Opinión

¿Nada que ver con la soberanía?

Las Malvinas deportivas

"¿Es posible separar fútbol y política en estos tiempos?"


Alejandro Duchini

En 2017, Alejandra Broglia tardó una hora y cuarenta minutos en cruzar el estrecho de San Carlos, que separa a las islas Gran Malvina y Soledad, con aguas a 12 grados de temperatura. Quería homenajear a los caídos en la Guerra de Malvinas.

María Inés Mato, a quien le amputaron una pierna, cruzó en 2008 el mismo estrecho con el mismo interés. Hasta la pandemia, cada 2 de abril maratonistas argentinos competían en Malvinas.

Un grupo de marplatenses nadó en la zona en homenaje a los ex combatientes. La lista sigue. Torneos argentinos de distintos deportes se denominan Malvinas Argentinas. También hay estadios Malvinas Argentinas.

Y hasta la Cámara de Diputados entrega sus denominados Premios Islas Malvinas a deportistas de bajo perfil. Todo para mantener viva la memoria de los caídos en la Guerra de Malvinas, en 1982. Las Malvinas son argentinas.

Los deportistas y dirigentes rinden homenajes a su manera. Los atletas ponen dinero de su bolsillo. Es el caso de Catalina Giacaglia, fonoaudióloga y nadadora aficionada nacida en Mar del Plata el 30 de abril de 1984.

El 14 de marzo de 2017 nadó dos kilómetros sin traje de neoprene en el Estrecho San Carlos. Era el primer Desafío del Atlántico Sur, organizado por la Fundación No Me Olvides.

Tres kilómetros reducidos a dos por las bajísimas temperaturas. Cuarenta participantes. Entre el grupo de edades diversas (el más chico, 23 años; el más grande, 68) había tres ex combatientes. El agua estaba en los 8 grados, en el mejor de los casos, y la temperatura ambiente rondaba los 5. Vientos y lluvias.

“Involucrarme desde la natación me abrió un mundo distinto. Viajar y recorrer los lugares y nadar donde estuvieron las embarcaciones en la guerra, cerrar los ojos e imaginar mínimamente el frío y lo que pasaron esos soldados me hizo entender lo duro que habrá sido aquello”, me dice Giaccaglia.

“Lo hice para honrar a los que se sacrificaron en ese momento. Pero lo que puedo hacer es mínimo en comparación con lo que hicieron ellos. Sólo quienes combatieron saben qué pasó ahí”.

Marcelo De Bernardis es, a sus 57 años, el primer maratonista argentino en competir en las Islas. Desde 2008 hizo 15 viajes. A veces con ex combatientes que regresaron a Malvinas por primera vez.

“Entienden que tenemos el corazón puesto ahí y que no viajamos para hacer reclamos”, me dice De Bernardis sobre la convivencia con los habitantes de las islas.

En estas horas, Malvinas vuelve a estar en las noticias. La prensa británica anticipó que el canciller inglés David Cameron tiene un plan para ofrecer “términos comerciales más favorables” al gobierno de Javier Milei a cambio de que se olvide el tema de las islas, donde en 1982 murieron 649 soldados argentinos, muchos de ellos de apenas 18 años y sin experiencia.

Eso, sin contar a los 1.063 heridos y los conflictos personales que generaron a los ex combatientes. ¿Se puede olvidar a cambio de dinero o inversiones?

En 2021, en plena pandemia por Covid 19, la actual ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, deslizó su ninguneo a la historia: “…las Islas Malvinas se las podríamos haber dado (a los laboratorios Pfizer)”.

La sola intención de negociar las Islas Malvinas, y con ellas la memoria de los caídos en la guerra, de los sobrevivientes, de un país y su soberanía, causa escalofríos. Para evitar el olvido es que cientos de deportistas, de forma individual o en equipos, vuelvan a las islas.

Ahí está el rugby, como excusa para que veteranos argentinos e ingleses se enfrenten en un partido amistoso en noviembre de 2017.
No fue en Malvinas sino en Inglaterra y con una pelota bendecida por el Papa Francisco. Rugby por la paz, se conoció la propuesta.

Y el fútbol, claro, que arrancó con una revancha en la Intercontinental entre Independiente y el Liverpool inglés, en Japón, en 1984. Aquella vez ganó el Rojo pero unos meses antes, un grupo de políticos proponía que Independiente llevase en el pecho de su camiseta un dibujo de las islas.

En México ‘86, con Diego Maradona como emblema del Seleccionado, La Mano de Dios y el mejor gol de la historia fueron apenas una venganza simbólica.
El canto de cancha que recorrió el mundo mientras Messi y sus compañeros ganaban la tercera en Qatar decía “por los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”.

Del fútbol malvinense, cuya Liga la integran sólo siete equipos, salió Martyn Clarke, inglés que vivió en Malvinas y a fines de los 90 se probó en Boca.

¿Y entre los dirigentes? La tibieza de muchos se contrarresta con el reclamo de los menos.
César Francis, abogado y dirigente deportivo, le mandó una nota a la Conmebol (Confederación Sudamericana de Fútbol) por no incluir a las Islas Malvinas en su nuevo logo.

“Tengo la convicción y la impresión de que desde la dirigencia deportiva podemos hacer mucho más en pos de la reivindicación de la soberanía sobre las Islas Malvinas”, me dice Francis.

Imposible olvidar los tiempos convulsionados de la guerra. En 1982, en el Mundial de España, la Selección argentina defendía el título del 78 en pleno conflicto bélico.

“En la primera jornada, el equipo argentino, campeón mundial, cayó derrotado en Barcelona. Pocas horas después, muy lejos de allí, en las islas Malvinas, los militares argentinos fueron vencidos en su guerra contra Inglaterra. Los atroces generales, que en varios años de dictadura habían ganado la guerra contra sus propios compatriotas, se rindieron mansamente ante los militares ingleses”, recordó el uruguayo Eduardo Galeano en su El fútbol a sol y sombra.

En el libro Decíamos ayer, de Eduardo Blaustein y Martín Zubieta, se cita a Clarín del 26 de abril del 82: “Un hecho inédito se registró en la cancha de Estudiantes de La Plata. En momentos en que el visitante -Quilmes- atacaba denodadamente en busca del empate, el árbitro suspendió el partido. Corrían los 37’ del segundo tiempo.

Por los altavoces se dio lectura al comunicado N° 29 de la Junta Militar, que informaba del ataque británico a las Georgias y anunciaba que “los efectivos argentinos resisten el intenso cañoneo de las unidades británicas”.
La respuesta no se hizo esperar: a voz en cuello las tribunas corearon “El pueblo unido jamás será vencido”. A continuación surgió de los altavoces la marcha de las Malvinas.

“No voy a Londres a recuperar las Malvinas. La Guerra pasó hace treinta años. Si bien yo soy muy patriota y creo que las Malvinas son muy argentinas, además de que consumo mucho sobre el tema y estoy muy interiorizado, considero que hay momentos para todo: para hacer política y para hacer deporte”, advirtió el basquetbolista Luis Scola en la previa de los Juegos Olímpicos de Londres, en 2012. ¿Es posible separar fútbol y política en estos tiempos?

¿No fue político, acaso, el ninguneo de la Fifa al tapar las Islas Malvinas en el estadio mendocino de cara al Mundial Sub 20 que se jugó el año pasado? ¿Y el temor de la AFA ante una eventual sanción de la Fifa por llamar Malvinas Argentinas a un campeonato local?

De todas las historias que conmocionan alrededor de Malvinas, y que ahora nos ponen en alerta, me quedo con una que me contaron los propietarios de una agencia de viajes de La Plata: Felisa Colombo, hincha de Estudiantes, y su pareja, David Rodríguez, de Boca.

En abril de 2018 viajaron a Malvinas con una réplica de la camiseta de Diego del Mundial del 82 y otra del 86.
“Queríamos que de alguna manera Diego esté en las Islas Malvinas”, me dice Felisa. En la soledad de Darwin, donde está el cementerio de los caídos argentinos, colgaron una de esas camisetas con las tumbas de fondo. La foto se hizo viral.

Flotando en el viento frío del sur, así quedó la camiseta. Maradona y Malvinas. Dos símbolos eternos.

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