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Las voces de los peones del campo en las relaciones de poder

En su último poemario Charlas con Cuchúa, la oriunda de San Cristóbal Alejandra Méndez Bujonok se vale de una terminología específica para describir recuerdos de su infancia y encarnar la forma en que su padre contaba sus vivencias


Pau Turina / Especial para El Ciudadano

Alejandra Méndez Bujonok habla de manera pausada, tranquila. De la misma manera, escribe. En su último libro, Charlas con Cuchúa publicado el año pasado por la Editorial Deacá de Villa Mercedes, San Luis, la autora recupera los recuerdos de su padre.

Alejandra nació en San Cristóbal, Santa Fe, en 1979. En su infancia hubo libertad. Recuerda que ir al cementerio a jugar era algo común. También recorrer lugares desolados, tranquilos. Así se crío, entre campos y juegos. “Este libro tiene que ver con el campo y con la vida en el campo, trato de encarnar la voz de mi padre, por eso Cuchúa. En realidad son mis recuerdos pero contados en la voz de los adultos”, explica. Hay un tono nostálgico y una búsqueda de un lenguaje genuino, de ir a los orígenes y utilizar ciertas terminologías que tal vez ya están perdidas. Hay una nostalgia por esos paisajes y por esos espacios habitados. Su búsqueda poética era esa, bordear esos espacios.

Diferencias sociales

“Creo que tiene que ver con el relato que mi padre me contaba sobre su infancia. Sobre esos niños, tal como fue mi padre, que trabajaban desde los cinco años junto a sus padres. Y todo lo que implicaba ser peón y tener patrones. Toda esa dualidad y esas diferencias sociales, eso estaba mucho en el relato de mi papá”, cuenta Alejandra.

La escritora buscó los relatos que estuvieron en el discurso familiar e intentó utilizar la técnica del desdoblamiento, escuchamos a través de su voz poética el discurso de su familia. “En otra parte del libro, tal vez un poco más escondido, están los recuerdos de mi infancia. Los recuerdos de cosas que tienen que ver con la fantasía y cómo se va replicando lo que otros van diciendo y cómo eso nos va constituyendo como sujetos”. Su abuelo fue el primer cartero de La Forestal en la Estancia San Cristóbal. En ese lugar se conocieron su abuelo y su abuela paternos, por lo cual ese lugar es parte de su historia familiar. “En los relatos de mi padre, se traslucían las relaciones de poder, la admiración de los que menos tenían a los que más tenían, de los peones a sus patrones, como una especie de Dios. Por lo menos mi abuelo a través del relato de mi padre era así”, dice.

Mixtura de vivencias

En su poesía hay observación y contemplación. Para Alejandra, haberse criado en un lugar pequeño le generó una mirada. Empezó a escribir cuando tenía once o doce años y siempre disfrutó contemplar, de quedarse la noche entera mirando la luna y haciendo nada, con el silencio de fondo; en ese sentido, en su poesía hay continuidad, esos rasgos permanecen. Aunque también asegura que hace muchos años que vive en Rosario, y que seguramente, algo de vivir en una ciudad grande ha moldeado su escritura y poética. Tal vez sea una mixtura de ambas vivencias. Si hay observación y contemplación, por supuesto hay escucha. “En este libro empecé a escuchar desde el recuerdo. La escucha es importante y no es solo oír sino que es captar esa otra cosa que se está diciendo atrás de la palabra. ¿Qué hay atrás de lo que uno dice? Creo que el poeta tiene ese oído ligado a las percepciones”, menciona.

Aceptación de la soledad

El libro posee un epígrafe de Atahualpa Yupanqui: “y al contemplar su soledad serena/ sentí que estaba como yo en el mundo/ sin más sostén que el de su propia pena”. Esta frase que alude a la soledad del alma, hace referencia a la introspección o al monólogo interno que propone el libro. Según la autora, se puede leer como un gran soliloquio, al no haber títulos que separen los textos, podría ser una especie de poema largo. “Atahualpa habla de la soledad pero también de lo social. No me parece que la soledad sea a modo de clisé, de alguien que vive en el campo y está solo, sino de un lugar interior, de aceptación de la soledad. Todos somos islas que decidimos estar juntos y convivir con otros pero cada uno lleva también sus tristezas a cuestas”, dice la autora. Sobre el final del libro, hay un glosario de significados: cuchúa, isondú, pacharacos, tapera, entre otros, que la autora denominó “Cuchuario”. “Lo agregué porque creo que le dio un significado político social, si no el libro hubiera quedado sólo en la búsqueda musical del poema y en realidad era un paso más, el de poder dar voz a estas palabras que aún existen, por ejemplo en el norte de Santa Fe”, cuenta y agrega que desarrolló este glosario propio como un rescate tanto de denominaciones provenientes del guaraní como de palabras que se instalaron en la cultura popular.

Los hijos del peón

Charlas con Cuchúa pertenece a la serie «Cherógape», que es una locución guaraní que significa mi hogar, en donde vivo. A diferencia de las formas equivalentes en español (hogar, casa, vivienda), esta incluye la relación que el sujeto tiene con la construcción y según este vínculo tiene una forma diferente de referirlo: si habita o no ahí, si la casa es suya, si pertenece a otro y si ese otro es conocido o desconocido del sujeto que habla. “La ilustración de la tapa está hecha en base a una foto real y el libro se publicó en una serie que habla del hogar pero hogar como espacio o lugar en donde sintamos que el corazón pertenece, por eso en el libro de Alicia Genovese que se llama Diarios del Delta, hay una foto del Delta en el Tigre, y en la mía es una foto de un campo de unos amigos de mi padre. Ellos trabajaron en una estancia pero el campo de mis padres no existe, porque trabajaron siempre en relación de dependencia, fueron los hijos del peón, no tenían posibilidades de ser propietarios de la tierra”, cuenta.

Transcribiendo a Alfonsina

Cuando era chica Alejandra comenzó a ir a la biblioteca de su secundaria; fue cuando “le picó el bicho de la poesía”. Empezó leyendo a José Martí y después empezó a buscar poetas mujeres. Aunque en su casa su mamá tenía una biblioteca, en ella no había muchos libros de poesía y Alejandra deseaba leer ese género, porque la había conmovido. Es así como la bibliotecaria de su escuela secundaria la introdujo en lecturas fundamentales para su vida, como fue la poesía de Alfonsina Storni. “Me acuerdo de estar en la clase de Física, todos concentrados haciendo fórmulas y yo transcribiendo poemas de Alfonsina”, recuerda.

Hace un tiempo, volvió a leer estos textos por primera vez en San Cristóbal, en un ciclo de poesía organizado por Yamil Dora. Para la autora, fue una gran alegría, estaban todos los poetas del pueblo, sus profesoras de lengua y literatura, la bibliotecaria de su escuela secundaria que tanto la influyó, sus amigos y su familia. “Fue como leer por primera vez”, asegura.

“Soy pájaro ahora porque lo he dicho todo”, escribe y de esta manera, con este libro viajamos, contemplamos y vivenciamos otra manera de habitar.

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