Observatorio

El recorrido de la memoria

Los ecos del silencio: un recorrido por la Escuela de Mecánica de la Armada

El edificio está vacío. Junto al umbral, un grupo de hombres y mujeres aguarda a que se abra una puerta de pesados hierros negros, anclada entre ventanales, ladrillos vistos y paredes blancas. A veces, el sol de la mañana permite que los árboles dibujen las sombras de sus ramas sobre la fachada


El edificio está vacío. Junto al umbral, un grupo de hombres y mujeres aguarda a que se abra una puerta de pesados hierros negros, anclada entre altos ventanales, ladrillos vistos y paredes blancas. A veces, el sol de la mañana permite que los árboles dibujen las sombras de sus ramas sobre la fachada y otras, la lluvia transforma esa escena en una imagen desoladora. La ansiedad por ingresar al lugar no es casual. En momentos, nada más, y acompañados por un guía especializado, los visitantes realizarán un recorrido por el Casino de Oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), en donde funcionó el Centro de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) más grande de Argentina durante la última dictadura militar y por el que, estiman, pasaron alrededor de 5 mil personas en carácter de prisioneras, entre 1976 y 1983.

 

El relato y sus horrores

Luz Denisoff tiene 26 años. Forma parte del equipo interdisciplinario de guías que desde 2005 acompaña a quienes llegan al lugar. Desde su apertura recibieron a casi 30 mil personas de todas las edades y de distintas partes del mundo. Durante el primer año fueron sólo 513 pero en 2010 la cifra creció notoriamente y llegó a 12.702. En la actualidad, más de 200 mil personas pasan por año por el lugar.

Denisoff habla con voz firme, clara y expone con elocuencia un relato que se remonta a antes de la edificación misma del Casino de Oficiales, en 1948. Más tarde su discurso será la verdadera reconstrucción de un pasado tan reciente como doloroso y dará detalles precisos del cautiverio de los detenidos y del contexto histórico de la época en Argentina y Latinoamérica, entre otros aspectos sociales, culturales y políticos. El recorrido dura algo más de tres horas, ya que resulta imposible no detenerse en cada recodo, llamarse a la reflexión, relacionar los hechos aprendidos o vividos con los sobrevivientes, los exiliados, los hijos recuperados, los juicios y las desapariciones.

El grupo escucha atento. La guía responde a todas las preguntas y repite su exposición, tantas veces le sea requerida. “Aunque algunos prisioneros eran alojados en otras dependencias del predio, como la Enfermería, el Taller Mecánico o el Pabellón Coy, el mayor trabajo represivo funcionó en el Casino”, aclara en el momento en que el grupo recorre los dormitorios de los oficiales y la maternidad clandestina, a donde eran llevadas las embarazadas secuestradas por el Grupo de Tareas (GT) 3.3.2 de la Armada y aquellas provenientes de otros CCDTyE del país. Un silencio especial irrumpe frente a la puerta de la maternidad, que está compuesta por dos habitaciones contiguas y pequeñas. En una, las embarazadas eran trasladadas a los seis meses de gestación hasta el momento del parto, que se practicaba en la pieza contigua frente al dormitorio mismo de los oficiales. “Los bebés eran apropiados y las mujeres eran conducidas hacia los vuelos de la muerte”, dice la guía. Nuevamente, el silencio en el grupo es total, no hace falta preguntar nada.

En el sótano obligaban a los prisioneros a realizar el trabajo “esclavo intelectual”, que consistía en explicar el contenido de “ciertos libros que habían sido previamente censurados por el gobierno militar”, entre otros requerimientos. En esa misma planta había una habitación en donde se practicaban las sesiones de tortura, lugar al que se llegaba a través de un pasadizo que los militares bautizaron, nada menos, como “El camino de la felicidad”. Si sobrevivían, los trasladaban a los sectores llamados Capucha y Capuchita, en el tercer piso. Allí quedaban alojados en compartimentos de menos de un metro de altura, obligándolos a permanecer encapuchados, de rodillas o sentados, sin mantener contacto entre si.

Justamente en Capucha es donde finaliza el recorrido, un espacio que permanece intacto luego que una orden judicial prohibiera realizar reformas. “Es el sitio donde los detenidos pasaron la mayor parte de su tiempo —explica la guía— y se han encontrado marcas en los muros”. Y otra vez el silencio vuelve a ser total. Algunos piden recorrer el sitio nuevamente. En soledad, otros se detienen frente a las paredes marcadas, como buscando descifrar lo escrito para poder devolverle a los muertos de todos, la identidad que les fue arrebatada. Las sensaciones son distintas, pero algo es cierto: nadie es indiferente.

En el sótano obligaban a los prisioneros a realizar el trabajo “esclavo intelectual”, que consistía en explicar el contenido de “ciertos libros que habían sido previamente censurados por el gobierno militar”, entre otros requerimientos. En esa misma planta había una habitación en donde se practicaban las sesiones de tortura, lugar al que se llegaba a través de un pasadizo que los militares bautizaron, nada menos, como “El camino de la felicidad”. Si sobrevivían, los trasladaban a los sectores llamados Capucha y Capuchita, en el tercer piso. Allí quedaban alojados en compartimentos de menos de un metro de altura, obligándolos a permanecer encapuchados, de rodillas o sentados, sin mantener contacto entre si.

Justamente en Capucha es donde finaliza el recorrido, un espacio que permanece intacto luego que una orden judicial prohibiera realizar reformas. “Es el sitio donde los detenidos pasaron la mayor parte de su tiempo —explica la guía— y se han encontrado marcas en los muros”. Y otra vez el silencio vuelve a ser total. Algunos piden recorrer el sitio nuevamente. En soledad, otros se detienen frente a las paredes marcadas, como buscando descifrar lo escrito para poder devolverle a los muertos de todos, la identidad que les fue arrebatada. Las sensaciones son distintas, pero algo es cierto: nadie es indiferente.

“No nos propusimos nunca realizar un relato desde la victimización, el horror o la derrota (aunque este sea el lugar de la derrota), —dice Andrés Centrone, uno de los primeros guías en integrar el equipo— sino lograr que quien pasó por acá salga sintiéndose un sujeto político de cambio”. Y es cierto, quien estuvo en el ex CCDTyE no volverá a ser el mismo, al menos no habrá recorrido un edificio vacío sino el habitado por el silencio desgarrador de los torturados, con miles de brazos que se extienden, desde las paredes, para alcanzar su mano y retomar la historia.

El lugar de la resistencia

El predio donde se encuentra el ex CCDTyE tiene 14 hectáreas y una serie de 35 edificios entre los que se encuentra el Pabellón Central o Cuatro Columnas, el Pabellón Coy, la Enfermería y la Imprenta.

La entrada ocupa unas tres cuadras al frente, sobre Avenida Libertador, en pleno corazón del barrio de Nuñez, en Buenos Aires.

En junio de 2000 la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires aprobó la Ley 392, que contemplaba el destino de los edificios a la creación del  “Museo de la Memoria”, pero recién en 2004 fueron restituidos tras la orden del entonces presidente de la Nación, Néstor Kirchner. Tres años más tarde, los marinos abandonaron definitivamente el sitio y se creó el “Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos”.

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