Observatorio

Del estreno sin spoilear

Los adultos, quienes más dan miedo en “It, el payaso maldito”

En la historia de terror que creó Stephen King y llevó al cine un realizador argentino, sólo son los niños las víctimas y quienes enfrentan al aterrador payaso


Ana Stutz / Arte El Ciudadano

Entre todo lo perturbador que tiene un pueblo por las matanzas cada 27 años del payaso bailarín Pennywise, hay algo que me pone los pelos de punta: los adultos que viven ahí. En la película uno Georgie, el hermanito de uno de los protagonistas, desaparece en una tormenta persiguiendo un barco de papel. No es el único. Otros chicos dejan sus casas sin dejar rastros, pero la Policía no investiga. O al menos no se muestra en la película. Tal vez quien hizo la historia tampoco nos cuenta de la reunión de padres y madres en la escuela. O –si fuera en plena era digital– cuáles eran los mensajes y emojis que usaban para descargar angustias en el grupo de WhatsApp del jardín, y de paso, avisar que el lunes hay que llevar papel glacé. Lo cierto es que quienes enfrentan al espíritu que causa terror por las alcantarillas en It son los pibes y las pibas. No todos. Solo los menos populares: el Club de los Perdedores.

Desde abajo

En la historia de Stephen King –a quien el director argentino Andy Muschietti le propuso escribir una escena en esta secuela recién estrenada (veremos cuál es)–, los padres y madres brillan por su ausencia. ¿Serán cómplices del payaso maldito? Si algo tiene de inquietante la historia, que data de 1986, es contarnos algo que todos vivimos alguna vez, pero probablemente olvidamos al crecer: el mundo infantil no tiene puntos de contacto con el de los adultos. Ni reglas o un idioma común.

Es como en las historietas de Snoopy y Charlie Brown, donde los adultos no entraban en los cuadros. Y cuando las llevaron a la TV, el sonido de un trombón ocupaba el lugar de las voces adultas. Quienes mirábamos no entendíamos qué decían. A veces los personajes tampoco. Había una razón. Charles M. Schulz, el creador del arisco perrito que dormía arriba de la casita en el patio, sabía que ésa era una historia de y para el mundo infantil. Ahí los adultos llegaban distorsionados. En 2015, cuando Charlie Brown volvió al cine, la productora de la película lanzó una aplicación online para grabar una frase y traducirla a esa extraña lengua-trombón que escuchaban Patty, Linus y compañía. Para nuestra decepción, hoy ese link está caído, pero un hermoso homenaje a la tira de Snoopy puede verse en la extraña serie La Vaca y el Pollito, de David Feiss. De nuevo, en esta serie de TV de Cartoon Network no hay adultos. Al menos no completos. Sólo nos muestran lo que ven los chicos y chicas: los pies y la pollera de la madre, y los zapatos y el pantalón del padre.

¿Quién podrá defenderlos?

En It es una banda de pibes y una piba la que derrota al payaso y devuelven la calma al pueblo. Pero no todos tienen la suerte de ser parte de ese Club de los Perdedores y quedan olvidados. Hace dos años Hugo Muleiro, referente de la Defensoría del Público –un espacio oficial instituido por la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual para recibir quejas de las audiencias de TV y radio– explicó que los niños y las niñas en Argentina son los más estigmatizados en las noticias.

Una encuesta había arrojado que el 80% de las personas consultadas dijeron estar molestas con cómo los medios de comunicación hablaban de los pibes y las pibas. Coincidían en que en muchos casos se los retrataba como el peligro o parte de la inseguridad.

Lo trágico, según contaba Muleiro, era que los chicos y las chicas tienen pocas chances de reclamar por sus derechos, que son menos conocidos y visibles. “No pueden hacer una marcha «Ni Una Menos»”, decía Muleiro. Porque a diferencia de las mujeres, que son mujeres toda su vida, dejamos de ser pibes y pibas. Entonces olvidamos reclamar por esos derechos. O nos ocupamos de pelear por otros, ya más relacionados a la vida adulta, como el laburo o la marcha del país, por ejemplo. El respeto de los derechos de Niñez queda en manos del mundo de los grandes”.

Para no olvidar

Los adultos, explicó King en el libro de It, no respondían a las desapariciones y peligros de los chicos y chicas porque estaban presos de un embrujo del payaso. En el final, la banda de amigos y amigas del pueblo superan sus miedos de la mano y, al descubrir que el payaso Pennywise volverá en 27 años, prometen regresar al pueblo a darle batalla, ya siendo adultos. Lo harán por los pibes que fueron y por los que vendrán. Tal vez el mejor ejemplo que podían dar estos perdedores.

Qué puede un payaso

La secuela de It del director argentino Andy Muschietti lleva la sentencia: the end, el final. El Ciudadano invitó al director de la Escuela Municipal de Artes Urbanas, Marcelo Palma, a pensar qué puede dejar un payaso a la posteridad, aun cuando no sea un espíritu malvado que viene por los chicos y chicas de Rosario. Acudimos al formador de cientos de artistas urbanos, desde acróbatas, malabaristas y teatro, quien lleva adelante una política pública sostenida en la ciudad con epicentro en el galpón ribereño de Estévez Boero al 600 como parte de un programa de inclusión social destinado a jóvenes.

Una nariz roja para ser eternamente feliz

Marcelo Palma

Los payasos somos artistas que no desafiamos las leyes físicas, pero sí las de las vida cotidiana. Logramos hacer una historia que trate de encontrar situaciones antes insospechadas y que nos devuelvan un abrazo y una sonrisa. Lo más importante es saber qué hacemos, por qué hacemos lo que hacemos. Nos preguntamos: ¿Qué queremos cuando subimos a la “pista”? ¿Qué ponemos en una valija? ¿Qué hace reír? ¿De qué forma? ¿Solo eso? ¿Qué olvidamos? ¿Qué construimos? ¿A quién buscamos? Algunas veces no es necesario definir nada. Otras es mejor encontrar un gesto generoso del público. A pesar de todo el payaso todavía reserva sorpresas agradables. Nuestro presente de payaso está en contra de luchar por el éxito. Nuestro arte de hacer reír tiene ganas de correr ilimitadamente, para un lado y para el otro. Esta nostalgia, si me permite, me lleva a una escena de dos payasos viejos que están armando su último número juntos.

Pipistrilo viene cargando sobre sus espaldas a Papastrufo.

—Pipistrilo:- Pienso que tengo que descansar por tanto deber cumplido.

—Papastrufo:- ¡Me está cargando!

Pipistrilo baja a Papastrufo, ve al público y va al centro de la pista

—Pipistrilo:- Estoy cargando un tiempo de iguales necesidades y parecidas posibilidades. Como cargando con una época mercantilista donde se confunde el valor de una persona con la auténtica capacidad.

—Papastrufo:- ¿De qué está hablando, señor Pipistrilo?

—Pipistrilo:- Como ofrenda de despedida.

Pipistrilo saluda al público como despedida.

—Papastrufo:- No lo diga… No diga que se marcha, no lo diga…

—Pipistrilo:- Lo voy a decir con la voz humana que cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir. A la voz no hay quien la pare, pero si se niega la boca, ella habla por las manos, por los ojos, por los poros, por donde sea. Porque todos tenemos algo que decir. Alguna cosa merece ser festejada o perdonada.

—Papastrufo:- ¿Por qué se va? ¿Por qué no recordar aquellos buenos tiempos cuando todo parecía estar en orden, cuando los dos tirábamos para el mismo lado?

—Pipistrilo:- Amigo, compañero, partenaire, me marcho. Solo para mí brillan infinitos los ojos de los niños. Ni hogar, ni carpa, ni profesión me fueron otorgadas. Mío solo es lo que a nadie le pertenece. Mía es la pista que cae tras el telón del cielo. Mío es el pasado y no menos el futuro.

—Papastrufo:- Cierre los ojos, señor Pipistrilo. Cierre los ojos. Nuestro último número. No diga adiós, diga hasta la próxima, hasta la vuelta, hasta otra aventura.

Pipistrilo cierra los ojos. Papastrufo prende una vela, sopla y llega el apagón.

El payaso todavía reserva sorpresas agradables.

 

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