Espectáculos

Libre, inocente y vanguardista

El actor rosarino radicado en Buenos Aires Pablo Palavecino habla de “Walter hecho pedazos”, un unipersonal que busca acercarse a la vida de Batato Barea a través de otro personaje, que llega a la ciudad en el marco del ciclo “Montajes mínimos”. Este viernes, en el CCPE.


Escapado, corrido de registro, eyectado de un pasado que es presente continuo, el mito de Batato Barea (Junín 1961-Buenos Aires 1991) sigue y seguirá vivo, porque su marca en el tiempo es indeleble e ineludible. Walter Barea murió muy joven, pero su recorrido es inmanente más allá de toda cuestión estética o de lenguaje poético, incluso, independientemente del “pastiche” que fue su obra teatral-performática que llenó de luz, poesía y desparpajo los sótanos del under porteño de los años 80.
Con estos antecedentes y más allá de una serie de libros escritos sobre él, entre los cuales se destaca el imprescindible Te lo juro por Batato, de su amigo, el poeta y actor Fernando Noy, el mito convertido en leyenda parecía intocable.
Sin embargo, una idea del actor y director Gabriel Wolf (Los Macocos) fue el disparador para el estreno de Walter hecho pedazos, una especie de evocación de la figura de Batato alejada del formato biopic o de la recreación, que lleva adelante el actor rosarino radicado en Buenos Aires Pablo Palavecino, y que esta noche, a partir de las 21.30, desembarcará en el Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río), en el marco del ciclo Montajes mínimos, que mañana ofrecerá el también recomendable Ricardo, una farsa, que llega desde Santa Fe (ver aparte).
Un peluquero de barrio llamado Walter es la excusa que propone Walter hecho pedazos para ofrecer un recorrido ficcional sobre el “clown-travesti-literario” Batato Barea. Un pastiche tragicómico de un personaje emblemático de los dorados 80, que desde su inocencia traspasó los límites de lo establecido, y junto a la sombra de su pasado fue convertido en un mito urbano que ahora regresa contemporáneo y vigente.
“La idea de este espectáculo surgió de la cabeza de Gabriel Wolf, que de algún modo fue un par de Batato porque vivió muy de cerca toda la movida del under porteño de los años 80; aquel teatro intempestivo e irreverente que llegó de la mano de la democracia y que tuvo su epicentro en el mítico Parakultural, entre otros lugares”, dijo Palavecino a modo de introducción, dejando en claro que lo que aparecía en primer plano era el enorme desafío que implicaba la convocatoria.
—¿Cuál fue aquella idea inicial de Gabriel y qué sentimientos te generó el desafío que te proponía?
—Aquel primer encuentro fue sencillo. Me dijo: “Quiero hacer un espectáculo sobre la vida de Batato y quiero que seas vos el protagonista”. Y lo primero que sentí fue mucho miedo, porque pensé que no podía meterme con un mito tan grande del teatro, además alguien tan cercano, tan contemporáneo con mucha gente del medio. Y estaba claro que no me interesaba una imitación, no me parecía correcto, pero Gabriel pensaba lo mismo, dejó en claro de entrada que lo que pretendía era una evocación de Batato a partir de algunos aspectos de su vida, de su verdadera historia, con los que este personaje, un peluquero, hace contacto.
—Dado que habilita varias lecturas, ¿de dónde surge la idea del nombre del espectáculo?
—Se llama de ese modo porque es la vida de Batato hecha pedazos, y solemos agregarle al título la idea de “pastiche tragicómico”, porque el pastiche es un género que Batato utilizaba mucho. Es decir: una obra compuesta por elementos que están dentro del trabajo de otras personas pero que no buscan ser una imitación, sino que, por el contrario, forman una obra completamente nueva. Y de eso se trata un poco este espectáculo; es una especie de cubo mágico, teniendo en cuenta un poco también la estética de los 80, que determina un espectáculo fragmentado, que va girando la historia y que comienza por Walter, un peluquero de barrio, pero va tomando otros caminos. Batato no era peluquero pero sí su hermano, y apelamos a cuestiones de su vida privada que no son tan conocidas, como sí lo fue su figura pública. Ese trabajo se construyó a partir de la tarea del dramaturgo Facundo Zilberberg, que empezó a hilar un poco las escenas que Gabriel tenía en la cabeza, apoyándose en el material que se ha escrito sobre Batato.
—Cuando se recorre la vida de Batato, uno se encuentra con un personaje que estuvo 30 años adelantado a su tiempo, entre otras cosas con cuestiones vinculadas con la identidad de género ¿Eso se revela en el espectáculo?
—En eso coincidimos en la mirada: siempre fue alguien que estuvo anticipado a los tiempos que vendrían y desde su inocencia y candidez traspasó todos los límites de lo establecido. Así lo hizo con su vida, travestido y buscando transformarse en otra persona. Nunca se cuestionó aquello que tenía ganas de hacer; llegó a operarse y a ponerse pechos, algo por lo que fue muy cuestionado, incluso por sus pares. Pero llevaba todo con gran hidalguía; iba con sus bolsos recorriendo lugares y ofreciendo sus espectáculos siempre con una enorme libertad y, al mismo tiempo, con una gran inocencia que también nos enriqueció mucho en el trabajo.
—Hay mucha gente de la época del Parakultural que hoy son figuras o que siguen trabajando. ¿Cuáles fueron las devoluciones de esos protagonistas de aquella época?
—Vinieron varios: estuvo Tino Tinto, que fue uno de sus mejores amigos y con quien estaba cuando hizo la última función, en Uruguay, de La Carancha, o una dama sin límites, junto a (Alejandro) Urdapilleta y (Humberto) Tortonese; antes del estreno también nos juntamos con muchos de sus amigos porque pensábamos que podía haber algo del alma del personaje que se nos estuviese escapando, pero siempre fue todo muy positivo. También estuvo Peter Pank, que hizo La peli de Batato y que era su asistente siendo muy joven, y lo filmaba en VHS en sus recorridos de aquellos años, en sus ensayos y en su casa. También Damián Dreizik (integrante de Los Melli) o Gabriel Chamé Buendía, entre algunos otros. Y Tino me trajo de regalo una foto de una tira de contactos de Batato, bastante desnudo, que parece una especie de santo en la foto; es como una estampita que me acompaña en todas las funciones.
—¿Qué cosas pensás que vio el director para ofrecerte este personaje o que sentís que te une como artista con Batato?
—Creo que la cercanía está dada, por un lado, por la amistad, porque veníamos trabajando juntos. Pero Gabriel dice que claramente lo ve en mí porque siente que tengo una inocencia cercana a la suya, eso que angelaba a Batato, y al mismo tiempo que tengo esa cosa intempestiva o inesperada que él también tenía. Hay algo de la inocencia y de lo blanco de Batato que al parecer yo también tengo, y que me digan eso me llena de emoción y de alegría.

“Ricardo, una farsa”

En el marco de Montajes mínimos,el sábado a las 21.30 en Plataforma Lavardén (Sarmiento y Mendoza), se presentará Ricardo, una farsa, con Raúl Kreig, Rubén von der Thüsen, Alicia Galli, Camilo Céspedes y Javier Bonatti, y dirección de Sergio Abbate. Pareciera que el clima de farsa siempre estuvo allí y quizás la afirmación del polaco Jan Kott acerca de que Shakespeare “es como el mundo o como la vida y, cada época, encuentra en él lo que busca y quiere ver”, verdadera; y que semejante tragedia de corte histórico no pueda contarse si no se la piensa hoy en el límite de la cornisa de lo trágico, en el absurdo, en lo paródico.

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