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Los espeluznantes pormenores de la carrera criminal del caníbal de Milwakee

“Dahmer” cuenta los asesinatos de jóvenes latinos, asiáticos y afroamericanos de la comunidad gay estadounidense cometidos por Jeffrey Dahmer , otro joven blanco de clase media. Varias veces a punto de ser descubierto contó con la “protección” de un perverso sistema racista y homofóbico


La nueva miniserie de Netflix, Dahmer, estrenada hace pocos días, se convirtió inmediatamente en uno de los más notorios fenómenos de la siempre discutible plataforma. Inscripto dentro del modelo del “true crimen”, el proyecto de Ryan Murphy y Ian Brennan vuelve a poner en foco una figura ya muchas veces abordada: Jeffrey Dahmer, el caníbal de Milwakee.

Si bien la miniserie de 10 episodios tiene sus méritos, las reacciones adversas de familiares de las víctimas del famoso asesino iluminaron las aristas escabrosas y reprochables del fenómeno que tanta pantalla ocupa desde hace tiempo, entre dramatizaciones, documentales y entrevistas. ¿Qué sucede con la monstruosidad de estos “crímenes reales” que desata tanta fascinación por esas figuras repudiables?

Dahmer narra los espeluznantes pormenores de la carrera criminal de Jeffrey Dahmer, conocido como el caníbal de Milwakee, quien a lo largo de algo más de una década asesinó a 17 hombres. Sus actos homicidas se completaban escabrosamente con prácticas ligadas a la necrofilia, el canibalismo, e incluso a una suerte de coleccionismo atroz, llegando a conservar parte de los cuerpos de sus víctimas, como cabezas, en la heladera.

Todo el asunto es indiscutiblemente siniestro, y si bien la serie no esquiva las innumerables minucias del horror, es claro desde el comienzo que intenta poner el foco en un aspecto llamativo del caso: los crímenes de Dahmer han estado siempre demasiado a la vista, pero hubo un implacable desinterés institucional que posibilitó y facilitó la increíble escalada de la impunidad.

Una atroz e injustificable posición de privilegio

El hecho determinante es que Jeffrey Dahmer elegía a sus víctimas en las comunidades latina, asiática, y, principalmente, afroamericana gay. Lo cual lo ha dejado, siempre, en una atroz e injustificable posición de privilegio. El típico joven rubio norteamericano, aunque problemático en su vida personal, encarnó, frente a sus víctimas desoídas, al modelo de credibilidad inobjetable de los baluartes de la tierra de la libertad. Varias veces, a lo largo de los años, la policía estuvo al ras de sus crímenes, casi en presencia, a punto de ser testigos, pero Dahmer salió siempre bien parado, de modos a veces inverosímiles. Incluso cuando fue detenido, porque lo fue, por el abuso de un menor asiático, fue liberado al poco tiempo, con el aval de un juez que creía en la integridad de este representante del joven norteamericano medio frente a la víctima extranjera.

Todo, siempre, sucedió a plena luz. La extensa cadena de crímenes se daba en una suerte de intemperie, incluso en la desesperante desatención dada a llamados telefónicos de vecinos que advertían sobre posibles crímenes (uno de ellos se escucha en la serie). En ese contexto, a  Jeffrey Dahmer no le hicieron falta grandes planes para tramar y ocultar sus actos horrorosos, ya que todo estaba dado siniestramente para que lo evidente sea lisa y llanamente negado por un sistema racista y homofóbico.

Dahmer pone entonces el foco en ese aspecto, en la falla sistémica que posibilitó y potenció esa carrera criminal que flirtea con lo increíble. Al “monstruo” se lo exhibe de modo frío y distanciado, implacable en su brutalidad, privado radicalmente de cualquier rasgo de empatía. El relato va y viene en el tiempo, entre el momento de su detención y los años anteriores junto a su familia, destejiendo la trama de continuos fracasos y oscuras obsesiones que fueron delineando su figura monstruosa.

Pero si en cierto punto esos pasajes de su adolescencia parecen establecer una simplista y objetable explicación para su comportamiento criminal a través de las disfunciones familiares, enseguida puede verse que tal cosa no es así, que no hay explicación ni justificación para su extrema crueldad, que lo que cuenta es un contexto institucional de aterradora desigualdad que no sólo permitió, sino que también avaló y potenció su violencia.

 

Una atmósfera hipnótica y un monstruo que no deja de crecer

En ese aspecto la miniserie resulta movilizadora, apoyada efectivamente sobre una puesta en forma general distanciada, minuciosa, y por momentos sofisticada. La atmósfera se vuelve hipnótica y el monstruo no deja de crecer ante nuestros ojos. Y es allí, tal vez, más allá de los varios aciertos narrativos de “Dahmer”, o, incluso podría pensarse, gracias a esos aciertos, donde aparece su verdadero problema y se torna cuestionable éticamente, como gran parte de la producción contemporánea ligada al fenómeno masivo del “true crimen”.

Si la serie causó controversias a pesar de la aparente posición crítica que toma ante el sistema que avala esa violencia racista y homofóbica, es porque, en cierta medida, este tipo de proyectos no dejan de convertir a estos criminales en un morboso objeto de seducción. La distancia aplicada en este caso ante Jeffrey Dahmer no permite ningún tipo de identificación, es claro, pero en ese mismo gesto de fría distancia no deja de ubicarlo peligrosamente en el lugar de una extrañeza a ser contemplada desde una escabrosa fascinación.

Como en un pequeño museo injustificado del horror que explota el sufrimiento de las víctimas y le otorga al monstruo la gracia de la espectacularización y la retorcida notoriedad de lo abyecto. El tema puede ser discutible, y no sólo en este caso sino en torno a todo el masivo fenómeno del “true crimen”. Las preguntas que ponen en cuestión a estas propuestas pueden ser muchas. ¿Para qué poner en el centro a estas figuras? ¿Por qué darles esa gracia de la notoriedad, no hay allí el sesgo de una nueva victoria de la brutalidad? ¿Qué pasa con el sufrimiento de las víctimas y sus familias al ver convertido ese dolor en una simple maratón para el consumo? ¿Esta supuesta perspectiva crítica no funciona a fin de cuentas como la contraparte de la fascinación? Y por qué, a fin de cuentas, causan tanta atracción estos “monstruos reales”, que podrían ya no implicar una sublimación del horror como los viejos y fantásticos monstruos sino, tal vez, una naturalización de la brutalidad por vía de la seducción.

Finalmente también podría plantearse, por fuera de los aciertos formales y narrativos de Dahmer, ¿seguir propagando estas discusiones, como aquí se hace, implica poner en perspectiva al fenómeno, o por el contrario supone alimentar peligrosamente el embrujo de su consumo?

Dahmer / Netflix / 10 episodios

Creadores: Ryan Murphy y Ian Brennan

Intérpretes: Evan Peters, Niecy Nash, Andrew Shaver, Penelope Ann Miller, Molly Ringwald

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