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“Las etiquetas son analgésicos”

El cantante, autor, compositor, poeta, performer e historiador porteño Gabo Ferro adelanta detalles de su show de esta noche en Rosario, al tiempo que habla del lenguaje y de las lógicas del género aplicadas a un modo de entender el arte y la vida.


Cantante, autor, compositor, poeta, performer, historiador. En Gabo Ferro conviven todas esas facetas e interactúan entre sí, toman la posta, disputan los espacios. De un repertorio de 180 canciones (aproximadamente), Ferro seleccionó algunas para visitar esta noche Rosario. “Llevo una lista de canciones probables, más el trabajo hecho sobre ellas, pero nada más. Sólo voy a hacer el 50 por ciento, el resto lo vamos a hacer todos juntos en paridad”, adelantó el músico a El Ciudadano.

Con un total de ocho discos solista y dueño de una voz inconfundible, Ferro considera los shows como organismos vivos: “Es una bestia viva y por lo tanto pueden pasar cosas buenas y no tan buenas. Probablemente lance un grito en el que el resultado es el mismo riesgo. Sigo haciendo conciertos porque confío que son organismos vivos que atravesamos”, confesó en una extensa charla el autor de temas como “Soltá” y “Volver a volver”, musicalizador de algunos de los grandes momentos de la telenovela La Leona y escritor de varios ensayos históricos.

—“El lapsus del jinete ciego”, tu último disco solista, fue grabado en un teatro vacío como un hecho político; ¿cómo ves hoy a la cultura?

—Para los que nunca esperamos ciertos acompañamientos desde el Estado o empresarial, es seguir trabajando. En tanto gestión de gobierno, solamente voy a decir que ya no hay más Ministerio de Cultura sino que ahora hay una Secretaría y eso dice mucho más que una cuestión presupuestaria. Entiendo que hay que seguir trabajando y, sobre todo, saber que uno ejerce praxis política. Hay que seguir produciendo y moviéndonos en el campo de la praxis política, movilizada también por el deseo de que se vuelvan a imponer cosas que tengan que ver con la sensibilidad y con el amor, con el gusto, con el placer, más allá de las conveniencias económicas o políticas.

—Eso es algo que traspasa tu carrera…

—Sí, soy de los que creen en el amor como una cuestión peligrosa. Desde el amor subjetivo y de uno mismo hacia una situación o un sujeto singular o colectivo. El amor a la libertad, a la subjetividad. El día que nos enteremos que cada uno de nosotros o nosotras es único y que nuestra propia identidad, si la ejerciéramos, nos daría una infinidad de diversidades, el mundo será riquísimo e infinito de aprendizajes de unos con los otros.

—¿Cómo construiste tu identidad?

—Con dolor y me voy en la historia a la infancia. Tuve la suerte de que en mi familia nunca hubiera una censura. Me atraían cosas diversas. Mi familia es clase media y yo, después de la escuela pública, podía ir a jugar a la casa de alguien con mucho dinero o a Ciudad Oculta. También si estaba jugando con varones al fútbol pero de repente las chicas estaban haciendo algo que era más interesante dejaba la pelota y me iba a jugar con ellas. Era esa cuestión de seguir el deseo. Cuando uno va creciendo va viendo qué son aquellas cosas que a uno lo van construyendo desde un llamado orgánico y genuino. También la curiosidad de ir viendo otras lecturas, de conocer gente que te va enseñando por cosas exitosas o fallidas.

—Hablabas de maestros; ¿cuál es tu relación con la figura de Leonardo Favio?

—Ha sido una figura señera desde mi mismo nacimiento porque cuando era niñito, en los 70, en mi casa se compraban discos todos los días. La música de Favio junto con la de otros y otras estaba al día. Después su cine me llegó cuando crecí. Y cuando empecé a hacer estudios culturales me llegó alguna invitación a presentar alguna película. Después escribí sobre el tratamiento de la lengua en Nazareno Cruz y el Lobo y me encontré con Luciana (Jury) que al principio no sabía que era su sobrina. Tuve la suerte que hoy mi casa es la que fue su casa. No es una casa museo (risas), mi casa está construida sobre la suya, y también parte de mi casa simbólica está construida sobre la suya.

—¿Cuál es ese lugar simbólico?

—Primero el uso de la lengua. Cuando él toma el “Tema de Pototo” de Almendra, la versión original usa el tú, él (Favio) cambió el tú por el vos y eso fue un golpazo para mí, un giro lingüístico. El idioma es eso, una proximidad; también la lengua como una propiedad y un ejercicio de la práctica política sobre un decir dónde estoy parado, en qué tiempo.

—¿Qué pensás del lenguaje inclusivo que tiene adeptos y algunos que creen que no modificaría nada el hecho de usarlo?

—Que le cuenten al psicoanálisis la importancia de la palabra. Que se lo cuenten a ciertas culturas tradicionales donde hay gente, uno lo crea o no, que cura de palabra. El que diga que la palabra no modifica se está perdiendo de considerar una parte importante no sólo de la historia de la cultura en términos antropológicos sino en términos de la historia de la cultura de finales del siglo XIX y todo el siglo XX, hasta ahora. Es la libertad de poder enunciarse en masculino, en femenino, en neutro. La verdad es que después cada uno verá qué pude asumir de manera genuina, usar el todos, todas, todes o con x pero en base al respeto y al abrazo de reconocer que cada uno se enuncie como quiera. Pero la gente tiene miedo y ese miedo puede generar cosas que van mucho más allá de la censura, puede ir hasta la violencia física. Cuando me manifesté y toqué en la vigilia por la legalización del aborto me insultaron. Por supuesto que ante la cantidad de abrazos y apoyo esos insultos fueron casi nulos. Hay un gran miedo y cuando uno ve la agresión desde su origen, desde el tremendo miedo a que estés atentando contra la propia conformación de ese sujeto, da pena, porque uno no los está atacando sino que está ejerciendo la libertad de uno mismo y de los otros desde el infinito probable. Cuando empiezan a hacer esa clasificación de razas, géneros o el mismo Spotify, yendo a la música, cuando te preguntan si hacés folk, pop o rock. No, las etiquetas son analgésicos, si a alguien le dicen que es de cierta manera sedan al resto, los dejan tranquilos. Hace esta música, se identifica con este género, es de esta clase social. En cambio, si uno ejerce su propia identidad múltiple y única, eso es inquietante para la gente que necesita esa clasificación.

—¿En qué trabajás estos días?

—Estoy con un repertorio sobre las cancionistas porteñas de la década del 20 y del 30. Ese material es un milagro, y estamos haciendo el ejercicio de la enunciación en femenino. No haciendo un cruce de género sino teniendo en cuenta que ellas tenían que cantar en masculino o vestirse de varón tantas veces, entonces yo las voy a enunciar, como corresponde, en femenino. Eso genera un movimiento, mucho más si estamos hablando de tango.

—¿Lo sentís como un trabajo reivindicatorio?

—Creo que es un trabajo de historiador revisar el trabajo de estas mujeres increíbles, que llenaban teatros más que los varones. Estela Dos Santos hizo un tomo en la historia del tango sobre las cancionistas, los cantantes varones estaban anulados, sobre todo, con la muerte de Gardel. Ellas surgen con fuerza y sin embargo están invisibilizadas. Algunas fueron traídas al presente por ciertas cantantes pero ahora, afortunadamente, no se pueden cantar en voces de mujeres porque la mujer era casi un niño legalmente, siempre en situación de espera del hombre y que (salvo en algunos casos) era víctima de violencia de género física o simbólica. Cantar estas canciones me parece un gesto histórico en perspectiva, mostrar la situación de la mujer hace nada más que 90 años. Pero, como todo tiempo en historia es de frontera, hay cosas que ya no están y cosas que siguen estando. Este espectáculo va a poner en tensión esos problemas y además va a esta cosa de un señor con barba cantando en femenino. Una de las preguntas que subyace es por qué ese repertorio no siguió latiendo hasta hoy. ¿Qué pasó?, uno sobreentiende y soy prejuicioso que es porque eran mujeres.

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