Ciudad

Los Adad, una vida junto al pochoclo y la garrapiñada

“En cada parque hay alguien de la familia y nos eligen porque somos una marca”, asegura don Pedro.

Por: Santiago Baraldi

Cuarta generación de una familia dedicada a la fabricación y venta de pochoclo en Rosario, los carritos Adad son un clásico en cualquier parque de la ciudad. En 1924 fue Juan Mansur quien trajo de Chicago, Estados Unidos, la primera máquina a vapor para la elaboración del pororó, con la que su hijo Pedro, de 77 años, aún continúa con el rito de hacer explotar el maíz pisingallo los fines de semana en La Florida. “Nuestro éxito se basa en la continuidad; el cliente sabe que estamos en la misma parada, el secreto no es otro que la calidad en los productos que se usan: buenas semillas, buen aceite, buen azúcar”, asegura Pedro que comenzó de chico junto a su padre a vender garrapiñada y pochoclo, en San Martín y 27 de Febrero.

“En la década del 20, mi padre trajo de Chicago, Estados Unidos, la primera máquina de pochoclos a vapor de agua. Pensó el negocio y se hizo traer una, que llegó en barco: es la que uso hoy día”, recuerda Pedro con nostalgia. Tiempo después encarga una nueva máquina y así comenzaría este trabajo familiar que continuó por varias décadas y que actualmente está en manos de la cuarta generación, en los distintos parques de la ciudad. José, hermano de Pedro, está en el Parque Urquiza, frente al Planetario; Marcelo, su hijo, en el Rosedal, otro sobrino sobre el Laguito del Parque Independencia.

La familia Adad espera la cosecha de maíz y maní, y hace la compra para todo el año. Las bolsas son guardadas en un depósito ambientado especialmente contra la humedad e insectos; diariamente se seleccionan manzanas, peras e higos en el Mercado que serán los complementos dulces del carrito. “Las manzanitas acarameladas se están vendiendo menos; los clásicos son el pororó y la garrapiñada; las peras e higos tienen su público, a todos les gusta recién hechos, que todavía estén calentitos”, agrega Pedro que asegura que “no hay secretos, lo más importante es la calidad de la materia prima, ése es el compromiso familiar y por sobre todo la limpieza: todo tiene que brillar”.

Junto a su esposa Nélida, Pedro vivió un tiempo en Buenos Aires: “Fuimos por seis meses y nos quedamos seis años; allá no se ven estos carritos porque allí te corren, no era fácil trabajar”, recuerda Nélida y quien vendía praliné en la cancha de Independiente, mientras Pedro recorría los barrios porteños. “Una vez nos llevó Pipo Mancera a su programa Sábados Circulares para mostrar el carrito porque le llamaba la atención, pero después Pedro tuvo un problema de salud y nos volvimos a Rosario”, explicó la esposa.

Décadas vendiendo en el Colegio San José y frente a la Dante, Pedro cuenta que “al día de hoy viene algún ex alumno y me abre los bolsillos para que le ponga pororó, como cuando eran chicos y les daba el gusto. Con muchos de ellos nos vemos y sus hijos y nietos son mis clientes ahora. Lo que queda es la relación con la gente. Más de 30 años vendiendo durante el verano en Miramar, mi hermano en Mar del Plata, y la gente nos busca: eso habla que somos una marca”, dice con orgullo Adad.

Marcelo, hijo de Pedro y Nélida, tiene su puesto frente al Rosedal; sus padres apuntan: “Desde los 16 años trabaja con nosotros; a esa edad, yo lo llevaba frente al Monumento a la Bandera y despachaba, sus primos también continúan la tradición y luego seguirán sus hijos. Rosario no se quedará sin pochoclo, eso seguro”, dice Nélida con una sonrisa.

Aseguran que los carritos son una buena muestra de los vaivenes de la economía: “Cuando vamos a la puerta de la escuela y los pibes no compran, es un termómetro; es más, me ha pasado que chicos clientes me han pedido plata para el colectivo”, comenta Pedro que con bondad accede y agrega: “Los chicos son buenísimos, en más de 50 años de estar en el rubro jamás tuve un inconveniente, les gusta mucho el payasito que gira la manivela de la máquina a vapor, antes me pedían que tocara el silbato que tiene un sonido particular; al principio lo usaba para anunciarme, ahora ya no hace falta. El rosarino es buen cliente: nos buscan porque somos una marca”.

Pedro y Nélida han pasado una vida recorriendo distintos puntos de la ciudad. Recién casados, la zona de 1º de Mayo y Viamonte, donde vivían, era su territorio; después se instalaron en la esquina de La Favorita, en Córdoba y Sarmiento: ambos recuerdan con nostalgia esos años “donde se vendía a lo loco”.

Los Adad se ponen a prueba y compiten sanamente para ver quién hace el pororó más rico: Pedro asegura que a veces lo carga a su hermano José, porque “hace pochoclo para diabéticos” o la búsqueda de la puesta a punto en el tostado de las almendras o garrapiñada hace que se crucen chanzas, “pero todo con cariño” subraya Pedro.

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