Espectáculos

Lito Cruz: “hay que correrse del lugar en el que se está cómodo”

El actor habla de “Todos eran mis hijos”, clásico de Arthur Miller de abrumadora vigencia. Se presentan viernes, sábado y domingo en el Fundación Astengo.

Por Miguel Passarini  

Lito Cruz y Ana María Picchio encabezan el elenco.

La impronta de artista militante formado en los años 60 y 70 con los mejores maestros (entre los que se cuenta a Hedy Crilla en tiempos de La Máscara) forjó en el actor Lito Cruz el compromiso de sostener un modo de entender el arte que lo habita. A lo largo de estos años, con una trayectoria apabullante en la que sus elogiados trabajos en teatro lo llevaron luego a brillar en el cine y en la televisión, Cruz, a punto de cumplir 70 años, construyó una forma de entender la actuación (el teatro) que se ha vuelto una marca indeleble.  

Así, Joe Keller, el oscuro padre de familia imaginado por Arthur Miller en la visionaria Todos eran mis hijos, estrenada en los Estados Unidos hace más de 60 años, encuentra por estos días al actor en un momento de madurez y esplendor, frente a su otro alter ego, el no menos sinuoso Oscar Nevares Sosa que interpreta en El elegido, y con el que, noche a noche, seduce a la teleaudiencia desde su elaborado “romanticismo del malo” que mucho recuerda al Marlon Brando de El Padrino.

  Lito Cruz junto a Ana María Picchio, al frente de un elenco que completan Federico D’Elia, Vanesa González, Esteban Meloni, Marina Bellati, Carlos Bermejo, Adriana Ferrer y Diego Gentile, protagonizan Todos eran mis hijos, bajo la dirección de Claudio Tolcachir, obra que esta noche y mañana a las 21, y el domingo a las 20, desembarcará en Auditorio Fundación Astengo (Mitre 754).

La obra del extraordinario autor de Panorama desde el puente y Las brujas de Salem, entre otras, según cuenta Cruz en esta entrevista, desnuda las mentiras y miserias que subyacen a una familia norteamericana de la inmediata post Segunda Guerra Mundial, con una madre que espera a que su hijo aviador regrese y un padre ligado con el negocio armamentista, en medio de una falsa fachada que comienza a desmembrarse frente al concepto de “sueño americano” del cual Miller fue uno de los mayores críticos.

—¿Qué representa para vos encarnar uno de los personajes más complejos de toda la obra de Arthur Miller?

—Como todos los personajes, para el actor, éste es un desafío, porque los personajes te desafían el cuerpo, la emoción, la  inteligencia, la sensibilidad. A veces, uno está a la altura y muchas veces te gana el personaje. Lo que más me interesó de la propuesta fue el hecho de poder tocar un tema de una obra que se escribió en 1947, un tiempo en el que Miller estaba muy interesado en las ideas socialistas y el comunismo, algo por lo que fue perseguido por el macartismo (por el tristemente célebre senador norteamericano Joseph McCarthy). La obra hace pie en un tema a partir del cual destruye montones de cosas en las cuales se refugiaron los seres humanos, por ejemplo Dios. Porque la madre dice: “Dios existe y un padre no puede matar a su hijo”, independientemente de que ese hijo muera por culpa del padre. Entre otras cosas, el devenir de la pieza lleva a este hombre a quedarse solo frente a su responsabilidad, frente a sí mismo y a su familia y, sobre todo, frente a la sociedad.

—¿Coincidís que esa problemática revela al texto de Miller como uno de los grandes clásicos de la dramaturgia universal?

—Es así, allí radica la categoría de clásico: es un tema eterno, de todos los tiempos. El otro tema que me pareció interesante, y es algo que acerca la obra a nuestra realidad e historia, tiene que ver con que este padre está involucrado en un negocio por el cual unos repuestos para aviones que tienen fallas terminan con la vida de 29 pilotos, y entre los que está su hijo. Allí resuena el caso Lapa que nos marcó a todos, y esa sensación de impunidad en la que los involucrados están convencidos de que “no va a pasar nada”. Como los camioneros que salen a las rutas y creen que pueden hacer lo que quieran, “total no pasa nada” y mueren un montón de chicos que van en un micro. La obra plantea la necesidad de que cada uno sea, en definitiva, responsable de sus acciones, nada más y nada menos que eso. 

—¿Sentís que nuestros desaparecidos resuenan de algún modo en el dolor de esta madre que espera al hijo que no vuelve y del cual desconoce su verdadero destino?

—Es que la obra nos da una imagen muy clara en este hijo que no vuelve de la guerra: cuando hay un desparecido, no hay manera de imaginarlo muerto, sólo se lo puede imaginar ausente. Y es precisamente esa ausencia la que hace que padres y madres piensen que en cualquier momento van a volver, porque es imposible no tener la esperanza de que va a volver. Conviven muchos temas en la obra que también, en medio de todos estos conflictos, encierra una historia de amor.

—¿Qué le pasa a un actor de tu trayectoria al ser dirigido, más allá de su talento y reconocimiento, por un director de la nueva generación como es Claudio Tolcachir, que llegó a esta obra con el aval de dirigir “Agosto”, además de todo el reconocimiento por sus años de trabajo en el teatro independiente? 

—La primera sensación que tuve fue la de pensar “bienvenido sea”, porque si no nos quedamos entre los viejos, y los viejos siempre necesitamos que la gente joven nos enseñe las cosas tal como las ven desde el punto de vista de su juventud, porque de otro modo uno se queda con sus propias imaginaciones, mientras los jóvenes nos pasan por el costado. Eso, está claro, no nos conviene.

—¿Y qué les conviene?     

—Decirles: “Muchachos, ¿nos ayudan?”. Yo le pedí a Claudio que me saque los vicios que tenía al actuar: uno resuelve cosas como actor, quizás con una personalidad que no le va al personaje. Yo estoy muy acostumbrado a meterme las manos en el bolsillo, y eso no servía para contar a Keller, como otros vicios míos. En esos momentos, Claudio decía: “Que no aparezca Lito”, y así aparecía otra cosa. De ese modo armamos el personaje. Hay que ser concientes de que la gente nueva es la única que te puede alimentar, porque tiene otra manera de pedir las cosas, otro vocabulario, una imaginería diferente. Pensá que yo vengo de una época en lo que no había televisor y hoy te comunicás con todo el planeta en dos segundos. Sólo hay que imaginar qué pasa en la mente de estos nuevos creadores que nacieron y crecieron con todo lo nuevo, para confirmar que todo eso nos aporta mucho a los “viejos dinosaurios” como yo, que estoy por cumplir 70 años.

—Siendo uno de los artistas que estuvo más involucrado con la ley de Teatro y habiendo tenido a tu cargo desde 1996 la primera gestión del Instituto Nacional del Teatro, ¿cómo ves al teatro independiente argentino que es tan vasto?

—Lo veo creciendo mucho gracias a esta ley a la que hacés referencia, y más aún ahora, que logramos sacar la ley de teatros independientes de la provincia de Buenos Aires, que ya se promulgó. Hemos conseguido que vaya para el teatro, por ejemplo, gran parte del dinero de los premios prescriptos, esos que la gente juega y gana, pero que no va a cobrar. Ese dinero de la provincia nos ha permitido organizar en marzo la Fiesta Provincial del Teatro, donde tenemos la Vigilia Teatral del 23 de marzo, que es muy distinta a la que hicieron los militares el 23 de marzo de 1976. Y al día siguiente, hacemos el Contragolpe, y de ese modo arrancamos, año tras año, con la gran fiesta de los teatros independientes. Creo que el camino a seguir es el de la creación de leyes provinciales de teatro para que los teatristas de cada provincia tengan su propio manejo del dinero y puedan producir.

—¿Qué te llevó a proponer otro espectáculo, en este caso de tango, con el que también estás recorriendo el país?

—Se llama Sueños de milonguero, una propuesta que llevo adelante con María Dutil a partir de textos de Borges, Dolina y Fontanarrosa. Lo estamos cuidando mucho, pero lo llevamos por todos lados, incluso a las cárceles. Allí bailo cinco tangos, dos milongas y un vals; es una manera de que el público vea otra faceta mía.     

—¿A qué atribuís el fuerte impacto mediático que tiene por estos días “El elegido” que se ve por Telefé?

—La clave está en el suspenso y la sorpresa. Es una telenovela poco convencional, muy alejada de los lugares comunes. Lo que me animó a sumarme al proyecto fue la presencia de Pablo Echarri, que es el protagonista y uno de los productores junto con Martín Seefeld. Ellos tienen a su cargo la producción artística, y eso hace que podamos estar tranquilos porque entre nosotros y el canal hay gente como ellos, que son hombres del cine, el teatro y la televisión, que tienen esa sensibilidad para ocuparse de los contenidos y de las formas. Hay un cuidado extremo en toda la cuestión estética que es muy importante, del mismo modo que el texto y las ideas que se despliegan. Todo eso suma para que la propuesta sea diferente a otras donde se trabaja demasiado rápido y no hay quién controle el nivel de la realización.

—Es coherente con lo que decías antes: nuevamente un equipo de gente joven y nueva al que apostaste…

—Me animé, más allá de todo, porque creo que hay que hacer este tipo de cosas en la televisión del mismo modo que en el teatro: hay que jugarse a producir y, sobre todo, hay

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