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Las contradicciones de un gran emblema nacional

En su nuevo libro, Ezequiel Adamovsky analiza en clave cultural, social y política la figura del gaucho argentino en el personaje Martín Fierro. Y aquí describe las connotaciones y el carácter que tuvo la gauchesca; las fracturas y tensiones sociales que describe el texto canónico de José Hernández


“A quién se le ocurriría enaltecer como héroe nacional a un resentido con problemas de bebida que asesina sin razón a un compatriota? ¿Asegura la identificación con el Estado un matrero que descree de las leyes y vive en desacato? ¿Alienta el progreso una persona que encuentra entre los indios su refugio frente a las injusticias de la autoridad constituida? ¿Invita a la unidad un gaucho que habla pestes de los inmigrantes? Como símbolo nacional, hay que decirlo, Martín Fierro funciona mal”, afirma Ezequiel Adamovsky en su libro El gaucho indómito. De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada, un texto que analiza exhaustivamente en clave cultural, social y política la figura emblemática del nacionalismo argentino, de cómo fue desarrollada la figura del gaucho desde la “poesía gauchesca” de Bartolomé Hidalgo, hasta Buenaventura Luna, con el uso del criollismo durante el peronismo. A continuación Adamovsky examina los principales conceptos de su libro.

—¿Cómo fue posible que una figura, una denominación (gaucho) que se refería a cuestiones negativas haya llegado a convertirse en un emblema nacional, a la vez que significativo, de las bondades de una persona (gauchada, por ejemplo)?

—Es una historia larga que recorro en detalle en el libro. Un momento crucial fue el de las luchas por la independencia. Hasta entonces “gaucho” tenía una connotación negativa, delincuencial. Se decía “gaucho” a los cuatreros, a los que se internaban en las pampas a cazar ganado que tenía dueño. A principios del siglo XVIII la palabra ya se usaba haciéndola extensiva a cualquier habitante pobre del campo. Y, por el protagonismo que tuvieron los paisanos a caballo en las luchas contra los españoles, líderes como San Martín comenzaron a referir a los “gauchos patriotas”, invirtiendo así la carga negativa que tenía la palabra. Y otro cambio decisivo fue la aparición de la poesía gauchesca, desde fines de la década de 1810, porque allí era un gaucho el que tomaba la palabra para hablar en nombre del pueblo patriota. Durante el siglo XIX convivieron los dos sentidos, pero el positivo fue desplazando al negativo lentamente. Otra cuestión es la del camino por el que el gaucho se convirtió en emblema nacional. Los estudios con los que contábamos hasta ahora tendían a poner el foco en la intervención de Leopoldo Lugones en 1913, cuando propuso que el gaucho tuviese ese sitial y que el Martín Fierro fuese considerado poema nacional. En mi trabajo trato de poner el foco en otro sitio, para visualizar cómo, desde mucho antes, las clases populares ya habían convertido al gaucho en emblema popular, un héroe esencialmente antioligárquico que servía como referencia identitaria para una población heterogénea que encontraba en él un punto de unidad. Las clases populares convirtieron al gaucho en emblema mucho antes que los intelectuales. De hecho, Lugones y quienes le siguieron tuvieron que maniobrar sobre ese hecho consumado. Trataron de construir un culto al gaucho que le quitara todos los ribetes antioligárquicos, incluso subversivos, que tenía por entonces. Su éxito fue parcial: el gaucho efectivamente se convirtió en un emblema nacional, validado por el Estado en los años treinta. Pero nunca perdió su carácter conflictivo y siguió siendo utilizado para plantear visiones disidentes acerca de la nación.

Un género anfibio

—¿En qué momento los sectores populares comenzaron a identificarse con el gaucho?, ¿existió una cultura popular que tuvo más fuerza que una “letrada” de la elite urbana?

—El éxito que tuvo la poesía gauchesca en las primeras décadas del siglo XIX entre las clases populares nos indica que ya entonces hubo una fuerte identificación. No podría decirse que eso implica una “cultura popular” que tuvo más fuerza que la letrada. Porque en verdad la poesía gauchesca es un género anfibio. Es “letrado” porque es escrito y porque fue gente de clases letradas la que en general la compuso. Pero también imitaba el estilo oral de los paisanos y las formas de versificación popular que existían. Es una tercera cosa, ni del todo letrado, ni del todo popular. Lo interesante del caso es que ese género tan especial, que colocaba en el centro a la voz plebeya, fue la primera expresión literaria nacional. Surgió antes que la “literatura culta” y ocupó el centro de la escena. Desde entonces la voz plebeya adquirió una centralidad en la cultura argentina que nunca pudo ser desplazada. Eso nos dice mucho, a su vez, sobre el extraordinario protagonismo que tuvieron las clases plebeyas en la política nacional

Fierro y Facundo

—¿Si el Martín Fierro hace ruido, cuál otro libro debió haber ocupado su lugar?

—Yo no parto de una mirada normativa. No me parece mal que Martín Fierro haga ruido. Porque nos habla de fracturas y tensiones sociales que efectivamente existen en nuestra sociedad. Peor sería tener un emblema que oculte esas tensiones (que es lo que tienen la mayoría de los cultos nacionalistas de otros países). Por otra parte, no es cierto, como suele afirmarse, que Martín Fierro sea el único “texto nacional”. Hay otro que tuvo incluso más influencia en el modo en que esta sociedad se piensa a sí misma, y es el Facundo de Sarmiento. La convivencia de ambos textos, con visiones en muchos sentidos contrapuestas, nos habla de la incapacidad que tuvieron nuestras élites de proponer una visión sobre el “nosotros” que fuese hegemónica.

 El gaucho y el pibe chorro

—Actualmente muchos productores y propietarios rurales (peones, chacareros y empresarios del campo) que ignoran todo este recorrido histórico del gaucho se identifican con su figura, ¿cómo ves eso?

—Ciertamente hay una apropiación del emblema gaucho por parte de propietarios rurales y empresarios, lo que no deja de ser gracioso, porque fueron figuras que, en la tradición del criollismo popular, fueron más bien antagonistas del gaucho. Con frecuencia fueron sus adversarios. Esa captura, sin embargo, no consiguió borrar del todo el carácter rebelde de la figura del gaucho matrero, que siempre consigue reactualizarse de muchos modos. Por ejemplo, en la literatura reciente, en la asociación de esa figura con la del pibe chorro en la obra de Oscar Fariña o en la sorprendente reescritura de la historia de Martín Fierro que propuso hace poco Gabriela Cabezón Cámara en su bella novela Las aventuras de la China Iron.

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