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Sin paz

“Los militares y los nazis tenían el mismo sistema de tortura”

De visita en Rosario, Sara Rus hizo un repaso de su vida, en la que se unen dos de las masacres más grandes de la historia.


El solo hecho de pensar que dos de las masacres más grandes de la humanidad se pueden juntar en una misma historia de vida estremece a cualquiera. Pero Sara Rus, sobreviviente del Holocausto y miembro de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, decidió contar su experiencia, ya que siente que “es algo que se debe saber”.

La octogenaria de origen polaco estuvo el jueves pasado en Rosario, donde visitó la muestra Shoá, en la Sede del Gobierno provincial. Allí, Rus brindó una charla, donde contó su vida, desde su “feliz infancia”, pasando por su estadía en el campo de exterminio de Auschwitz, hasta la desaparición de su hijo Daniel Rus, a manos de la última dictadura cívico militar en el país. A los integrantes de las fuerzas armadas de ese entonces, Rus los define como “los nazis argentinos”.

“Los militares tomaron exactamente el mismo sistema de tortura que las SS de Adolf Hitler, por eso yo los llamo los nazis argentinos”, aseguró la militante de los derechos humanos, quien mostró “orgullo”, por “las cosas que se hacen en Rosario en relación a la memoria”.

Sara Laskier (su apellido de soltera) nació en la ciudad polaca de Lodz. Según su relato, allí vivió “una feliz infancia, con padres muy cariñosos”. Pero esa felicidad sólo duró 12 años, ya que en 1939 el ejército alemán invadió su ciudad casi sin resistencia. “Recuerdo cuando los nazis entraron a mi casa y vieron mi violín. Preguntaron: «¿Quién toca el violín?». Y mi madre orgullosa respondió: «Mi hija». Ahí nomás lo agarraron y lo reventaron contra el suelo, ahí me di cuenta de lo que eran los nazis”, relató la sobreviviente.

Luego de la invasión de las fuerzas de Hitler a Polonia, Rus, junto a sus padres, fueron trasladados al gueto de Lodz. Allí tuvo dos hermanos, pero uno falleció de desnutrición y al otro, las SS lo mataron al nacer. “La vida en el gueto era terrible. Hacíamos trabajos forzados para conseguir un poco de comida y los judíos que dirigían el gueto (los judenrat) nos trataban peor que los nazis”, recordó Rus.

Pese a que el sufrimiento era una constante en el gueto, hubo un momento que marcó la vida de esta mujer. En 1942, su padre se hizo amigo de un joven, once años mayor que ella, y lo llevó a su casa. “Yo lo miré y él también me miró, nos enamoramos y luego de la guerra se transformó en mi esposo”, relató conmovida.

Ese muchacho, Bernardo Rus, anotó una fecha en una libreta y se la dio a Sara, quien en ese entonces tenía 14 años. La fecha era el 5 del 5 de 1945. Ese día, ambos debían encontrarse frente al edificio Kavanagh, en Buenos Aires, ciudad donde vivía el tío de Sara, quien pudo escapar de Polonia en 1938.

El gueto de Lodz no duró mucho y dos años después Sara y sus padres fueron trasladados a Auschwitz. La mujer, por entonces adolescente, llevó su libreta entre algunas cosas que pudo rescatar antes de ser subida al tren.

“En el campo de concentración no podíamos ni respirar, era terrible. Allí nos separaron a las mujeres de los hombres, y no pude volver a ver a mi padre. Me quedé con mi mamá en un lugar donde éramos todas mujeres desnudas y rapadas. Cada día venían y se llevaban mujeres para exterminarlas, por eso yo creo que un ángel nos protegió”, dijo Rus.

Luego de pasar tres meses en Auschwitz, Rus y su madre fueron seleccionadas para trabajar en las fábricas de aviones de Freiberg, en Alemania, donde, según contó, las trataban “un poco mejor”, porque estaba dirigida por ingenieros alemanes y no por miembros de las SS.

Pero la guerra estaba terminando y los soldados norteamericanos se acercaban a Freiberg. Por eso, todos los que trabajaban en las fábricas, incluidas Rus y su madre fueron trasladadas al campo de concentración de Mauthausen, en Austria, donde finalmente fueron liberadas por el ejército de Estados Unidos.

“Los americanos nos liberaron el 5, del 5, de 1945, justo la fecha que me había anotado ese muchacho en la libreta”, afirmó Rus, conmovida por la coincidencia. Además, recordó que los soldados estadounidenses “lloraban como chicos” al ver el estado de desnutrición y abandono en el que estaban los refugiados judíos.

Una vez recuperada, Rus recibió una carta que venía desde su ciudad natal. La carta era del joven que luego se transformó en su esposo. “Cuando la leí me quise ir rápido para Polonia, porque decía que quería casarse conmigo”, dijo.

Una vez en Polonia, Sara Laskier y Bernardo Rus se casaron y, junto a la madre de la mujer decidieron mudarse a Buenos Aires. Aunque para conseguir la ciudadanía, primero pasaron por Paraguay y cruzaron a la Argentina en lancha.

“Una vez que llegamos a Formosa, nos querían mandar de vuelta a Paraguay, pero mi marido escribió una carta a Eva Perón y fue ella la que nos facilitó el traslado a Buenos Aires”, indicó la sobreviviente.

Por un accidente que sufrió mientras trabajaba en las fábricas, Sara creyó que nunca iba a poder ser madre. Pero se equivocó, ya que tuvo dos hijos, Daniel y Natalia Rus.

“Daniel estudió y se recibió de físico nuclear. Entró a trabajar en la Comisión Nacional de Energía Atómica, pero en 1977 el gobierno militar se llevó a todos los científicos que trabajaban allí y nunca más tuve noticias de él”, lamentó la mujer, quien a partir de allí se unió a las Madres de Plaza de Mayo.

“Recorrí embajadas, templos, iglesias y viajé a otros países, pero nunca pude encontrar noticias de él. En la Amia no me recibieron con simpatía, esto hay que decirlo. Porque en esa época, hablar de los desaparecidos era tabú”, señaló.

Una historia dura. Como dice Rus, “difícil de contar”. Pero esta verdadera luchadora de la vida siente que su hijo, los 30 mil desaparecidos y los 6 millones de judíos asesinados durante el Tercer Reich, sólo seguirán en la memoria colectiva si la historia se cuenta de generación en generación, y en la voz de una octogenaria que sufrió las dos masacres en carne propia.

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