Ciudad

Le anulan la cuenta bancaria porque la dieron por muerta

Ana María Ríos, una jubilada de Arroyito, quiso comprar con la tarjeta pero no pudo: estaba “fallecida”.

Ana María Ríos tiene 64 años. Es hincha de Newell’s y vive en Arroyito, a pocas cuadras del estadio mundialista de Rosario Central. “¡Imaginate! Somos la mosca en la leche en este barrio”, dice y cuenta que es futbolera, que mira todos los partidos, los resúmenes, los mundiales, todo. “Soy el ideal de cualquier hombre”, agrega. Y sigue: “Pero estoy casada con un fierrero. Tenemos que negociar: miramos carreritas de autos, pero después fútbol”. Es jubilada, pero hasta hace un tiempo fue vicedirectora en una escuela “semirural” de Puerto General San Martín. Hace sólo tres años que se mudó al barrio de zona norte de Rosario, donde vive con su suegra, su marido Jorge, y dos perros: Schumi y Luca. “Por el piloto de Fórmula 1 Michael Schumacher y por Luca Prodan”, explica.

El 25 de noviembre de 2010, Ana María realizó una compra con su tarjeta de débito, la última que se le permitió. Después, falleció. Para ella, la muerta era la tarjeta. Pero para el sistema bancario, la muerta era Ana María. “¡Y fijate! La muerta goza de buena salud, salvo algunos achaques, ¡pero sigo de pie!”, exclama, entre risas, a modo de presentación. Y su marido, que la acompaña en la gracia, agrega: “La finada, muerta y todo, sigue jorobando: me manda al súper, al garaje, a que limpie esto, traiga aquello”. En charla con El Ciudadano, Ana María relató su historia, de cómo fue que para el sistema bancario ella había muerto. Gracias a su buen humor, el relato roza lo bizarro y no la desgracia.

—¿Cómo comenzó todo?

—Te explico: como no me gusta hacer todas las compras a último momento, del sueldo de noviembre tenía separados 400 pesos para comprarle regalos a los nietos. Hice una compra perfecta de 46 pesos, por lo que me quedaron 354 en la cuenta. Hace unos días fui a una librería a hacer una compra y la tarjeta me dijo “negocio no habilitado”. Probé en otro, y lo mismo. Entonces fuimos al cajero, que reconoció la tarjeta y el pin, pero no nos dejaba operar, o sea, ni sacar resumen, ni plata, ni ver el saldo, nada.

—¿Qué pensó usted cuando pasó todo eso?

—En un primer momento yo pensé que era la tarjeta, tal es así que el chico del banco nos dio un folletito que explica dónde teníamos que ir para hacer una nueva… Pero el lunes yo cobraba el aguinaldo, y entonces decidí ir al banco (el Provincia, de Génova y Alberdi) y sacar la plata por la ventanilla. Hice la cola lo más bien, pero cuando me toca el turno el cajero me dice: “Señora, su cuenta está en cero”. Entonces me muestra un papelito con los movimientos, y se ve donde dice que el saldo mío es cero. En ese momento, el muchacho me pidió que por favor fuera a atención al cliente. Allí, el señor se fue a hacer una consulta en la compu, y  cuando vuelve… yo le noté una cara como que tenía algo para decir pero no sabía cómo. “Bueno, señora”, me dijo. “No lo tome a mal pero yo le voy a decir una cosa: su cuenta está bloqueada porque usted está fallecida”.

—¿Y qué dijo entonces usted?

—Lo primero que dijo este sinvergüenza de mi marido fue “¡cómo no me avisaron antes que ya hubiera cobrado el seguro!”. Porque, claro, ya hacía un mes prácticamente que estaba finucha. A mí lo primero que me salió fue decirle que no estaba muerta, que estaba de parranda… ¿Qué iba a hacer? Este señor me dijo que iba a consultar, mandar un e-mail a la casa central, que no nos quedáramos, porque no sabía cuándo nos iban a contestar, pero nos advirtió que es muy difícil que estas cosas pasen en el banco.

—Anteriormente, ¿le habían pedido algo? ¿Algún certificado de supervivencia, algo así?

—¡Nada! Nunca me habían llamado de ningún lado. Cuando fui a la Caja de Jubilaciones me pidieron que fuera personalmente, con documento en mano y un certificado de supervivencia; y además me hicieron hacer una declaración jurada en la que yo manifesté que yo soy yo, que tengo la cuenta bloqueada tras ser dada por muerta según un informe del Banco de Santa Fe, y que solicito que me habiliten la cuenta. Después el señor de mesa de entrada me dijo que a las personas muy mayores se les hace constatar que están vivas. Pero, claro, eso pasa con los que tienen, no sé… 92 años, ¡pero yo tengo 64!

—¿Y ahora? ¿Cómo sigue la historia?

—Hacete una idea, hoy (por ayer) en Santa Fe, en las oficinas de la repartición pública deben estar de brindis. Mañana (por hoy), asueto. Hasta la semana que viene nos olvidamos. Ellos no levantan el teléfono y dicen “pague lo que debemos a la señora, que va para allá”. No. Esto va a liquidación de sueldo a Santa Fe, porque de ahí también me borraron. O sea, les dieron la orden también a ellos. ¡Me mataron del todo! ¡Me liquidaron! Para la provincia no existo más.

“Por suerte que tenemos buenos familiares y amigos”, interviene Jorge, el marido. Y Ana María avala: “Sí, ¡claro! Mirá a tu alrededor. Esto es fruto de cincuenta años de trabajo de los dos, y no tenemos nada más. Vivimos de nuestra jubilación. No hay más que lo que se ve, que es una vida de trabajo. ¿Qué hacemos sin esa plata?”.

—¿Alguien le pidió disculpas o algún gesto parecido?

—No. Yo no le puedo decir nada a las chicas que dan la cara, que están en atención al público; son jovencitas, amorosas… ¿qué le vas a decir, más que hacerles un chiste? También estuvieron muy atentos los muchachos del Banco Nación, son divinos. Sí, volvimos a hablar con el muchacho del Banco, para ver si tenía noticias de algo, y lo único que le contestaron en el e-mail fue: “Resucitada”. En la cuenta del banco, al lado de fallecida, dice “resucitada”. ¡Pero plata no hay! Y por suerte yo le pongo onda… porque ¡encima fue en esta época del año! Si era en otra época, te comés el garrón de hacer trámites y ya está… ¿Pero a quién vamos a ver hoy? No creo que ni esté el gobernador.

—¿Y se imagina por qué pasó esto en el banco?

—(Jorge) ¡Yo no fui!

—(Ana María) Problemas del sistema. Alguien que apretó mal el dedo, alguien que puso un número distinto en el número de documento, en el número de cuenta, o que simplemente quería constatar que estuviera viva. ¡Porque a mí no me piden nada! No sé cuánto van a tardar ahora en darme la plata, después cobraré todo junto, pero, ¿mientras tanto? Y bueno, estoy acá. Esperando…

—(Jorge) …un poquito en el limbo, otro poquito en el purgatorio.

—(Ana María) ¡Y encima este desgraciado no deja de cargarme!

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