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Los peruanos en Argentina

La socióloga Carolina Rosas publicó una investigación sobre el fenómeno de la inmigración de esta comunidad y obtuvo testimonios esclarecedores: “Acá, las villas tienen luz, agua y desagües".

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El fenómeno migratorio desde la perspectiva de género fue el tema de una investigación encarada por la socióloga Carolina Rosas, quien tomó una muestra representativa de mujeres y varones peruanos arribados al país entre 1990 y 2003.

El libro Implicaciones mutuas entre el género y la migración, publicado por editorial Eudeba, muestra cómo ciertas motivaciones y estrategias migratorias de este grupo estuvieron condicionadas por la cuestión de género.

La herramienta utilizada para recabar información fue la entrevista, pero también durante los dos años de este trabajo –entre 2005 y comienzos de 2007– el equipo de investigación mantuvo una relación estrecha con organizaciones y miembros de la colectividad peruana en la ciudad de Buenos Aires y en el conurbano bonaerense.

“El crecimiento alarmante de los niveles de pobreza en Perú en los años 90, la acentuada precarización laboral y salarial, así como la crisis institucional, fueron procesos que afectaron a la población en general”, apunta la socióloga como el motivo que originó la venida al país de una importante cantidad de peruanos.

Cuenta Pamela, una de las entrevistadas: “La villa tiene luz eléctrica, tiene agua, desagües. Esto no es pobreza; porque nosotros por agua íbamos como de acá al Obelisco, caminando con  dos palanganas para traer agua; y nos alumbramos con mecha de noche porque no podíamos comprar una garrafa. Pero acá hasta el más pobre tiene una garrafa, tienen una Plan de Jefas y Jefes”.

En general, sintetiza Rosas, “las mujeres llevan en la Argentina, en promedio, un año más que los varones. Y si bien ambos sexos se movieron siendo jóvenes, ellas lo eran aún más.

Luego de la migración internacional, los peruanos se movieron internamente, en especial desde la ciudad y hacia el conurbano”.

“La gran mayoría de los encuestados –agrega la investigadora– tiene regularizada su situación documentaria y alrededor de la mitad afirma haber sido discriminado o maltratado por su condición de migrante”.

A su vez, “el carácter pionero de la mujer y su mayor presencia en el destino –debido a las características del mercado laboral argentino– constituyen las primeras evidencias de que las construcciones de género, que ponderan a los varones como principales proveedores económicos, han debido adaptarse ante ciertas coyunturas”.

“También evidencian que los varones ocupan un lugar secundario en el movimiento y que, muy posiblemente, eso afecte los ámbitos estructuradores de la masculinidad”, puntualiza Rosas.

Entre los adultos que estaban unidos conyugalmente al momento del movimiento, “se evidenció que cuando las familias tienen que acomodarse a coyunturas económicas en las cuales los ingresos del varón no son suficientes (situación profundizada en el Perú de los años 90), se ven trastocadas ciertas normativas de género”.

En cuanto a los jóvenes, entre las principales razones para moverse a la Argentina se encuentran “la imposibilidad de realizar estudios superiores o el truncamiento de las carreras; la complicación para insertarse profesionalmente; las dificultades económicas propias y de sus familias; la migración de la madre”.

A esto hay que sumar un preconcepto “incierto y romantizado sobre las posibilidades de ingreso a la universidad pública y a las posibilidades de trabajo”.

Para algunos, comenta Rosas, la Argentina representaba una suerte de ‘trampolín’ que les permitiría ahorrar o conseguir documentación para ingresar al primer mundo. Y a esto se agrega la existencia, acá, de una red importante de parientes o amigos cercanos.

El paso del tiempo, advierte Rosas, “fue moderando los gestos de autonomía femenina (…) la negociación de las normativas difícilmente traspasa los límites de lo socialmente aceptable y de las ideologías de género. La eficacia de la estructura de género se expresa con claridad con el autocontrol que las mujeres se imponen a fin de no ser socialmente sancionadas”.

“Esto se documentó, por ejemplo, entre aquellas que dieron marcha atrás con sus deseos premigratorios de abandonar a los esposos para preservar su reputación y el bienestar de sus hijos”, concluye la investigadora al referirse a una de las variables estudiadas.

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