Espectáculos

Las “puertitas”de las nenas

Consagrada como una de las escritoras argentinas más importantes, la rosarina Angélica Gorodischer vuelve con un libro de cuentos en el que construye un universo conformado por niñas con conciencia e ingenio a las que les pasan cosas terribles.


Más allá de su bajo perfil cultivado a través del tiempo, la rosarina Angélica Gorodischer se muestra como una de las escritoras más prolíficas y resulta hoy de las más importantes entre las argentinas. Cultora del fantástico y la ciencia ficción, Gorodischer también aborda otros géneros según se lo vayan dictando sus personajes y las circunstancias en las que se verán envueltos. Su obra está compuesta por novelas y libros de cuentos; entre las primeras figuran Kalpa Imperial (1984); Floreros de alabastro, alfombras de bokhara (1985); Fábula de la virgen y el bombero (1993); Tumba de jaguares (2005); Las señoras de la calle Brenner, entre otras. De sus libros de relatos pueden mencionarse Trafalgar (1979); Mala noche y parir hembra (1983); Técnicas de supervivencia (1994); Querido amigo (2006).
Su último y reciente libro se llama Las Nenas (Emecé, 2016), en el que trabaja en una fina urdimbre con el universo de las niñas; claro que no de aquellas que ocupan un lugar nimbado e ingenuo. Explica Gorodischer: “Pensé que no iba a escribir sobre nenas porque no quería entrar en ese lugar común de la nena inocente, blanca, pura, y que en el fondo resulta que es una especie de diablilla espantosa…”.
Por el contrario, las nenas de su libro tienen una conciencia muy aguda de su lugar en el mundo de los adultos, e ingenio para enfrentar las amenazas de las que son presas y, en muchos casos, resolver favorablemente el asunto. A continuación Gorodischer explica la construcción de estos personajes, a los que, a algunos, les pasan cosas terribles.
—¿Cómo surge la idea de un libro de cuentos con nenas?
—Estaba haciendo un trabajo que me tenía medio harta porque no tenía mucho interés y me dije que iba a tomar un descanso, una especie de recreo, y me puse a escribir un cuento. Decidí escribir lo que es el primer cuento del libro, “Todavía me río”. Cuando terminé de escribirlo lo pasé a papel, porque lo veo mejor que en la compu; veo bien en pantalla pero mis cosas me gusta verlas luego en papel; cuando lo leí vi que a ese cuento lo conocía, y me pregunté cómo podía ser que hubiese escrito el cuento dos veces. Me fui a mi carpeta de cuentos, donde tengo muchísimos, casi todos publicados y algunos inéditos, y encontré otro que se parecía, y en lo que se parecían es que en ambos las protagonistas son nenas, y pensé que no iba a escribir sobre nenas porque no quería entrar en ese lugar común de la nena inocente, blanca, pura, y que en el fondo resulta que es una especie de diablilla espantosa, pero ya tenía esos y luego seguí buscando y había otro cuento con otra nena, y otro más, así que junté cuatro o cinco cuentos con nenas…
—¿Que no habían sido publicados nunca?
—Uno solamente, los otros eran inéditos, y estaba el de Trafalgar (libro de cuentos de 1979), que me gustaba mucho y que lo puse después, y ya tenía la mitad de un libro, así que lo que me faltaba era escribir algunos más, y ahí surgió Las Nenas.
—Ese mundo de nenas tal cual se describe en el libro no es nada razonable, más bien está lleno de espontaneidad, fantasía, o locura, como mencionás en un momento, y esas nenas tienen una conciencia bastante aguda de su lugar en el mundo de los adultos, e ingenio, tal cual se lee en “Cosecha” y en “Absit”; ¿cómo pensaste en ese tipo de nenas?
—¡Ah!, yo no las pienso, aparecen, como decía Borges: “…cuando lo oigo hablar al personaje ya tengo el cuento…”; no me estoy comparando con Borges, ojo, no llego a ese nivel de soberbia, pero el viejo tenía razón en muchas cosas: si se puede dejar hablar al personaje el cuento ya está listo.
—En este caso vos encontraste las voces de esas nenas…
—Sí, porque yo también fui nena y conservé el recuerdo de la incomprensión de los mayores que no se dan cuenta que los niños ven un montón de cosas y tienen otra percepción de esas cosas, y yo traté de verlo cuando tuve chicos pequeños, no sé si tuve suerte o no, pero sabía que las crías son unas incomprendidas, que tienen una visión mucho más amplia o más cruel de lo que los adultos creemos, entonces por ese camino fueron surgiendo los cuentos.
—El terreno de la infancia, para vos que te movés en el linde del fantástico o de la ciencia ficción directa, ¿te resultó afín como esos géneros para estos relatos?
—Me resultó igual porque cada vez que una se interna en un terreno la cuestión sale sola, si nos orientamos bien. Por ejemplo, lo que cuento en “Absit”; yo conozco el problema de los tipos que se abusan de las criaturas, algo horroroso, pero también pensé que las criaturas también podían defenderse de alguna otra manera: la chica del cuento lo tira al pozo y lo deja que se muera, lo que me parece estupendo, me gustó mucho esa nena.
—En el conjunto de cuentos parece que las nenas están como amenazadas por distintas circunstancias o personas; ¿pensás que algo de eso hay en la infancia?
—Sí, porque uno cree que las nenas son como animalitos indefensos de los que uno puede disponer y no es así; son tan poderosas y tan fuertes como la gente grande, y tienen guardadas todas aquellas cuestiones que luego surgirán cuando sean adultas; yo, que tuve una infancia no tan feliz, lo sé, y quisiera que todas las nenas fueran muy felices.
—En estos cuentos les pasan cosas terribles…
—Realmente les pasan cosas terribles porque las nenas pueden escuchar a los adultos diciendo barbaridades e interpretan de otra manera y pueden imaginar cosas, es muy importante contarles cuentos a las nenas/es para estimularles la imaginación, para decirles que el mundo no es exactamente como se presenta; hay cosas a las cuales hay que ponerles sus propios colores.
—Lo que se desprende de algunos de esos relatos es que también hay mucha oscuridad, como en el mundo asfixiante del cuento “Sustancias peligrosas”.
—Claro, porque es todo muy desconocido, cuando una es muy chiquita el mundo suele ser bastante opaco, entonces hay que entrar por alguna puertita y cada nena encuentra “su” puerta.
—Vas también de un extremo a otro como en los cuentos “Buen hijo”, que está lleno de zozobra con la imagen de la nena en el fondo del jardín y que termina casi como un cuento de fantasmas, y en cambio, en el otro de tema fantasmático, “Benito”, todo lo que ocurre allí es para divertirse
—Sí, traté de que fuera así; en “Buen hijo” hay un mundo tan desconocido; tan imposible de penetrar, que resulta terrible; si me preguntan a mí yo tampoco sabría responder.
—Y en “Conodio” aparece una venganza casi justiciera…
—Lo escribí con un placer que no te podés imaginar; se me ocurrió porque sé las cosas que pasan en este mundo, porque pasa que a algunas criaturas pueden levantarlas por la calle, y luego uno se pregunta dónde están todas ellas, pero pienso que si alguna se salva tiene que hacerlos pelotas a los tipos que las raptaron: yo voy a aplaudir.
—¿Hubo algún libro que te inspiró para el tono de estos relatos?
—Todo lo que una ha leído sirve para lo que se escribe, aunque uno no se dé cuenta; yo empecé a leer a los cinco años y tengo 87; todos esos años he estado leyendo, leo de todo, y es la única manera en la que se forma un escritor.
¿Y qué lee Angélica Gorodischer hoy?
—Leo mucha narrativa, nada de poesía porque no entiendo a los poetas, salvo a Góngora; leo a los clásicos, a los grandes divulgadores de ciencia porque no tengo formación para leer ciencias directamente, pero cuando te metés un poco en ese tema ves una poética increíble; los buenos divulgadores tienen un lenguaje de vuelo poético, y además toda la búsqueda de la ciencia no se contrapone en nada con la metafísica, con la religión, con lo espiritual; al contrario, hay algo que parece que lo fuera juntando, y eso a mí me vuelve loca, me parece maravilloso. Por otra parte me acuerdo de Aldous Huxley, a quien amé intensamente, quien decía que los escritores tienen que leer, todo lo que tienen que hacer es leer todo el tiempo, y además leer de todo, no solamente literatura, y eso es cierto, si agarrás un libro de botánica no podés creer lo que encontrás, o un libro de antropología o de mineralogía: uno lee y el horizonte se amplía, uno comienza a vivir en un mundo mucho más ancho, empieza a encontrar muchos más motivos para seguir escribiendo.
—En el cuento “Somos dos” decís que al que se apoya en las palabras el mundo le pertenece, ¿lo sentiste siempre así?
—Por supuesto que sí, porque de nosotros se dice que pasamos del homínido al homo cuando nos pusimos de pie; bueno, eso es una mentira muy bonita; es cierto porque cuando el bosque retrocedió nos vimos en la sabana y había que cazar para poder comer, pero no fuimos homo en ese momento, lo fuimos cuando tuvimos lenguaje, porque muchos animales tienen habla, los perros se comprenden, los monos también, esa es su habla, nosotros tuvimos habla también muy temprano como todos los animales, pero el día que tuvimos lenguaje fuimos humanos.
—Cuando uno puede construir algo a partir de allí, cuando puede expresarse…
—Sí, cuando puede decirle al otro lo que pasa, cuando tuvimos lenguaje dijimos: “Che cumpa, no vayás para allá que hay tigres”; eso ya es otro mundo (risas).

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