uno compra una guía de viaje puede encontrar esas guías que se denominan rutas de la seda. Lo que fabricaban los chinos, que era un país desconocido en tiempo de los griegos y del Imperio Romano, era la seda y no se conocía en el Occidente. Entonces la seda venía con las caravanas, llegaban hasta un punto, pasaba otra caravana y así venían llegando. Nadie imaginaba bien cómo se hacían ni de dónde venían. Pero en realidad se llamó así porque la seda era un producto buscado por el Occidente, transitaban mercaderías de un lado y del otro, historias, razas, etcétera.  Se denominó la ruta de la seda porque era el elemento más famoso, como ocurrió con la ruta de las especias en épocas de los portugueses.

—¿Hay alguna experiencia de los viajes que le haya llamado la atención?

—Me sorprendieron muchísimo dos cosas, una que es un lugar común, Estambul, la vieja Constantinopla, pero ver todavía el tráfico actual desde el Bósforo en ese estrecho que separa el Mar de Mármara con el Mar Negro y pensar que eso viene ocurriendo desde hace tanto tiempo y ver cómo hace una bisagra entre lo que es Occidente y Oriente en una misma ciudad es bastante tocante y es un enclave bellísimo, donde lo musulmán y lo occidental pujan y se nota. Y por otro lado, en la China del oeste, los terribles desiertos cómo son ganados por el hombre, por ese trabajo de topo que suelen hacer los chinos, subterráneo literalmente, para traer el agua por debajo de la tierra, lograr un oasis y una ciudad en el medio del desierto extremo, una ciudad que es graciosa, agradable, donde la pasás bien y está lograda a través del trabajo del hombre en una entrada inhóspita. Eso me llegó mucho.

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