Opinión

¿Qué es el sistema de vouchers?

Libertad para morir ignorante. Defensa de la educación pública, gratuita y de calidad

"De esta situación no se sale con menos políticos y menos Estado, sino con mejor política y mejor Estado"


José G. Giavedoni (*)

“Es indudable que ser libre puede significar libertad para morir de hambre […] …el vagabundo que carece de dinero y que vive precariamente gracias a una constante improvisación es ciertamente más libre que el soldado que cumple el servicio militar forzoso, dotado de seguridad y relativo bienestar” Friedrich Hayek (1959)

Lo primero que se me ocurre (¿deformación profesional?) es reconocer la emergencia histórica de esto, de dónde viene. ¿Para qué? No lo sé, francamente, pero no renunció al gesto de lo inútil en momentos donde la única vara para jerarquizar lo que hacemos es la del beneficio, el interés, el provecho.

El sistema de vouchers está asociado a un nombre y es el de Milton Freadman que en la década del 60 elabora esta propuesta. A la militancia, al sujeto políticamente activo puede decirle mucho y esa simple asociación es suficiente para seguir abonando a la crítica de la propuesta: Freadman + vouchers= desacreditación.

Pero esa militancia o sujeto políticamente comprometido, por mil razones más, ya está decidido en su elección y no es a ellos a quienes estoy obsesionado en dirigirme.

Tal vez si continuamos en los argumentos podríamos avanzar en esta pretensión. Quiero decir, hay un texto famosísimo de Freadman, texto de divulgación (Freadman era un gran divulgador), escrito en 1962 pero que encuentra su reedición en 1982, el año de Reagan y Thatcher por cierto.

Esa reedición cuenta con un prólogo donde realiza algunas afirmaciones que, por lo menos, resultan aterradoras:

1) Lo primero es la necesidad de una crisis como el escenario más favorable para implementar sus políticas, esta crisis puede ser real, pero basta con que sea percibida

2) Esta crisis, que el propio Freadman admite la posibilidad que no sea real, que sea un invento, esta crisis provoca que aquello socialmente considerado como políticamente imposible se convierta en algo políticamente inevitable.

Así, el miedo, la angustia, personas en situación de vulnerabilidad, la precariedad de la vida de las personas que ocasiona una crisis, son las condiciones óptimas para implementar esta medida. Bajo otra forma no sería posible, es decir, en condiciones normales, con personas sin miedo, sin angustia, esto no se podría implementar. El voucher está asociado a una situación de crisis social, de otro modo sería inaceptable.

Esto explica la reunión entre Freadman y Pinochet en 1975 que catapultó a los Chicago boys a las primeras líneas ministeriales de la dictadura chilena. Una sociedad donde se produce políticamente una crisis y se produce políticamente el miedo es el escenario óptimo para su implementación.

Así lo supo decir Norbert Lechner en 1985, en relación a la dictadura transandina: “La cultura del miedo es no sólo el producto del autoritarismo, sino, simultáneamente, la condición de su perpetuación”. De este modo, no es la libertad el combustible de nuestras opciones, es el miedo el que nos provoca a optar por una de ellas.

Si la dictadura de Pinochet ofrece esas condiciones, ¿en qué otro momento sucede un episodio de cataclismo similar? Durante el huracán Katrina, 2005.

La lectura la hace Naomi Klein en el extraordinario trabajo titulado “La doctrina del shock”. Antes que ocurra el huracán, el Estado tenía a cargo 123 escuelas; después del huracán sólo quedan cuatro.

Las escuelas privadas con vouchers pasaron de siete a 31. ¿Por qué? Porque el cataclismo que generó el huracán provocó un estado general de conmoción similar al de una crisis política y social.

Como recuerda la propia Klein, un congresista republicano de New Orleans expresó: “Por fin hemos limpiado Nueva Orleans de los pisos de protección oficial. Nosotros no podíamos hacerlo, pero Dios sí”.

Los republicanos nunca pudieron generar una crisis que lograra las condiciones óptimas para implementar los vouchers y dar por tierra el sistema público-estatal, pero el huracán sí lo logró.

La crisis hay que producirla, hay que incentivarla, hay que fogonearla. La crisis no es aquello que interrumpe el devenir normal de las cosas, es la condición de funcionamiento para la sociedad que estos muchachos proponen. De excepción a norma. Enseñar a los chicos a vivir en la incertidumbre y disfrutarla ¿Recuerdan esta frase pronunciada por un ministro de educación en un foro internacional sobre educación?

No se trata de un acto fallido, es la perfecta expresión del ideario de estos muchachos, el principio rector del modelo civilizatorio neoliberal, que la incertidumbre, el miedo y la completa ignorancia de nuestro devenir no sean vividos como disvalores, sino como el natural curso de las cosas.

En Argentina, Miguel Boggiano, economista amigo de este otro candidato, supo expresar esa política del miedo y explícitamente anunciar la necesidad de una crisis brutal para implementar sus paquetes de medias.
Entonces, primera cuestión, si este esquema fuese una medida que beneficie al conjunto de la sociedad, que sea una medida popular y que ofrezca resguardo a los más desprotegidos, no sería necesario un escenario de tal descalabro social, cultural y emocional.

¿Qué es el sistema de vouchers?

Es el desmantelamiento de los sistemas públicos y el esquema de protección de derechos.
Se trata de empujar la demanda y no financiar la oferta. Es decir, se financia al estudiante que quiere estudiar, no a la institución o, en su defecto, como ocurre en Chile o Suecia, se financia al estudiante que decide estudiar en tal institución y el Estado gira el dinero no directamente al estudiante sino a la institución.

Por ello, la institución recibe recursos en función de que los estudiantes las eligen, por lo que ingresan a operar bajo una lógica de la competencia. Las instituciones ya no tratan con sujetos de derechos sino que luchan por captar la mayor cantidad de clientes.

Esa mención que en términos económicos se expresa como oferta y demanda, en términos políticos se recodifica como crear competidores, en consecuencia, eliminar sujetos de derecho. No homo economicus porque éste remite a un comportamiento económico, sin duda, pero de una matriz diferente, la del intercambio.

En esta sociedad del intercambio, el comportamiento económico es entre iguales en la medida que en un intercambio comercial, por un lado, lo que se intercambia son equivalentes y, por otro, quienes intercambian se encuentran en situación de igualdad, ¿ficticia? seguramente, pero una igualdad que actúa como presupuesto.

Por el contrario, la competencia anula eso. La competencia no admite un par que se satisface mutuamente en el mismo intercambio, sino una sola de las partes que triunfa simultáneamente al fracaso de la otra.

Además, el presupuesto no es la igualdad, por el contrario, la desigualdad es la condición de funcionamiento en una sociedad de libre mercado y, por ello, una sociedad de libre mercado produce desigualdades y no está mal que lo haga.

Las desigualdades, lejos de ser pensadas como consecuencias no deseadas, externalidades, son pensadas como las condiciones mismas del óptimo funcionamiento social. Según estos muchachos, la sociedad se mueve, prospera, crece porque las desigualdades son un aliento para ello y la competencia es el modo de comportamiento óptimo en una sociedad de individuos, desiguales y cuyo telos es la superación propia sobre el resto.

Von Mises decía que “el mercado enriquece a éste y empobrece a aquel, determina quién ha de regentar las grandes empresas y quién ha de fregar los suelos, señala cuántas personas hayan de trabajar en las minas de cobre y cuántas en las orquestas sinfónicas”.

Entonces, el voucher no es sólo una técnica o medida para plantear el acceso a la educación, es toda una política civilizatoria.
La sociedad toda cambia, sus principios y valores, sus modos de comportamiento social. El individualismo se exacerba a partir de la competencia como el modo por excelencia de comportamiento en todos los ámbitos de la vida, fractura las solidaridades creando sociedades hostiles en la lucha de sus miembros entre sí.

Como se interrogaba recientemente María Moreno: “¿Cuándo se volvió menos atractivo el “todos” o “unión” y se pronunció “exterminio” sin un pestañeo? Y peor ¿cómo la expresión “justicia social” dejó de tener sentido?”.

La universidad pública es una institución de formación de conocimiento. Ha formado a profesionales a lo largo de décadas que se han desarrollado en sus campos de manera notable. Pero no debe ser reducida sólo a eso.

Porque la universidad pública Argentina no solo garantiza un derecho individual a la educación superior, sino un derecho colectivo y lo hace en gran medida porque la defensa de la universidad pública es la defensa de un modelo de sociedad que se proyecta como sociedad de derechos, inclusiva y en un horizonte de igualdad.

Por ello, nuestra posición de jerarquización del derecho a la educación pública debe tener presente y ser autocrítico en relación a aquellos que carecen de ese derecho y carecen de las condiciones necesarias para poder ejercerlo. Si bien queda mucho por recorrer, no sin conflicto, sin tensiones pero, al menos, no poniendo en duda los principios y acuerdos básicos sobre los que discutiremos y nos pelearemos.

Acuerdos básicos en torno a la jerarquía de lo público, la igualdad como principio rector, la inclusión como bandera, la solidaridad como principio de comportamiento.

Además, en países donde se implementa, estudios dan muestras que no funcionan. En Chile el estado no financia a todos lo que lo soliciten. En Suecia, se baja la calidad educativa en función de la lógica empresarial.

Ni costo, tampoco inversión, la educación pública y gratuita es un derecho, no solo individual, sino de la comunidad, un derecho colectivo.

Una sociedad está condenada a la desaparición si sólo puede pensarse a partir de variables económicas o cálculos económicos.
Cuando todos los aspectos de la existencia se midan con la vara del cálculo económico (el social, el político, el personal, el afectivo, las amistades, etc.), habremos perdido mucho más que una serie de derechos, habremos perdido nuestra condición de sociedad y la pertenecía, la identidad, el cobijo y la protección por ser miembros de ella.

En función de lo expuesto, el famoso dicho de no tirar el agua sucia con el niño es aplicable a nuestra situación.
Aun reconociendo los grandes problemas que presenta el sistema de educación pública en nuestro país, ello no debería hacernos tomar la decisión de empeorar todo aún más desmantelándolo.

De esta situación no se sale con menos políticos y menos Estado, sino con mejor política y mejor Estado.

(*) Doctor en Ciencia Política (Cige-UNR-Conicet)

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