Cultura

Levantar la alfombra para descubrir lo siniestro que permea lo cotidiano

En el libro de cuentos “Jugando a las escondidas”, el rosarino Sebastián León Carpignano, en un tono donde se intersectan el realismo y el fantástico, abre las puertas a mundos donde la extrañeza y el terror atraviesan la cotidianidad y pueden convertirla en la peor de las pesadillas


Guadalupe Carmona

Sebastián León Carpignano escribe desde que tiene 14 años. Comenzó a incursionar en este camino a través de letras de canciones. Con el paso del tiempo empezó a indagar en el mundo del teatro y la dramaturgia, de los cuentos y las novelas. Hoy, con 41 años, ya tiene publicados un libro de poesía –Pornotopia–, dos antologías de cuentos –Laberinto de palabras y Jugando a las escondidas–, y dos novelas –Calidoscopio onírico y Dripping–.

El escritor rosarino publicó este año, en la editorial Ciudad Gótica, Jugando a las escondidas. Un compilado de relatos que nos introducen en los confines de las miserias y virtudes humanas. Un puñado de realismo que conversa con la extrañeza. La cotidianidad entreverada con la irrealidad toma cuerpo en la manifestación estilística de las páginas de este libro.

Así lo podemos percibir en “Urbanos”, un relato de venganzas, sicarios y criaturas mitológicas que irrumpen en un escenario de homicidios culposos e intencionales. O en los crímenes, traiciones y fugas misteriosas de “Ojos de obsidiana velados por los párpados”. También en “Espejo, cuchillo blando”, donde el espejo es ese elemento unificador de la tragedia familiar, de la codicia y almas perturbadas. O en el cuento que le da título a esta antología: en “Jugando a las escondidas” el camping El Trébol, un lugar para pasar unas amenas vacaciones, se transforma en la gran pesadilla.

“Sebastián nos refriega una multiplicidad de mundos, nos interpela desde diferentes intensidades ligadas no sólo a lo literario, sino también a la sensibilidad, a lo humano y escribe desde un tiempo y dialoga con otros tiempos y con nosotros”, definió Federico Tinivella, subdirector de la Biblioteca Argentina de Rosario, en el prólogo que escribió para esta obra.

¿Qué es lo que motiva a Carpignano a concebir piezas literarias? “Creo que tiene que ver primero con poder crear tu propio mundo, poder ser el hacedor de ese mundo personal, y luego el juego, que es algo que hasta el día de hoy me sigue atrayendo”, describió el autor.

Atracción por lo siniestro

El autor siente especial atracción por la temática de lo siniestro, de lo ominoso que permea lo cotidiano. Explicó: “Siempre está en las familias, en el trabajo, en los lugares que acostumbramos a transitar. Siempre hay algo siniestro que está latente, ese paralelismo de la oscuridad. La luz y la oscuridad que tienen todos los individuos”.

En sus relatos, Carpignano dibuja como telón de fondo aires penumbrosos. El escritor cuenta que su inclinación por este tipo de textos proviene en parte de aquellos autores que le gusta leer. “Me han influenciado Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Kafka, Antonio Di Benedetto, Silvina Ocampo. Son escritores con los que me siento más identificado, lo que escribo tiene mucho que ver con esos mundos”, puntualizó.

Para el escritor rosarino las historias que componen este libro se enriquecen de sus propias experiencias y trayectos, las realidades con las que conecta en su día a día. “Dejo latente lo que vivo, que se entremezcla con lo que me gusta: el terror, la pesadilla siniestra, los géneros que más practico. Considero que la cotidianidad dice algo más que lo que vemos, es como levantar la alfombra y ver qué hay debajo”, amplió.

Escribiendo en la cabeza

Asimismo, refirió que su ocupación como docente también se escurre en sus narraciones. “Trabajo en un dispositivo de salud mental de la municipalidad. Se llama El Puente, es un dispositivo de arte que trabaja con distintos lenguajes expresivos que está en el Hospital Roque Sáenz Peña. Yo he dado taller de guion y de alfabetización, pero hoy estoy dando taller de escritura creativa”, dijo Carpignano, y agregó: “Habitualmente observo cosas que por ahí se filtran todo el tiempo en lo que escribo”.

“Los cuentos casi siempre los termino en una sentada o dos, no más que eso. Salvo «Espejo, cuchillo blando», que es más largo y tardé un poco más. El proceso creativo surge de un título, de una idea o una imagen. Y a partir de ahí voy elaborando lo que sería el argumento, la trama. Casi nunca sé el final de lo que estoy escribiendo. No me interesa saberlo desde el principio”, detalló el autor en relación a la manera de encarar la producción de sus textos.

A la hora de abordar la construcción de los arcos narrativos o de los personajes, Carpignano sostuvo que la mayor parte del desarrollo se hace lejos de la “máquina de escribir”. “Uno va escribiendo en su cabeza. Cuando va al papel o a la compu uno ya está reescribiendo algo que masticó la cabeza por un tiempo. Ciertos personajes van haciendo ruido hasta que toman forma, y en un momento uno los plasma. Ahí le doy el cuadro o el contexto que es necesario para que esos personajes anden”, narró.

Trabajar el lenguaje como plastilina

“Estudié un montón de cosas que nada tienen que ver con letras, estudié museología, musicología, teatro. Soy bastante autodidacta en ese aspecto. Aprendí leyendo y escribiendo mucho. He ido a algunos lugares porque necesitaba darle forma a algunas cosas que yo creía que no tenía, como un taller que hice con Andrea Ocampo (escritora y periodista). Pero en sí, la búsqueda de lo que quiero contar es propia. Siempre estoy indagando”, expresó el escritor con respecto a cómo adquirió sus habilidades literarias.

De los libros que escribió, Carpignano afirmó que Jugando a las escondidas es su favorita. “Creo que pude trabajar el lenguaje como plastilina. Lo publiqué ahora pero lo escribí en 2016. Lo siento un poco lejano, porque lo que estoy escribiendo ahora son cuentos un poco más crudos y directos. Acá (en Jugando a las escondidas) los cuentos hacen un quiebre dentro de la narrativa”, opinó.

“El trabajo para publicar es lo más difícil. Es la última etapa del proceso. En Ciudad Gótica hay muchos escritores que me gustan a mí. Beatriz Vignoli, Andrea Ocampo, Federico Tinivella, quien hizo el prólogo. Todos los escritores piolas de Rosario han publicado en esa editorial, entonces yo hace mucho que quería hacerlo ahí. Les presenté el trabajo, les agradó y le dimos para adelante. Estuvo muy bueno. Estoy contento con cómo trató la editorial el libro y los textos, no sufrieron muchas modificaciones. La esencia se mantuvo”, manifestó el autor.

 

 

 

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