Cultura

Sobre la cuestión del héroe

Los grandes hombres de la historia argentina bajo la lupa

La historiadora Luciana Sabina indaga en las categorías populares con las que se conoce a ciertos grandes hombres de la historia argentina y para catalogarlos pone en discusión si fueron buenos o malos y cómo actuaron en cada ocasión.


Cuando analizaba el imaginario de la Edad Media, el historiador Jacques Le Goff escribió sobre el concepto héroe que “en la Antigüedad designaba a un personaje fuera de lo común por su valor y sus hazañas, pero que no pertenecía a las categorías superiores de los dioses y semidioses”. Esa categoría, aclara el medievalista, con la llegada de la “Edad Media y el cristianismo, desapareció de la cultura y del lenguaje de Occidente”, y se denominó héroes a los reyes. Justamente durante el Medioevo se configuró otro concepto, villano, para denominar a las personas que vivían en aldeas (villas) o en ciudades y no alcanzaban la condición de nobleza. Se derivaba de villa, la explotación agrícola romana donde trabajaban los esclavos. Luego, villa evolucionó hacia aldea y los siervos de la gleba recibieron el mote de villanos. Vale aclarar que se denominaba así, peyorativamente, a gente de los sectores populares. Muy lejos estaban esas denominaciones de las que impuso la cultura popular del romanticismo del siglo XIX y terminó de hacer masivo el cine hollywoodense, el de héroes al estilo de Superman o Batman, y el de villanos, es decir, seres detestables y enemigos públicos, como el Guasón. Como vemos, las palabras no designaron siempre las mismas cosas pero cabe preguntarnos: ¿sirven para conocer y pensar nuestra historia?

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HISTORIA Héroes y villanos. La batalla final por la historia argentina. Luciana Sabina / Sudamericana / 2016 / 432 páginas

La historiadora Luciana Sabina cree que sí y con esas categorías populares se meten en un terreno más que trillado en discusiones que tienen más de anacrónicas que de reflexivas. Con su libro Héroes y villanos. La batalla final por la historia argentina, la también periodista mendocina no tiene en cuenta la producción historiográfica de los últimos cincuenta años y pone en discusión si los protagonistas eran buenos o malos, si actuaron bien o mal en determinadas coyunturas, como si un acto debiera catalogar a una persona.

Mucho menos pretensiosos son los ricos debates de la historiografía argentina que se iniciaron en los años 30 con el revisionismo de tópico nacionalista, de Julio Irazusta o Ernesto Palacios por ejemplo, que pusieron en discusión a las figuras del panteón nacional como Alberdi, Mitre y Sarmiento, entre otros. Ellos proponían rescatar la figura de Juan Manuel de Rosas que había sido denostada por los historiadores liberales. En especial, los nacionalistas de la década de 1930 rescataron los valores cristianos, conservadores y de autoridad que había tenido el “Restaurador de las leyes”. José María Rosas, el “Pepe”, vio en ese personaje otras características románticas como su llegada a los sectores populares. Incluso hizo extensiva esa perspectiva hacia otros caudillos argentinos que habían quedado signados como simples bárbaros y demagogos populistas. Por último, en la década del 60 una camada de historiadores alineados con la izquierda nacionalista, como Juan José Hernández Arregui, apuntó sus energías a rescatar esos valores populares de los jefes de la montonera gaucha.

Sin embargo, ver como malo o bueno a Sarmiento o San Martín tiene sus límites, los propios que ofrece su existencia humana. El primero puede aparecer como un sanguinario que no tuvo remordimientos por que se maten indios y gauchos, a la vez que puede ser recordado como el gran maestro reconocido mundialmente. Al segundo hay quien lo sindica como un simple espía inglés, mientras que otros lo rememoran como padre de la patria. El canon de héroes o villanos pone límites al debate y debemos preguntarnos hasta qué punto esas categorías permiten reflexionar sobre nuestra historia, nuestro presente y nuestro futuro. Estamos dejando de lado el momento que vivieron, cómo se pensaron las cosas en sus épocas, quiénes y por qué los siguieron, entre otras.

Desde los sesenta, y a pesar de los baches de las dictaduras que les pusieron trabas al conocimiento académico, surgió de las universidades una historia social preocupada por rescatar el pasado de la economía y la sociedad argentinas. Las coyunturas y los personajes quedaban a un lado, y preocupaban los procesos a largo plazo, las políticas desplegadas, los ciclos económicos que vivió la Argentina. Como resultado de esta perspectiva, aparecieron en los últimos tiempos historiadores de prestigio como Noemí Goldman, Raúl Fradkin, Jorge Gelman o Gabriel Di Meglio, sólo por nombrar a algunos que se dedican a la historia argentina del siglo XIX. Estos estudiosos se preocuparon por las condiciones de vida de los sectores populares pero también sobre las grandes figuras de la historia criolla.

Bertold Bretch le preguntaba a un obrero quién había construido Tebas, si solamente Felipe II había llorado la pérdida de la Armada Invencible, si no había habido ni siquiera un cocinero entre las grandes campañas militares. Era obvio, no sólo las grandes personas hacen a la historia. Carlo Guizburg, en su célebre libro El queso y los gusanos, afirmaba que ya nadie olvida estos principios básicos al escribir historia. Sin embargo, llegamos a este punto y Sabina propone hacer la historia de héroes y villanos y le agrega: “La batalla final por la historia argentina”.

Sus preguntas no son innovadoras sino que son bastante trilladas, aunque desde una perspectiva neoconservadora y con un sesgo populista, guiñando el ojo a la clase media. ¿Qué motivó a Sobremonte a huir con el tesoro de la Colonia tras la llegada de los ingleses?, y ¿fue Roca el héroe conquistador del Desierto, o la temprana muerte de Alsina forjó su destino?, son dos de sus interrogantes. Con estos ejemplos, la mendocina pretende cerrar el debate sobre la rica historia de nuestro país. Nosotros debemos preguntarnos y preguntarle, ¿son estos los interrogantes más audaces que se atreve a alentar? O preferimos seguir la perspectiva del alemán que claramente se opuso al nazismo y se decidió a darles un lugar a los trabajadores en la historia. Podríamos preguntarnos en qué condiciones vivían los habitantes de Buenos Aires en 1806 y por qué decidieron enfrentar a los invasores cuando claramente el virrey se hallaba ausente. Otra cuestión sería la de cómo vivían tanto los indígenas que fueron masacrados durante la Conquista del Desierto, como la propia tropa de soldados que no eran más que gente del pueblo lanzada a aniquilar a sus compatriotas. El Martín Fierro, que ya es un libro con muchos años, enseña mucho de eso.

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