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Lo privado y la privación del ideario

Por: Carlos Duclos

El San José se vio envuelto en una polémica con autoridades y la sociedad.

El título supone un juego de palabras y en realidad lo es. Un juego que termina siendo tal cuando se desmenuza la realidad que entraña. Y la realidad no es otra que el avasallamiento de la privacidad, el embate contra los derechos de ciertas instituciones, especialmente religiosas, a enseñar de acuerdo con sus dogmas y con sus principios. Y en torno de un eufemismo endeble, como es el mal uso de la palabra discriminación o un uso interesado de dicho concepto, acecha el fantasma verdadero, cual es el de acabar con ciertos dogmas y reglas que sustentan algunos credos y que exponen en sus contenidos educativos.

En lo personal, sostengo que era innecesaria la aclaración dada a los padres, por parte de las autoridades del Colegio San José, respecto de que la escuela intenta promover una persona que acepta su corporeidad y su identidad sexual –varón– como camino de encuentro. Y era innecesario por varios aspectos, entre ellos porque se supone que quien inscribe a su hijo en un colegio privado religioso debe conocer y aceptar los principios de tal institución.

Por lo demás, no es novedad que la Iglesia Católica incurre día tras día en errores en cuanto al mensaje que se le da a una humanidad ávida de llenar vacíos de orden espiritual. Humanidad que encuentra en algunos de los hombres de la Iglesia un mensaje anacrónico, obsoleto, incompatible con el grado cognoscitivo alcanzado por el hombre de nuestros días.

En muchos aspectos, aún el mensaje tiene reminiscencias de medioevo, cuando la humanidad transita por un mundo sorprendente en cuanto a avances intelectuales y tecnológicos logrados. Y ello así porque el nivel mental de una persona común de nuestro tiempo supera, en cuanto a grado de comprensión y análisis, ampliamente a la de aquellos hombres comunes de los primeros siglos de la era cristiana. Tampoco se escribe ya sobre papiros, pero algunos esto no lo comprenden y suponen que pueden persuadir al ser humano de hoy con discursos de ayer. La actualización y revisión de ciertas cosas, de ninguna manera supone burlar la ley de Dios, todo lo contrario.

Estos errores de la Iglesia Católica, una Iglesia que no encuentra la forma de establecer un vínculo con cierta parte de la sociedad posmoderna que podría ser salvada, los paga a veces, Dios. Digo a veces, porque afortunadamente muchos que no se sienten a gusto con los moldes católicos emigran hacia otras religiones monoteístas. Otros, lamentablemente, se pierden la oportunidad de conocer principios o formas de vida que probablemente llenarían ese vacío de carácter espiritual que tan notorio es en la sociedad de nuestros días. Todo esto sin desmedro de otra verdad: no necesariamente se debe ser creyente para darle completitud a la vida, pues no son pocos los ateos o agnósticos que alcanzan la plenitud y son moralmente superiores a ciertos devotos de Cristo.

Pero estas cuestiones son al margen del contenido central de este comentario. Lo que importa es determinar, primero, si una institución privada tiene derecho a establecer normas educativas conforme a sus principios.

Se trata de discernir si las escuelas religiosas tienen derecho a establecer reglas que no violen sus dogmas, y si los padres que envían a sus hijos a tales instituciones deben exigir que se cumplan los principios educativos por los cuales decidieron inscribir a sus hijos en esas escuelas.

Y sí, sin ninguna duda ese derecho existe, de lo contrario todo se transforma en una violación al principio de privacidad, una burla para quien confió en el contenido educativo, y un ataque al derecho a “creer en…” y una prohibición a sostener con la acción esa creencia.

Para ser explícito: ¿cómo debería sentirse un papá creyente, defensor de la vida, si el Estado, por ejemplo, obliga a enseñar en un establecimiento católico o evangélico que la eutanasia es un derecho y el aborto una necesidad?

¿Cómo debería sentirse un padre que ha decidido enviar a su hijo a un establecimiento privado cristiano si el Estado, en razón de una libertad mal entendida, determina que debe enseñarse que el matrimonio entre personas del mismo sexo no está en contra del orden natural?

En suma: ¿cómo se sentirían esos padres cuando advierten que las razones por las cuales decidieron enviar a sus hijos a tales escuelas han sido profanadas? Se sentirían, ni más ni menos, que discriminados, que se han vulnerado las libertades para decidir sobre la enseñanza que ansían para sus hijos. Y, por lo demás, se vería vulnerada absolutamente la privacidad. Advertiría, como sostiene el título, que se les ha privado a los padres de la privacidad y del derecho a elegir determinada educación para su descendencia.

¿Qué significa privado? Que se realiza en presencia de muy poca gente o de manera muy familiar; que es íntimo, personal o particular de cada persona. Y lo que más importa: que pertenece a una o varias personas y solamente ellas pueden disponer de su uso. En este aspecto, coincido plenamente con lo que ha sostenido en las últimas horas el abogado rosarino Nicolás Mayoraz: “El colegio tiene derecho a tener un ideario y por ese ideario se le dice a los padres: «Mire señor, usted trae a su hijo a este colegio y es bienvenido, pero sepa que aquí le vamos a dar esta educación. Si le gusta esta enseñanza para su hijo, bienvenido, si no le gusta, entonces piense bien antes de que inicie su educación en este colegio»”.

Tal planteo es sensato, porque para eso hay variedad de oferta educativa, pública y privada y los padres, de toda creencia, tienen el derecho y la oportunidad de elegir.

Lo que no puedo ocultar ni callar, aunque ello implique la crítica de cierto sector social (pero a estas alturas no estoy dispuesto a acallar mis creencias por evitar tal crítica) es que detrás de ciertos planteos subyace, a veces, la intolerancia hacia ciertas religiones. Y la intolerancia siempre es nefasta. Destruye al otro y acaba destruyéndose a sí misma.

Que está de moda, por decirlo de manera simple y vulgar, criticar a la Iglesia Católica, pues de eso no hay dudas. Hay intereses ideológicos que apuntan contra el catolicismo. Que han habido errores y horrores dentro de la Iglesia, tampoco hay duda de ello, ¿pero es que allí termina la verdad o realidad católica? ¿Qué se dice de los miles de curas y monjas que pasan la vida sirviendo al prójimo? ¿Qué se dice de los cientos, miles, de escuelas católicas de todo el país que han aportado valores educativos inapreciables?

No se dice nada, parece que ello no existiera, que no hubiera habido contribución educativa para formar personas que tanto le han dado y le dan a este país, hoy humillado por valores degradados y agentes degradantes.

El Colegio San José de Rosario, para terminar, es un paradigma de enseñanza. De esa escuela han egresado, a través del tiempo, miles de personas con una formación sólida ¿Se puede negar eso?

No parece justo que una idea o principio, respecto de educar en cierto sentido que proclama la defensa del orden natural, sea confundido con discriminación.

Por lo demás, y para que se recuerde respecto del caso puntual, dogmáticamente la  Iglesia Católica no condena de ningunas manera al ser homosexual ni lo considera un pecador. Literalmente: “La Iglesia también distingue entre la inclinación homosexual (u homosexualidad) y la actividad homosexual (u homosexualismo), enseñando que la primera no es pecado en sí misma…”. Pero de esto tampoco nada se dice.

Pareciera que la pluralidad existe, pero siempre y cuando se atenga a la singularidad de ciertas ideas. No parece eso pluralismo, ni democrático, ni un pensamiento de vanguardia.Será acaso por eso, por tanta intolerancia, que la verdad sea esta realidad.

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