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Lo principal es la acción

Por: Rabino Shlomó Tawil

B”H. Hay 2 formulas para cambiar un mal hábito o carácter, cada una diametralmente opuesta a la otra: Una opina que son nuestros pensamientos y convicciones los que moldean lo que somos y hacemos, por ende debemos pasar una especie de análisis o proceso de introspección para llegar al objetivo, y la otra piensa “las personas se moldean por sus actos”, es decir no esperes hasta asimilar la idea totalmente para cambiar, sino actúa, es decir aunque todavía no estés convencido hazlo igual, eso quiere decir en cierta medida que tienes que fingir que eres correcto, sí, realizar el buen acto aunque parezca hipócrita (tema tratado la semana pasada).

Aunque ambos son loables, porque la intención es mejorar enserio, la segunda formula es la mas práctica, concreta y rápida mientras la otra forma pueda que sea mas profunda, pero puede durar toda una vida y quedar con el mal hábito, y es la segunda forma la que propone el judaísmo como prioridad como dicen nuestros sabios del Talmud “la acción es lo principal”.

En su libro Vivir comprometido la Rebetzin Esther Jungreis, ya en la introducción comenta lo siguiente “La mente es muy astuta, capaz de racionalizar, jugar juegos con ideas que el corazón encuentra demasiado exigente o restrictivas, por lo tanto se nos aconseja concentrarnos en los hechos, de esta manera nuestras personalidades y nuestros rasgos de carácter serán reestructurados y moldeados hasta que un día descubramos que nos hemos convertido en las personas que habíamos deseados ser, que nos estamos conectando con la bondad de nuestras almas y nos encontramos en el camino de cumplir nuestra misión en la vida”.

Por ejemplo, si tienes un sentimiento de resentimiento hacia alguien y quieres liberarte de esto, la próxima vez que lo encuentres pon una sonrisa en la cara y esfuérzate por ser amistoso, si continuas este régimen veras que ese odio se irá. Si eres avaro, simplemente pon la mano en el bolsillo y da, y así en los demás ordenes de la vida.

Para ilustrar este punto recuerda la Sra. Jungreis una maravillosa historia escrita por Max Beerbohm, que realmente demostraba la eficacia de esta fórmula. La historia hablaba de Lord George Hell, quien era tan terrible como su nombre lo decía: malo, desagradable, feo y vicioso.

Todos estaban aterrados con él. Un día, Lord Hell encontró a una hermosa doncella y se enamoró desesperadamente de ella. Pero no había nada que a ella le agradara de él; y le dejó saber que el hombre con quien ella se casaría debería tener una cara con belleza celestial que reflejara bondad y amabilidad.

¡Pobre Lord George Hell! ¡Estar tan enfermo de amor y ser rechazado definitivamente! Pero entonces se le ocurrió una idea. Fue con un artista experto que hacía magníficas máscaras. “Hazme la máscara de la cara de un santo”, le ordenó, “y te pagaré lo que quieras”.

Y así fue. El artista le hizo una máscara que representaba un hombre bueno, amable, apuesto y angelical. Equipado con su nueva cara, Lord George Hell fue a tocar a la puerta de la doncella y ella se enamoró instantáneamente de él. Pronto se casaron y disfrutaron de una maravillosa vida feliz. Algunos años después, uno de los enemigos de Lord George Hell vino a su casa y, delante de su esposa, lo despojó de la máscara. Pero para su sorpresa, un milagro ocurrió: ¡la cara debajo de la máscara era idéntica a la máscara! Durante todos esos años, Lord George Hell había fingido ser amable y generoso para que su conducta estuviera en consonancia con la máscara y su esposa no descubriera su farsa. Y para su sorpresa, el acondicionamiento de años había dejado una huella en su mente y en su alma y se había convertido en la persona justa que una vez fingió ser.

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