La primera vez que lo confundieron a Sebastián con otra persona fue a los 13 años, en una competencia de natación en el club Echesortu. La sospecha de tener un “doble” se acrecentaba a medida que la frase “sos igual a Mariano” acumulaba repeticiones. Eso fue hasta los 24 años. Ahí Sebastián descubrió dos cosas: que tenía un hermano gemelo y que era adoptado. Ahora, tiene la sospecha de que ambos son hijos de desaparecidos, pero las comparaciones genéticas con el banco de datos de Abuelas de Plaza de Mayo no determinaron ninguna filiación. Y aún así, sigue buscando.
“A los 14 años empezaba a salir a la noche. Corría 1990 y me empezó a saludar gente que no conocía. Una vez, estábamos en el baño, mis amigos y los de él (por su hermano gemelo), y cuando salieron del baño me dijeron: «vamos cabezón» y sentí que no me lo decían a mí. Cuando levanté la mirada y vi a un chico, (que era mi hermano), mis amigos empezaron a mirarnos a los dos y no podían creer el parecido físico que teníamos. Empezamos a joder con eso. Le pregunté el nombre y me dijo que se llamaba Mariano. Me dijo que había nacido el 1º de abril de 1977, pero lo habían anotado el 9 de abril. Tenía 14 años, y ahora pienso cómo no me di cuenta, pero yo era hijo de mis viejos y no podía pensar semejante historia. Siempre nos cruzábamos por el centro, mi hermano siempre vivió ahí y éramos habitué de los mismos lugares”, relata Sebastián.
Recuerda que cuando cursaba el secundario en el colegio Santa Fe de la Vera Cruz, en bulevar Oroño al 50, iba a jugar al pool a un local de Salta y Alvear. “Una vez fui con amigos de Mariano al club judío y me hice pasar por él, todos me saludaron”, asegura.
Mariano se puso de novio a los 17 años. Y si bien ninguno de ellos sabía que era adoptado, la duda sobre esa circunstancia comenzó a entrar en sus vidas. “La novia de mi hermano siempre le tocaba el tema y le hablaba sobre el parecido que teníamos”, sostiene Sebastián.
Otro de sus recuerdos se remonta a la llegada de la mayoría de edad, cuando fue a rendir para sacarse el registro de conducir. “Me bocharon y yo la tenía clara, y me dieron turno para la semana siguiente. Justo esa semana, estaba mi hermano con su papá y yo con el mío. A mi viejo le había comentado que había un chico que era parecido a mí. Y nuestros respectivos padres se quedaron atónitos, como pensando «son iguales». Al poco tiempo, mi hermano le preguntó al padre si era adoptado. El padre le dijo que sí. Se enteró a los 18 años, pero no me buscó, se quedó pensando que quizás la vida nos juntaría en algún momento”, cuenta Sebastián.
Seis años de espera
De los 18 a los 24 no se volvieron a encontrar. “Y mi hermano, al ponerse de novio, no salía mucho. Yo sí”.
Cuando tenía 19 años, Sebastián vio a Mariano de lejos. “Yo salía de una clase de inglés, lo vi nuevamente en el centro, en el departamento de los suegros. Él estaba con la novia. Iba a frenar, pero el centro era un lío y seguí con el auto”.
Las noticias, si bien trasmitidas por terceros, se repitieron. “A los 23 años, en un boliche, encontré a la prima de mi hermano y ella me dijo: «hola primo». Le aclare que era Sebastián, que no era Mariano, y en esa charla me comentó que Mariano iba a ser papá”. Y esa novedad generó previsibles derivaciones. “Mi mamá me llamó llorando y me preguntó cómo no le había avisado que iba a ser papá, porque la modista que nos arreglaba la ropa vio en el supermercado a mi hermano Mariano y a la mujer, que estaba embarazada, y cuando se la encontró a mi mamá la felicitó porque iba a ser abuela. Le dije que se quedara tranquila, que no era yo, que era el chico parecido a mí”, recuerda aquel enredo.
2001, el año de la verdad
A partir de entonces, todo fue muy rápido. “El 17 de julio de 2001 me enteré de que era adoptado y que Mariano era mi hermano. Había empezado a ir a un gimnasio céntrico y ahí iba un amigo de Mariano, Lucas. Él iba a otro gimnasio y se cambió al que iba yo para cruzarse conmigo porque, para él, yo era el hermano de Mariano. Fue el eslabón que nos unió. Un día me estoy yendo del gimnasio y me preguntó si me acordaba de él y le dije que no. Me preguntó cómo había quedado mi relación con Mariano y le dije que no nos habíamos visto más”, detalla. “Al otro día estaba en el vestuario del gimnasio, entró Lucas, lo saludé. Y cuando bajaba la escalera me paró y me dijo que era mucha coincidencia nuestra historia y yo le pregunté si me estaba insinuando que Mariano y yo éramos hermanos gemelos. Me respondió que sí, que éramos iguales, que teníamos hasta los mismos gestos. Me dejó la cabeza latiendo”, recuerda.
“Le iba contando toda esta historia a mi novia y me recomendó que me lo tomara con calma. El jueves 19 hubo un paro general. El viernes fue el Día del Amigo, y a dos de ellos les comenté lo que me estaba pasando. Uno de mis mejores amigos me contó que Mariano era adoptado. Al día siguiente salimos a comer con una pareja conocida. El pibe me dijo: «hay un chico igual a vos que trabaja en el Banco israelita, es un calco». Era una señal atrás de la otra”, desgrana Sebastián sus recuerdos.
Los indicios
“Yo no hacía ningún comentario en mi casa porque mi táctica era ir con los papeles: tengo un hermano y sé que soy adoptado. No los encaraba a mis padres porque sabía que me iban a mentir”, explica Sebastián. Una vez, dice, escuchó una charla entre su madre y su abuela. Hablaban de la operación de útero que tuvo a los 15 años, por la cual no podía tener hijos. Y ahí Sebastián cayó en la cuenta de que nunca había visto una foto de su mamá embarazada.
Fue Lucas quien le terminó facilitando el teléfono de Mariano, que estaba esperando el llamado. Se encontraron ese mismo día por la noche en la casa de él. “Mientras subía en el ascensor pensaba que si era como yo tenía que ser ordenado, limpio, meticuloso, y que le gustara mucho la música. Entré a su departamento y lo tenía decorado como lo hubiera tenido yo. Hasta tenía el mismo equipo de música que yo, que no es común. Y muchos CD’s, las mismas zapatillas, los mismos gestos”.
La verdadera historia se acercaba por todos los costados. “Trabajaba en la misma empresa que mi papá, él en una oficina y yo en el depósito. Le comenté a un compañero que necesitaba un día y le expliqué por lo que estaba pasando. Su respuesta fue que hacía tres años que sabía que yo era adoptado. Ahí mismo lo llamé a Mariano diciéndole, que sin duda, éramos hermanos”, rememora Sebastián.
Las confirmaciones llegaron: “Me fui a la casa de una tía, le conté y me dijo que mi mamá había tenido cáncer de útero a los 15 años y que se había salvado de milagro. Ella habló con mis viejos y me dijeron que no me podían decir nada, que me querían mucho, que no querían que sufriera. Y yo les respondí que si antes los quería, ahora los amaba”, cuenta ese momento Sebastián. “Mis viejos son mis viejos, y son buena gente”, cierra.
Fue a Abuelas porque sospecha que son hijos de desaparecidos
El 10 de septiembre de 2001, Sebastián y Mariano fueron a Abuelas de Plaza de Mayo, donde dejaron su sangre para cotejar con el banco de la organización. Mandaron a hacer una contraprueba a Estados Unidos y el resultado no llegó, porque se produjo el atentado a las Torres Gemelas. El resultado fue que son hermanos gemelos homocigotas, del mismo esperma y del mismo óvulo. Con una certeza del 99, 99 por ciento. Pero sin embargo, en el banco de Abuelas no pudieron dar con su familia biológica y así conocer su origen, aunque para Sebastián sus padres biológicos están desaparecidos.
“Cuando fuimos, mi hermano y yo teníamos dos partidas de nacimiento, nacidos en diferentes lugares y fechas, firmadas por la misma partera. A mí me fueron a buscar el 11 de abril y a mi hermano el 3 de abril. Somos hermanos gemelos, nos separaron al nacer, nacimos alrededor del 1º de abril de 1977”, justifica sus sospechas Sebastián.
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