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Básquet

Leonor Rivero, la leyenda del básquet rosarino que dejó su huella en la selección argentina

La ex jugadora y entrenadora repasó sus inicios, trayectoria y anécdotas de una carrera maravillosa en el básquet


No es coleccionista de recuerdos, por lo que regaló muchos trofeos y camisetas. Fotos: Juan José Cavalcante.

El básquet rosarino está forjado por leyendas, por jugadoras y jugadores que dejaron su huella en las canchas locales, pero tantas otras que también trascendieron la Circunvalación y que llevaron el sello de la ciudad por el país y el mundo. Algunas de esas leyendas sufren la injusticia de no haber recorrido su brillante etapa competitiva en tiempos de redes sociales, Internet y medios dedicados al deporte, por lo que sus hazañas sufren el ataque inclemente del paso del tiempo, comienzan a perderse en la memoria incluso de sus protagonistas y viven en los recortes de viejos diarios. Otros, quizás con mucho menos méritos, ganan una trascendencia de relativo merecimiento.

Leonor Rivero no necesita de homenajes. Regaló camisetas, premios, y los recortes están por allí. Se nota a kilómetros que revivir el pasado no es uno de sus pasatiempos predilectos. Pero claro, respetuosa de las consultas, acepta repasar fragmentos de su historia, una carrera que está repleta de éxitos, de anécdotas y de algunas luchas internas típicas del femenino, que siempre debió luchar por ganarse un lugar en el básquet nacional y no conformarse con las sobras del masculino.

Su talento y capacidad para el básquet demoró en salir a la luz del básquet de la ciudad, pero cuando salió, su explosión fue inmediata.

“Yo vivía en el club Náutico Avellaneda porque mi papá era encargado allí. Empecé a jugar a los 8 años y lo hacía con los varones en el club. Por eso diría que no hice básquet competitivo en toda esa época, y recién a los 16 años surgió una propuesta que modificó mi futuro en el básquet: Central vino a preguntar si podía ir a jugar con ellas un torneo en Elortondo. Miguel Chacón era el entrenador”, explicó Leonor y, con el diario del lunes, el interlocutor ya pudo adivinar lo que sucedió después sin demasiado esfuerzo: “Me fue muy bien en el torneo y por eso al regreso del viaje hablaron con mi papá para que me deje jugar ahí en Central. La verdad fue que costó, porque viviendo en un club mi papá no quería saber nada con que vaya a jugar a otra parte, pero finalmente se dio”.

“En apenas seis meses de empezar allí me convocaron a la selección de Rosario y después fuimos al Argentino de Jujuy. Eran épocas en que los Campeonatos Argentinos duraban 15 días, con 14 de juego y 1 sólo de descanso”, continuó Leonor en su relato de un impacto inmediato para el básquet nacional para la interna (se define como ala pivot o pivot, aunque apunta que llegó a jugar de base en la selección) rosarina: “Ahí me vieron de la selección argentina y me convocaron para empezar a jugar, pero para ser honesta elegí renunciar porque no había un buen grupo, eran todas porteñas y yo quería jugar al básquet, no a hacer conventillo”.

Allí comenzaba una lucha que siempre dio Leonor, tratar de derrumbar el mito de que las jugadoras de Buenos Aires eran siempre las mejores del país. Volver el femenino más federal fue una de sus misiones, ya sea con actuaciones brillantes en el campo de juego o plantándose con quien tuviera que discutir.

“Pero tiempo después Mendoza comenzó a organizar los seleccionados, con Pedro Batiz y el profesor Rodríguez, me llamaron otra vez y comenzaron mis años en los seleccionados nacionales, que fueron muchos”, explicó la ex jugadora y entrenadora.

“No fue la única vez que tuve un cruce por estas cosas. En una concentración previa a un torneo internacional, llegué con una molestia física y me di cuenta que los que estaban entrenando de Capital ya me habían buscado una reemplazante. Le dije que no me iba hasta que llegara el entrenador principal y finalmente quedé en el equipo. Parecía una mafia”, se enoja décadas y décadas después Leonor, quien más adelante en el tiempo y con la chapa de su trayectoria, también le abrió el lugar a compañeras y dirigidas: “Con Rosario fuimos 6 años seguidos campeonas de Argentina en mayores y juveniles. Pochi Belmonte era el entrenador de las mayores y yo dirigía a las juveniles. Pero a la hora de la convocatoria siempre me llamaban sólo a mí, hasta que lo agarré al DT y le dije ‘salimos campeones de todo. ¿Por qué voy yo sola con 11 porteñas? Ahí íbamos a jugar a Bolivia y llevaron a 6 jugadoras de la selección rosarina. Si uno no se ponía a hablar te pasaban por arriba”.

Con Argentina participó del Mundial de Brasil en el 71 (derrota ante la URSS y triunfo frente a Egipto y Madagascar) tras la clasificación en el Sudamericano de Guayaquil y convivió con diferentes generaciones desde fines de los 60 a inicios del 80, con podios sudamericanos en su historial y siempre como pieza clave del equipo. En una de sus últimas participaciones, el equipo se preparó en un pueblito de Jujuy para jugar en la altura de La Paz, aunque tanto esfuerzo de aclimatación chocó contra el clima hostil de la gente y el arbitraje. El tercer lugar impidió llegar a la plaza mundialista.

-¿Cómo era el femenino de Rosario en aquellas épocas?

-Había muchos clubes con equipos, buen básquet y competitivo. Rosario siempre era unos de los mejores del país. Yo jugué en Central creo que cuatro años, después pasé un tiempo largo en Provincial, desde donde nos fuimos todas a Newell’s y después jugué un año en Sportsmen y me retiré.

-¿Cómo fue ese final de tu carrera?

-Me retiré después de un Argentino en Sportivo América. Tenía 36 años, salimos campeonas con Rosario y me llamaron para ir a un Sudamericano a Perú pero les dije que no. Me puse a dirigir, en Náutico, Atlantic, Newell’s, Provincial.

-¿Fue una buena experiencia?

-Muy buena, jugamos la Liga con Atlantic, con Newell’s, incluso salimos campeonas. Era una Liga con muchos equipos de todo el país, no como ahora que son torneos con cinco o seis. Incluso con Newell’s fui como entrenadora a un Panamericano de Clubes.

-¿Te ofrecieron algunas vez jugar en Buenos Aires o en el exterior?

-Todos los años alguna oferta recibía. De Buenos Aires, de Mendoza, de Brasil, de Paraguay. Pero rechacé todo porque tenía trabajo en Rosario y además porque cuidaba a mi papá y no quería dejarlo solo. Paraguay tenía un buen torneo y Brasil también. Un equipo de San Pablo me buscaba todos los años. Donde sí iba a jugar mucho era el torneo de la Vendimia en Mendoza. Había equipos de todo América y Mendoza armaba su seleccionado. Yo era el refuerzo. Salimos campeonas y me quedé con recuerdos hermosos de gente para sacarse el sombrero, te atendían como una reina. No les cobré nunca nada.

-¿Creés que entrenar y jugar con los varones les ayuda en sus inicios a las jugadoras?

-Sirve. Cuando sos chica y también cuando sos grande. Incluso con los seleccionados de mayores entrenábamos y jugábamos amistosos contra varones. Es una ayuda muy importante.

Las marcas de Leonor en el básquet nacional son incontables. Una de ellas fue el orgullo de estar ternada para los Premios Olimpia en 1974. “Fue junto a Mandrake Cabrera y José De Lizaso. Creo que era la primera vez que una mujer estaba ternada en el básquet. Ganó Cabrera, pero fue un gran orgullo estar en la terna”.

“También me nombraron deportista del año por la revista Goles. Y otro premio fue una medalla bañada en oro”, agregó sobre uno de los trofeos que guarda con mayor cariño porque fue entregada por Perón.

“Fue en ese 74 que fuimos con la selección de Rosario a jugar el Argentino en Capital y salimos campeonas. Ese año nos recibieron Perón con Isabel. No le trajimos suerte porque murió un mes después”, contó Leonor, quien también tiene otras perlas de momentos particulares: “En un campeonato Sudamericano en Guayaquil vimos que había un montón de marineros en la cancha. Terminamos visitando la Fragata Libertad en el capitán era Massera. El básquet estaba intervenido por los militares y nuestro delegado era un general retirado”.

“Una vez me dijeron que me iban a dar un trabajo en Agua y Energía para ayudarme porque jugaba en la selección. Y me complicó porque casi pierdo el trabajo que yo tenía”, recordó.

En Rosario hay una leyenda del básquet femenino, de bajo perfil pero siempre presente cuando se la invita a colaborar y participar con su experiencia. Aunque los videos y fotos de la época escaseen, fue ejemplo para varias generaciones y vale la pena el esfuerzo de mantener vivo el recuerdo.

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